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José Antonio Martínez-Abarca

Tu ciudad, territorio maleante

Llega un momento en que los cascos viejos de las ciudades, antaño llenos de vida diurna y nocturna, oscilan bajo una luz dudosa y sombras inequívocas, entre locales desalojados con las lunas pintadas de cal por dentro.

Según todos los analistas serios, entre los que incluyo a Aznar (de algo le tienen que servir todas las amistades que ha hecho y las interesantes cenas subsiguientes con las dichosas –y un poco obvias, a juzgar por alguna que corre por internet– conferencias en Estados Unidos), lo más profundo de la crisis en España puede durar entre un año y medio más y, uh, diez años, como mantiene el ex presidente del Gobierno. Es decir, que volveremos a ver lobos lamiendo los charcos helados en los, de nuevo, abandonados centros históricos de nuestra ciudad, a los que lo más frío del crudo invierno habrá resucitado de la extinción, como ocurrió durante la llamada "pequeña glaciación" de la Baja Edad Media (también aquello fue una crisis gorda), cuando se decía que se llevaban a los niños de sus cunas, entre sus fauces.

Es lo que pasa siempre con las recesiones económicas. Conforme baja el consumo empiezan a salirles "chirlos" en el rostro y navajas en los bolsillos a la gente con la que nos topamos al volver a nuestra céntrica casa o al ir a coger el coche tras cenar en alguno de los no demasiados restaurantes que resistan. Lo patibulario de los paseantes está directamente relacionado con el cierre del pequeño comercio. Llega un momento en que los cascos viejos de las ciudades, antaño llenos de vida diurna y nocturna, oscilan bajo una luz dudosa y sombras inequívocas, entre locales desalojados con las lunas pintadas de cal por dentro. Durante la crisis de los noventa, recuerdo la Gran Vía de Madrid de noche, que desde luego no se parecía nada a la actual más que en el decorado. Todo tenía un aire parecido a la trasera ("calle del Desengaño") de los almacenes "Sepu" cuando los extinguieron. Si te metías por alguna perpendicular era bajo tu estricta responsabilidad. Y ahora dicen que esta crisis va a ser mucho más intensa. De un escenario de barriada deprimida se va a pasar a un escenario postapocalíptico. Sólo faltará el "loco" Max Rockatansky.

Se empieza por los carteles de "se traspasa", siguen los de "se alquila", continúan los de "cierre por cese de negocio" y terminan los gatos saliendo en pantuflas de noche a recoger de los callejeros los cadáveres de las camadas que se les van muriendo sitas en antiguas joyerías. Esta película ya le he visto por lo menos un par de veces. En los años setenta, cuando los crepúsculos adquirían un extraño tono por el plomo de la gasolina y el polvillo de ladrillo rojo (rojo y, claro, visto) en aquellas destartaladas ciudades, sólo veías oficinistas vestidos de color dolor de cabeza y niños con el pelo pegado a las orejas con sebo y esnifando pegamento Imedio "banda azul" en bolsas de El Corte Inglés. Era la crisis, que fue más intensa en España. Lo de ahora, dicen los analistas, superará por abajo a todo lo que hemos conocido. No sería imprudente ir haciendo acopio de sacos terreros en casa, por lo que pudiera pasar.

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