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José Bastida

Todos contra Ciudadanos

Lo que queda de España se acostó el pasado mes de mayo monárquica y se levantó el primero de junio monárquica presidencialista.

Lo que queda de España se acostó el pasado mes de mayo monárquica y se levantó el primero de junio monárquica presidencialista. Desde la vorágine de estos días de aritméticas parlamentarias, dimisiones, nombramientos y mucha crónica política contemplamos atónitos el Gobierno presidencialista de Sánchez con un fascino feminista y glamur europeos que ha sorprendido a toda la clase política y a la opinión pública y publicada. Son las cosas de tener caros asesores de marketing y corrección política que han conseguido epatar a toda la progresía pija, a un afamado banco financiero del norte (esto es muy importante) y al MSM (Mainstream Social Media), es decir, a la mayoría de los medios de comunicación y sus periodistas bias, quienes ahora están con el corazón partío entre la era Sánchez (un Zapatero bis) y el cutre y casposo castrocomunismo liderado por el propietario del casoplón de Galapagar.

Lo sucedido ha sido una operación blitzkrieg, una guerra relámpago muy preparada en círculos socialistas y masónicos. Comenzó su diseño en octubre de 2016, cuando Sánchez dimite como secretario general del PSOE por la fractura interna que provoca su ambición de poder cristalizada en su coqueteo con los bolivarianos podemitas, y acabó con la sentencia sobre financiación ilícita del PP en Pozuelo y Majadahonda. Ésta fue la disculpa y el detonante para atacar con los panzer de los escaños de 22 divisiones las exiguas fuerzas de un Rajoy atrapado en su laberinto de corrupciones, inercias y anomalías territoriales que intentaba apaciguar con su indolencia de superviviente bregado en el bipartidismo de los últimos 40 años.

Y es ese sistema bipartito el que se ha consolidado con la moción de censura y el posterior Gobierno de postureo y moderneo cuya frivolidad y vulgaridad extrema queda simbolizada en el ministro de Cultura. El objetivo de todo este tinglado, al que tampoco es ajeno el PP (Rajoy se hace el harakiri en aras de garantizar el sistema), es neutralizar a Ciudadanos. Este partido emergente que, según las encuestas, aglutinaría la mayoría social de una hipernación en estado de shock por culpa de la cultura del odio nacionalista e izquierdista sería la tabla de salvación para afrontar el futuro con nuevas formas y estilos de gobernar. Pero no ha podido ser: las fuerzas reaccionarias, entre las que se incluyen una buena parte de los lobbies empresariales y financieros y los viejos sindicatos de clase, ganaron la partida de la oportunidad. Ahora Albert Rivera, con perfil bajo todo este tiempo y equivocado en su visión de un bipartidismo fenecido, tiene que diseñar una travesía del desierto de dos años porque el presidencialista Sánchez no se irá antes de enredar con el impresentable federalismo asimétrico y otras historias que nos pueden helar el corazón (la contumaz imposición lingüística, el acercamiento de presos, indultos a los separatistas, más discriminación positiva, etcétera).

Ciudadanos tiene ahora un año para consolidar su discurso antes de las municipales y europeas, abandonar la inercia que sufre desde las elecciones catalanas y evitar la dependencia de las encuestas porque el bipartidismo se rearma con un nuevo PP y un PSOE dominante con su hijuela podemita, aunque esté lastrado por facciones anticonstitucionales.

La II Escuela de Verano que Ciudadanos preparada para finales de mes puede ser un momento propicio para que diseñe su futuro un partido con vocación de poder, ahora sólo es in pectore, y con incógnitos desafíos desde que lo que queda de España se ha convertido en una monarquía presidencialista.

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