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JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

Pero, ¿qué pasó en Colonia?

No conviene confundir el precio con el valor, ni el brillo con el esplendor. El precio y el brillo son moneda de cambio, mientras que el valor y el resplandor son reflejos de la naturaleza y del sentido. El brillo es relativo, luz reflejada; el resplandor es absoluto, luminosidad interna. Muchos lectores se habrán preguntado qué ha pasado en Colonia, qué ha dicho y qué ha hecho Benedicto XVI. Una vez más, en medio de un agosto destemplado por serpientes de la política sin escrúpulos y los azotes de la naturaleza que nunca perdona, la Iglesia se ha mostrado, en nuestro tiempo, como lo que es: presencia y palabra.

No conviene confundir el precio con el valor, ni el brillo con el esplendor. El precio y el brillo son moneda de cambio, mientras que el valor y el resplandor son reflejos de la naturaleza y del sentido. El brillo es relativo, luz reflejada; el resplandor es absoluto, luminosidad interna. Muchos lectores se habrán preguntado qué ha pasado en Colonia, qué ha dicho y qué ha hecho Benedicto XVI. Una vez más, en medio de un agosto destemplado por serpientes de la política sin escrúpulos y los azotes de la naturaleza que nunca perdona, la Iglesia se ha mostrado, en nuestro tiempo, como lo que es: presencia y palabra.
Gentío en la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia

Quizá llegue un día en que a la Iglesia sólo le quede la palabra. Tendrá, entonces, que denunciar a quienes callan contemplando las injusticias o se convierten en actores no mudos de un teatro-mundo cargado de sombras chinescas. El clásico conflicto entre moral y poder se resolverá siempre a favor de la palabra y, por tanto, del hombre que es capaz ser protagonista de su vida en una sociedad de “irresponsabilidad ilimitada”. Nietzsche, en su inconmensurable locura, escribió: “Me temo que aún no nos vamos a desembarazar de Dios porque aún creemos en la gramática”.

Con Benedicto XVI ocurre lo que con aquel personaje de Miguel Delibes: “con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. No son pocos los que, fuera y dentro de la Iglesia, se preocupan por hacer disecciones ficticias en la vida del Papa. Hablan del teólogo progresista; del obispo y cardenal conservador, adalid de un Santo Oficio inexistente. Ahora circulan despistados por las autopistas de lo que pudo haber sido y no fue, y de lo que será sin serlo. Si ha existido una preocupación en el pensamiento de Benedicto XVI a lo largo de su fecunda producción académica, teológica y pastoral, ha sido la de volver a recuperar el pleno sentido de la palabra cristiana en la historia. Escribió, por ejemplo, en su libro sobre la teoría de los principios teológicos, que la palabra introduce en nuestra relación con Dios el factor tiempo, nos hace hombres de hoy, memoria del ayer y proyecto del mañana. Y, en Colonia, durante el encuentro con los representantes de otras confesiones cristianas, insistía en que “la cuestión verdadera es la presencia de la Palabra en el mundo”.

Benedicto XVI en ColoniaEn los años setenta, el profesor Ratzinger decía que “lo que hoy nos faltan no son, fundamentalmente, nuevas fórmulas; al contrario, más bien tenemos que hablar de una inflación de palabras sin suficiente respaldo. Lo que ante todo necesitamos es el restablecimiento del contexto de vida del ejercicio catecumenal en la fe como lugar de la experiencia del Espíritu, que pueda convertirse así en la base de una reflexión atenta a los contenidos reales”. Treinta años después, a los obispos alemanes, les anima a que tengan “de nuevo la valentía de transmitir el misterio mismo en su belleza y en su grandeza”. ¿Cómo se entra hoy en el misterio y se contempla la belleza? Benedicto XVI, como buen maestro, ha propuesto un método tan nuevo como antiguo: el que siguieron aquellos Reyes Magos de la narración evangélica.

¿En qué consiste ese camino de la auténtica primera evangelización? Primero, dejarnos interpelar por la realidad con sus preguntas siempre inquietantes: ¿Dónde encuentro los criterios de mi vida? ¿De quién puedo fiarme? ¿Dónde está el que puede darme la respuesta satisfactoria a los anhelos del corazón? Luego, sentir el asombro de la respuesta y la fascinación del reto que nos lanza la palabra de aquel que “ni se engaña ni puede engañar”. Sólo experimentaremos esta sensación de caminar hacia la plenitud si se ha producido un encuentro, como les ocurrió a los Magos de Oriente. Y, por último, descubrir que “el hombre se hace libre cuando se vincula, cuando tiene raíces, porque entonces puede crecer y madurar”. Descubrir la Iglesia es explorar la tierra fecunda de la felicidad personal.

Las Jornadas Mundiales de la Juventud, con esta última de Colonia a la cabeza, nos son sólo discursos, son presencia de una Iglesia “viva y joven” que testimonia, con claridad, otra forma de vivir, alejada de la imperada por la sociedad de consumo y por lo políticamente correcto. A Benedicto XVI hay que escucharle, pero, sobre todo, leerle, gustar de la palabra de un Papa que lo es por ser un hombre de palabra.
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