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Itxu Díaz

Lo que Feijóo debería saber

La tentación de la moderación-moderación seguirá presente en el PP porque es el gran virus que la izquierda logró inocular a la derecha española

La tentación de la moderación-moderación seguirá presente en el PP porque es el gran virus que la izquierda logró inocular a la derecha española
Alberto Núñez Feijóo después de reunirse con Pedro Sánchez en Moncloa. | EFE

La derecha no quiere pactos con Sánchez, salvo que incluyan depositar lentamente su Consejo de Ministros en el suelo y salir de La Moncloa con las manos en alto. Desde el cambio de liderazgo en el PP, crecen como setas los todólogos templados, los que ayer urgían a Casado a moderarse muy fuerte, y hoy exigen a Feijóo una oposición muy serena, muy adulta, muy con sentido de Estado y, en definitiva, muy entregada al PSOE. ¡Por España!, claman desde sus columnas, en una suerte de arrobo patriótico con virgulilla en color progre. Y por España, precisamente, es por lo que los ciudadanos no queremos acercamientos a Sánchez, sino alejamientos, porque arruina todo lo que toca, y tiene la mala costumbre de tocar mucho los bolsillos de los demás. Que en términos económicos Sánchez es, fundamentalmente, un tocón, alguien que no presentarías a tu cuenta bancaria. Confío en que Feijóo haya revisado su cartera antes de abandonar La Moncloa.

Por lo demás, mientras la oposición no gestione, cosa que no parece probable, a Feijóo no le queda más remedio que ocupar un espacio ideológico en la trifulca, y tal vez ese sea su mayor quebradero de cabeza. Posicionarse de un modo que aúne, que no reste, y que permita construir la mayoría necesaria para más tarde, entonces sí, gestionar desde La Moncloa. Pero la tentación de la moderación-moderación seguirá presente en el PP, porque es el gran virus que la izquierda logró inocular hace décadas a la derecha española, y la vacuna solo la han encontrado los de Vox e Isabel Díaz Ayuso; hasta hoy, en Génova, todos los demás son fervientes antivacunas.

A pesar del derrumbe del Gobierno socialcomunista, al contemplar estas dudas del núcleo del PP en cuanto a pactos y posiciones políticas, parece inevitable recordar el diagnóstico de Pío Cabanillas a finales del 76, con la reforma política en plena efervescencia, cuando retrató a los que exhibían como único ideario la tibieza: "Vamos a ganar, pero no sabemos quiénes".

Ni la experiencia de las mayorías absolutas incontestables en Galicia, ni la llegada del líder del gallego al trono del partido ungido por los dioses de la extrema necesidad, ayudan a facilitar que tenga una mirada realista sobre lo que ocurre en el electorado español en abril de 2022. Esto no es 1993. El charrán ya no brilla imperioso bajo el sol, sino que escribe cartas melancólicas con su última pluma sana, desde la residencia de ancianos de los partidos políticos. El azul tampoco es ya el color cool de las multitudinarias juergas y chupitos de las Nuevas Generaciones de los 90 (eran todas guapísimas, pero tenían un novio feísimo: el partido), y ahora las niñas monas que todo el mundo quiere ligarse se han desplazado a los mítines de Vox, mientras que jóvenes, mayores, y una asombrosa masa procedente de la clase trabajadora desengañada del comunismo podemita lucen en su pecho con orgullo el color verde de los de Abascal.

Las cosas han cambiado de tal manera que el PP ha dejado de ser la gran marca de confianza, como sabe bien el propio Feijóo, que alcanzó su última mayoría borrando los logotipos de Génova de su cartelería electoral. Y un ejercicio de nostalgia de otro tiempo mejor y de empecinamiento en negar esta realidad daría la puntilla al partido antes incluso de empezar la siguiente campaña electoral.

Así, el único entendimiento que debería preocupar a Feijóo no es con Sánchez sino con Vox. A Sánchez no lo va a necesitar para ganar las elecciones; como mucho, con su actitud, tal vez consiga darle un poco más de aire a un gobierno asfixiado, pero en cambio sí necesitará a los de Abascal que, si bien tal vez no hayan superado todavía en intención de voto al PP, sí están ya a años luz en cuanto a prestigio y vigencia de marca.

Insistir en el tedioso runrún de la mano tendida, en la voluntad de llegar a acuerdos de Estado con Sánchez, incluso aunque sea con la intención de retratarlo, es como mínimo una pérdida de tiempo, y media España lo consideraría también la enésima traición del PP a sus votantes. No hay tiempo para nada de eso. Sánchez es Sánchez. Es decir, él, él, él, y después su Falcon, sus ambiciones papistas, su Frankenstein, sus ministras comunistas, y sus altavoces mediáticos sometidos a golpe de talonario. Puro humo amortizado frente a una alternativa de centro-derecha con las ideas claras, las palabras audaces, y los complejos en el fondo de la papelera.

Frente a la tentación de la política pop, de la oposición amable, y del Give Peace a Chance, Feijóo debería darle una oportunidad a la guerra.

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