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Jesús Laínz

Érase una vez el año 2000

Los augurios apocalípticos llevan asustándonos décadas, sobre todo desde entidades gubernamentales, científicas y periodísticas anglosajonas.

Los augurios apocalípticos llevan asustándonos décadas, sobre todo desde entidades gubernamentales, científicas y periodísticas anglosajonas.
El ex vicepresidente de EEUU, Al Gore, junto al ex presidente Bill Clinton | The Huffington Post

Parece lógico: estamos en julio y hace calor. Aunque tampoco demasiado, seamos sinceros. Pero, como cada verano, comienzan a aparecer en la prensa noticias sofocantes. Esta semana le ha tocado al anticiclón de las Azores porque, según un artículo publicado en Nature Geoscience, se está expandiendo a un nivel sin igual desde el siglo IX, lo que parece provocar la sequía en la Península Ibérica.

Según explican los autores, para conocer cómo era la presión en el Atlántico en aquellos siglos en los que no se registraron datos climáticos, han estudiado las estalagmitas de una cueva portuguesa. Y de ellas deducen que la expansión del anticiclón comenzó hace doscientos años. Dejando aparte la contradicción entre los mil doscientos años del párrafo anterior y los doscientos de éste, en 1820 aún no había comenzado la revolución industrial, así que poca culpa habrá que echar al ser humano. Y el hecho de que el anticiclón tuviera en el siglo IX medidas similares a las actuales demuestra lo que tantos de ésos a los que se llama despectivamente negacionistas no se cansan de repetir: que los cambios en el clima terráqueo son continuos y cíclicos, por lo que poco podemos hacer para impedirlos. Pero lo esencial del asunto es que estos científicos alertan de que, como el calentamiento global va a continuar en las próximas décadas, sectores agrícolas como el de la uva y el del olivo sufrirán graves problemas.

Pocos días después de la aparición de esta noticia, el diario ABC ha aportado su grano de arena con un artículo en el que se explica que el nivel del mar subirá entre 1,40 y 1,80 metros en lo que queda de siglo, con lo que se tragará buena parte del litoral español, empezando por las zonas más bajas: el delta del Ebro, Doñana, Cádiz y Valencia.

Entre la sequía en tierra y la elevación del mar, la cosa mete miedo, sin duda. Pero antes de perder los nervios quizá conviniese echar un vistazo a similares predicciones realizadas en el pasado. Porque hace veinte años, en 2001, El Mundo publicó un artículo con augurios muy parecidos: entre neblinas tóxicas, lluvias ácidas, enfermedades tropicales en Europa y hambrunas mundiales, se anunciaba para 2020 un Mediterráneo sin playas y la desaparición de los deltas del Ebro y el Guadalquivir. Ya han transcurrido esos veinte años, y un par de ellos más de propina, y por aquí seguimos igual.

En 1974, el celebérrimo Víctor Manuel grabó una canción de desasosegante letra. Llevaba por título Érase una vez el año 2000 y comenzaba con estos párrafos:

Érase una vez el año 2000,

un hombre con su hijo paseaba por Madrid,

con trajes de hojalata reforzada en plexiglás,

cubríanse del aire con caretas antigás.

–Papá, ¿qué es esa urna de cristal

encima del brillante pedestal?

–El árbol que han querido conservar,

reliquia del pasado nada más.

Medio siglo después de aquella canción, respiramos sin caretas y, según datos del Banco Mundial, la superficie forestal española ha aumentado desde entonces un 34%.

Pero los augurios apocalípticos llevan asustándonos muchas décadas, sobre todo desde entidades gubernamentales, científicas y periodísticas de los países anglosajones, que son los que dictan las modas ideológicas desde hace por lo menos un siglo. En medios científicos estadounidenses, por ejemplo, se repitió mucho en los setenta que, debido al descenso continuo de las temperaturas y el aumento de los hielos polares, el mundo se encaminaba hacia una nueva glaciación que se materializaría en los años veinte del siglo XXI. Más tarde pegaría con fuerza el miedo a la lluvia ácida, al agujero en la capa de ozono y ahora al calentamiento global.

Para las décadas iniciales del siglo XXI se anunció insistentemente la desaparición de las costas, el hundimiento de varios archipiélagos, la completa desaparición del casquete polar ártico (por la insistencia en este punto, siempre fallida y sucesivamente retrasada, se ha distinguido el diario izquierdista británico The Guardian), el agotamiento de los hidrocarburos, el éxodo de cientos de millones de refugiados climáticos, la extinción de la mayoría de las especies animales, etc.

Por la contundencia de los mensajes y la autoridad de sus emisores, tres casos merecen mención aparte. El primero, George Wald, premio Nobel de Medicina, que declaró en 1970 que "la civilización desaparecerá en quince o veinte años si no se toman medidas inmediatas contra los problemas que la amenazan".

El segundo, Paul R. Ehrlich, influyente científico e incansable anunciador del fin del mundo por motivos climáticos y demográficos. Entre otras muchas predicciones fallidas, el 10 de agosto de 1969 declaró al New York Times que "debemos ser conscientes de que, salvo que tengamos mucha suerte, todos desapareceremos en una nube de vapor azul de aquí a veinte años".

Y el tercero, el informe del Pentágono a George Bush II en 2004, en el que, entre otras, se recogieron las siguientes predicciones climáticas: para 2007, las tormentas marinas harán tan inhabitables los Países Bajos que La Haya tendrá que ser abandonada; entre 2010 y 2020 el clima de Europa se habrá enfriado tanto que Gran Bretaña será tan seca y fría como Siberia; cientos de millones de muertos por hambre; el Nilo, el Danubio y el Amazonas provocarán guerras por el aprovechamiento de su agua; megainundaciones dañarán las regiones cerealistas de todo el mundo; los USA y Europa serán invadidos por millones de personas que huirán de la subida del nivel del mar; Bangladesh será inhabitable por el mismo motivo… Y la más divertida: masas de inmigrantes escandinavos buscarán refugio en países más cálidos.

De las profecías mencionadas en estos párrafos no se ha cumplido ni una. Pero cientos de millones de personas en todo el mundo se las han creído, del mismo modo que seguirán creyéndose las que sigan anunciándoles los Ehrlichs, los Walds, los Gores, los Víctor Manueles y las Gretas del futuro. No hay nada como el miedo para que el rebaño obedezca.

www.jesuslainz.es

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