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CINE

Tiro en la cabeza

El director español Jaime Rosales (La soledad) ha cosechado en el Festival de San Sebastián el Premio Fipresci de la crítica internacional por esta cinta sobre ETA, cuya virtud es a la vez su defecto. Esta paradoja es la que vamos a tratar de explicar y la que impide que Tiro en la cabeza sea una gran película.

El director español Jaime Rosales (La soledad) ha cosechado en el Festival de San Sebastián el Premio Fipresci de la crítica internacional por esta cinta sobre ETA, cuya virtud es a la vez su defecto. Esta paradoja es la que vamos a tratar de explicar y la que impide que Tiro en la cabeza sea una gran película.
La Soledad

La película no tiene un argumento convencional –de hecho la película no es nada comercial en ese sentido– ni sigue una evolución dramática. La cámara se limita a seguir a un personaje en su vida cotidiana. Durante más de una hora no "sucede nada" en la pantalla: se levanta, desayuna, se arregla, se reúne con gente, conoce a una chica, llama por teléfono, etcétera. Pero lo más significativo es que todo esto nos llega "en cine mudo". Rodada mediante teleobjetivos, todas las conversaciones son inaudibles, deliberadamente solapadas por el ruido ambiente de la calle: coches, taladradoras, voces... Además el personaje casi siempre está separado de nosotros –la cámara– por un cristal (ya sea un escaparate, la luna de un bar, la puerta de un despacho...). Le vemos permanentemente vocalizar, pero nunca le oímos (excepto una vez, en el clímax del film, cuando grita Txakurra!).

De repente, en el último tramo del film, nuestro simpático y gordito personaje se sube en un coche con un amigo y una amiga. Cruzan la frontera a Francia y llegan a la región de Las Landas. Pasan la noche en casa de un matrimonio. A la mañana siguiente, tras un encuentro fortuito en una cafetería de carretera de Capbreton, acribillan a tiros a dos guardias civiles vestidos de paisano: Fernando Trapero y Raúl Centeno. Los asesinos huyen y se acaba la película. Era diciembre de 2007. Todos recordamos aquello.

La película hace gala de un estilo cinematográfico interesante, pero ese estilo no sirve para una película sobre ETA. De ahí la antedicha contradicción. Por un lado, la hora y pico de "vida cotidiana" de ese personaje (que en realidad no es un actor profesional, sino director artístico) hace que el espectador se identifique con él, le "coja cariño", para luego descubrir que es un etarra. Se trata de la típica manipulación que nos quiere mostrar "el lado humano" de la bestia.

La segunda manipulación se refiere al citado recurso del silencio: no oímos al "otro", por eso no le entendemos. Es necesario escuchar, dialogar, viene a decir metafóricamente la película. Es decir, que Rosales se descuelga con una sutil invitación a la negociación con ETA. Por eso el diario proetarra Gara le ha puesto un 10 a la película (y el ABC ¡un 9!). Tiro en la cabeza es un film que quiere aparentar neutralidad, que busca contentar a todos, que prima la corrección política. Y ese es su veneno. Si la última película de Gutiérrez Aragón era valiente, esta es cómoda, "abierta".

Rosales declaraba para el diario El País:

"La gente habla mucho y, sin embargo, no escucha. [...] Hoy en día no tiene tanto sentido hablar de defender a un bando u otro. Hay problemas que hay que resolver entre todos. No se trata de echar culpas a los otros. Si se quiere derrotar al terrorismo, no llegaremos a una solución; si el terrorismo quiere vencer a la democracia, tampoco podrá. Si todos vivimos en compartimentos estancos, nada se resolverá. Esto se soluciona escuchando".

Escuchando, sí: el eco sordo de una explosión, escuchando el seco chasquido de unos sesos contra el cristal. Eso ya lo hemos escuchado todos. Llevamos décadas escuchándolo. ¿Cuánto más es necesario escuchar?
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