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Jesús Laínz

Defendiendo la patria con la pluma

"Si nosotros mismos renunciamos a defendernos, ¿cómo queremos que el veredicto se incline a nuestro favor?".

El descubrimiento de oro en las repúblicas bóers de Orange y Transvaal encendió lo que ha pasado a la historia como la Segunda Guerra Bóer, que enfrentó a los colonos de ascendencia holandesa con un Imperio británico deseoso de confirmar su dominio en el África austral.

La guerra comenzó en 1899 con algunas victorias de los bóers, pero la llegada del implacable Kitchener cambió su curso. Ordenó una política de tierra quemada para impedir el apoyo y manutención de las partidas guerrilleras: se destruyeron las granjas, se quemaron las cosechas, se aniquiló el ganado y decenas de miles de mujeres y niños fueron recluidos en campos de concentración. Por desnutrición, hacinamiento y enfermedades como el sarampión, el tifus y la disentería, morirían 27.927 bóers, 24.074 de los cuales eran niños menores de dieciséis años. Aquella tragedia sigue muy presente en la memoria de los bóers, como lo demuestra, por ejemplo, la hermosa canción que Bok van Blerk dedicó en 2006 a uno de sus caudillos, Koos de la Rey, general bóer de ancestros lusos y españoles.

Arthur Conan Doyle, el padre literario de Sherlock Holmes, sirvió en aquella guerra durante algunos meses como médico militar. Tras su regreso observó con preocupación que la opinión pública en todos los países europeos era mayoritariamente hostil a Gran Bretaña y favorable a los bóers, lo que achacó a difamaciones no contrarrestadas por el Gobierno de Londres:

Al cerrar el periódico empecé a reflexionar y no pude por menos de reconocer que a muchas de estas personas de la Europa continental las movía un motivo generoso y altruista, mérito que había que reconocerles. ¿Cómo, si creían sinceramente aquellas cosas, no iban a denunciarlas en reuniones, artículos y cualquier otro medio a su disposición? ¿Podíamos acusarlas de haber sido engañadas? ¿Podíamos estar tranquilos si todos los informes venían de un solo lado, avalados por periodistas y artistas que habían comprometido sus plumas y sus pinceles, con o sin motivo interesado, con la causa bóer? Por supuesto que no. Y ¿de quién era la culpa de que no se hubiera presentado ante la opinión pública civilizada nuestra propia versión del asunto? Tal vez éramos demasiado orgullosos, o demasiado negligentes. Era evidente que se nos acusaba por defecto. ¿Qué podían saber de nuestra causa? ¿Dónde podían enterarse? ¿Qué documentos podían consultar?

El voluntarioso Conan Doyle tomó la decisión de hacer lo que no había hecho el Gobierno: escribir un informe que desmintiera lo que consideraba calumnias contra Gran Bretaña. Dado que su intención era que se tradujera a la mayor cantidad posible de lenguas europeas, decidió abrir una suscripción pública para que, entre ella y el producto de la venta de los libros, hubiese dinero suficiente para pagar las traducciones. Además, tuvo la suerte de coincidir en una cena con un alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores que le ofreció su colaboración para conseguir los fondos necesarios. El Departamento de Inteligencia del Ministerio de la Guerra, por su parte, puso a su disposición toda la documentación que pudiera necesitar.

"Nunca un llamamiento fue tan generosa y rápidamente contestado", celebró el autor. Fueron miles los que enviaron su aportación, muchos de ellos británicos residentes en el extranjero indignados por las informaciones que corrían por los medios de comunicación: "Los críticos extranjeros habían dejado un sentimiento profundo y amargo en los corazones de nuestra gente".

Tampoco faltaron los extranjeros residentes en suelo británico que quisieron colaborar en limpiar la imagen de su país de acogida. Y el funcionario de Exteriores le entregó un cheque por la abultada cantidad de quinientas libras esterlinas. Aunque el donante quiso conservar su anonimato, no le resultó difícil a Conan Doyle averiguar que se trataba del rey Eduardo VII.

En suelo británico se vendieron 300.000 ejemplares en dos meses, y las traducciones también obtuvieron buena acogida en los demás países europeos y americanos. Hasta en la muy hostil Holanda, madre patria de los bóers, se vendieron 5.000 ejemplares. Factor esencial para tan amplia difusión fue la desinteresada labor de los británicos residentes en el extranjero. La prensa europea tomó nota de los argumentos expuestos por Conan Doyle y utilizó muchos de los datos por él aportados para cambiar el tono de lo que se publicó a partir de entonces sobre la guerra surafricana.

Por su labor en la limpieza de la imagen de Gran Bretaña en el extranjero mediante la escritura de aquel The war in South Africa: its cause and conduct, el padre de Sherlock Holmes fue nombrado caballero pocos meses después.

La única impresión duradera que me dejó todo aquel episodio es que nuestro Gobierno no hace la publicidad suficiente para proclamar y defender la causa nacional. Si una persona privada puede, con tres mil libras y un mes de trabajo, producir una profunda impresión en la opinión pública, ¿qué no podría hacer una organización realmente rica e inteligente? (…) ¿Es cierto, como dijo un gran francés, que no sabemos defender nuestras causas? Si nosotros mismos renunciamos a defendernos, ¿cómo queremos que el veredicto se incline a nuestro favor?

¿Le ha parecido interesante, patriótico lector? Pues ahora compárelo con la España de la inoperancia gubernamental durante cuatro décadas, de la parálisis diplomática en 2017 y de los indultos en 2021.

www.jesuslainz.es

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