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José García Domínguez

El florero de los karlistas

La prueba definitiva de que esa chica no sirve para presidir la Generalitat es que el Payés Errante haya ido a fijarse precisamente en ella.

La prueba definitiva de que esa chica no sirve para presidir la Generalitat es que el Payés Errante haya ido a fijarse precisamente en ella.
Elsa Artadi | EFE

La prueba definitiva de que esa chica no sirve para presidir la Generalitat es que el Payés Errante haya ido a fijarse precisamente en ella para que le caliente la silla a modo de fotogénico florero mientras él vaga prófugo en su extravío. El ido, que será un frívolo atolondrado y un cantamañanas irresponsable pero no un tonto, ni en pintura quiere ver a alguien parecido a sí mismo en la Plaza de San Jaime, un alter ego de aquel ignoto edil rústico de Gerona de quien todos esperaban que se limitase a hacer de diligente chico de los recados del Astut, el gran estadista Artur que hoy en paz descanse. La política profesional, aquí y en Lima, es un mundo de caníbales. Una hipócrita selva enmoquetada en la que nadie conoce a nadie. Por eso la astucia campesina del Papa Luna de Bruselas le ha aconsejado imponer como valido suyo en el país petit a una simple aficionada, una amateur que está más verde aún que aquellos limones salvajes del Caribe que salían en los anuncios televisivos del desodorante Fa.

Esa chica no da la talla ni en una rueda de prensa ante las gacetillas locales de comarcas que ahora sufraga generoso el Gobierno de Rajoy. Enternece constatar sus nervios agarrotados de principiante ante las siempre anodinas y balsámicas preguntas de los plumillas del régimen en esos trances para otros rutinarios. Los palmeros de la prensa del Movimiento, en Barcelona, y los suplementos del couché rosa madrileño, cada uno por su lado, andan estos días dándole vueltas apologéticas y deslumbradas a su currículum oficial. Aquí y allí, todos quieren ver en su trayectoria académica el extremo opuesto de ese desaliñado producto del fracaso escolar en su tramo universitario que responde por Puigdemont. Como si la eventual solvencia en el desempeño de un oficio privado fuese garantía de nada para el ejercicio de un cargo público. Pero es que ni eso hay. Ni eso.

Su tan cacareado trabajo sobre el desarrollo económico de África, el que firmó junto con el popular economista de raíces segovianas Sala Martín, está tan plagado de inexactitudes y disparates que incluso ha merecido el honor de que el presidente del Pen Club Internacional, el filósofo y ensayista canadiense John Ralston Saul, se haya dignado a hablar de él en un libro reciente (El colapso de la globalización) para ridiculizarlo. Y es que cosas que sabe cualquier estudiante de Secundaria, como que la riqueza per capita aumentó en la Edad Media justo después de cada epidemia de peste (la riqueza era la misma que antes, pero los supervivientes eran muchos menos y, en consecuencia, les tocaba más a repartir), parece que lo ignoran Sala Martín y su antigua becaria. De ahí que ambos atribuyan al Gobierno de Botsuana el mérito económico y político de haber reducido grandemente el porcentaje de habitantes que viven con apenas un dólar al día sin reparar en que el 40% de la población de Botsuana resulta ser portadora del virus del sida. En Botsuana, como en el Medievo, los que aún no han muerto de sida son proporcionalmente menos pobres cada año que pasa solo porque la población disminuye a causa de los estragos de la epidemia, única y exclusivamente por eso. Pero el par de sabios catalanistas parece no lo ha pillado aún. Y lo de África era lo más serio, sesudo y profesional que había escrito en su vida la tapada del ausente. Un cráneo privilegiado, la noia. Por lo demás, le quedan dos telediarios. La Esquerra la vetará. Seguro.

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