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Javier Somalo

La candidata y la colleja

La última vez que Rajoy cedió un micrófono, el aspirante se llevó una colleja por decir la verdad.

La última vez que Rajoy cedió un micrófono, el aspirante se llevó una colleja por decir la verdad.
Soraya Sáenz de Santamaría, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias | Archivo

El presidente del Gobierno –y candidato del PP– no quiere debatir con Rivera, Sánchez e Iglesias a la vez. Dos son sus razones principales. La primera, que él es el presidente y no tiene más remedio que gobernar aunque las canitas –políticas– las eche al aire en compañía de los que narraron en vivo y en directo el asedio a su sede aquel 13 de marzo de 2004.

La segunda razón de la espantada es que dos de los tres oponentes –Rivera e Iglesias– no existen, como los problemas en Cataluña. Sostiene a duras penas el candidato popular que Podemos y Ciudadanos no tienen todavía representación parlamentaria y que eso es un eximente. En definitiva, que es discutir con un nasciturus. Así que, para evitar que el presidente debata con dos que todavía no son diputados, se envía a una que no puede ser presidenta, de momento.

La elegida, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, dice que la explicación es todavía más sencilla: "En el PP somos un equipo", respondió el viernes a los periodistas y al punto estalló una grosera y unísona carcajada en el 13 de Génova que, según testigos, se ha podido sentir hasta en los sótanos acorazados del Banco de España. Incluso Rafa Benítez, desde el páramo de Valdebebas, ha sonreído.

Así las cosas, los genoveses disfrazados de espartanos preguntan altivos a Rivera e Iglesias cuál es vuestro oficio y el pobre Pedro Sánchez se las tiene que ver a solas haciendo de Sagasta, si apenas pudiera, por el bien del bipartidismo nacional, ese enorme portón de goznes podridos por el separatismo y que amenaza estrepitosa caída sobre el atrio de la catedral.

Por el contrario, Ciudadanos y Podemos plantean sus campañas al estilo presidencialista –más Rivera que Iglesias–, centrando la atención en el carisma político del candidato. Ambos estaban deseando hacerlo pues en los comicios municipales y autonómicos sólo pudieron apoyar o esconder a sus aspirantes y tratar de que los mensajes fundacionales de sus formaciones recordaran al líder. Bien es verdad que la falta de tradición conduce a umbrales peligrosos que, de atravesarse, tienen consecuencias imprevisibles. No me refiero ya a montar en globo, volcar en coche, calzarse un arnés o dar carreritas, que también, sino precisamente a lo que están haciendo Rivera e Iglesias y que perjudica más al primero que al segundo… en los medios de comunicación. Los votantes y televisiones de Iglesias –ya más las segundas que los primeros– comprarán la Ética de la Razón Pura aunque no exista pero acribillarán a Rivera por su sinceridad iletrada en materia kantiana. El tú a tú reiterado de Ciudadanos con Podemos puede consolidar esa batalla en la segunda división del bipartidismo que busca el Gobierno cuando el verdadero debate estaría en el desnudo político de Sánchez y Rajoy frente a Rivera, con Iglesias centrando balones sin querer.

Con todo, el mayor fallo estratégico lo protagoniza en este minuto –las semanas y los días ya no miden la política– el Partido Popular. "¿Quién cree usted que ha ganado el debate?", propondrán casi todos los periódicos digitales el día del absentismo presidencial. Lo mismo votan por Soraya y el gallego se mesa la barba: caramba, ese insignificante detalle puede convertirse en un problema de colosales proporciones. Y bajo la misma premisa quizá llegue a la conclusión: si pierde, mal; si gana, peor.

Pues nada, a ver qué dice la vicepresidenta que no puede ser –todavía– presidenta ante aquellos que no son diputados nacionales pero pueden ser presidentes, bueno y ante Sánchez. La última vez que Rajoy cedió un micrófono, el aspirante se llevó una colleja por decir la verdad. A cuántos les habrá resultado familiar ese pescozón, por lo mismo, allá en el número 13, calle Melancolía (antigua Génova).

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