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José García Domínguez

ETA es un geriátrico del crimen

Esos abuelos patéticos, los gudaris de la foto, tan escangallados y fanés, tan ridículos con sus aretes en las orejas.

Esos abuelos patéticos, los gudaris de la foto, tan escangallados y fanés, tan ridículos con sus aretes en las orejas.

Esos abuelos patéticos, los gudaris de la foto, tan escangallados y fanés, tan ridículos con sus aretes en las orejas. ETA es un geriátrico, el Imserso del crimen. "Yo, después de hacer lo que hacía, me quedaba como un señor y dormía como un rey. O sea, no tenía ningún problema, ninguno. Ningún pensamiento de decir: ¡hostia!, ¡joder!, que he hecho esto y... Qué va, qué va, qué va". Así de locuaz explica uno de ellos lo del daño multilateral a Fernando Reinares, el autor de Patriotas de la muerte. Un libro de confesiones donde, por si hubiese alguna duda, queda claro que el arete también lo llevan en el cerebro, no solo en la oreja. Por algo la ausencia total de remordimientos. Escuchemos a otro:

No he tenido además ningún remordimiento de conciencia. O sea, de decir, bueno, matas a una persona y ¡hostia!.. En ningún momento. Porque actuaba en ese momento por odio. O sea, si no es el odio el que me guiaba, seguramente no sería capaz de hacerlo".

Repárese, en fin, en el sutil cavilar metafísico de este tercero:

Hoy en día sí me lo pensaría más de una vez. Hoy en día, además, soy incapaz de pegar a un perro. Y en cambio, pues eso, si me hace algo el perro, lo machaco, soy capaz de arrancarle el cuello. Y hoy en día me dicen: tienes que matar a un guardia civil; y digo: ¡chst!, espera, espera un momento. Primero, a ver cómo es, luego decidir quién es, cómo. O sea, valoro otras cosas. Ya no me guiaría por el odio.

El eslabón perdido entre el Cromagnon y el Neandertal, eso es todo lo que había tras la leyenda romántica de ETA que aún habita atrincherada en lo más profundo del inconsciente colectivo de la izquierda peninsular. Porque ETA es algo más que una pandilla de viejos tarados. ETA es el último mito del antifranquismo.

A ojos de gran parte de la progresía, esos prostáticos gudaris del arete han encarnado, contra toda evidencia fáctica, la rémora postrera de la dictadura. He ahí la coartada intelectual que ha provisto de legitimidad de origen a las balas durante más de tres décadas. Suprema burla a la inteligencia que únicamente requirió olvidar la amnistía que, allá a inicios de la Transición, abarcó a la totalidad de los pistoleros vascos. ETA, contra lo que quiere la fábula exculpatoria, es hija de la democracia. Nació con –y contra– ella, ni un minuto antes. ¿Por qué entonces nuestra democracia insiste en que ETA la avale exigiéndole que se rinda? Si la democracia está segura de sí misma, ¿qué importa lo que digan a dejen de decir al respecto Kubati o Ternera? ¿O acaso no está tan segura?

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