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José García Domínguez

¿Existe vida inteligente en la derecha catalana?

Hay una razón, nada misteriosa por lo demás, que explica por qué el PNV va a seguir ganando siempre las elecciones domésticas en el País Vasco.

Hay una razón, nada misteriosa por lo demás, que explica por qué el PNV va a seguir ganando siempre las elecciones domésticas en el País Vasco.
Jordi Pujol | Archivo

Hay una razón, nada misteriosa por lo demás, que explica por qué el PNV va a seguir ganando siempre las elecciones domésticas en el País Vasco mientras que el equivalente al PNV en Cataluña, lo de Puigdemont, que también las había ganado siempre, resulta que ya no volverá a ganarlas nunca. Ocurre, y es un secreto a voces, que al PNV le votan de modo sistemático todos los nacionalistas vascos de derechas, además de todos los vascos de derechas que no son nacionalistas. Lo que, a efectos prácticos, se traduce en que al PNV le vota todo el mundo. Y de ahí que se salga de la tabla por arriba cada vez que llaman al personal a las urnas. Por lo demás, no cabe otra explicación posible a los resultados definitivamente ridículos, por liliputienses, que siempre obtiene el PP en ese tipo de convocatorias.

Eso, exactamente eso, era lo que igual sucedía en Cataluña, y también por rutinaria costumbre, antes de que la difunta Convergencia tuviera la genial ocurrencia de subirse al carro del independentismo explícito e indisimulado. Las sistemáticas mayorías, tan previsibles como absolutas, de Pujol cuando los comicios autonómicos tampoco se podían entender sin reparar en ese efecto aglutinante de las derechas, tanto las indigenistas como las españolistas, que iba asociado a la marca CDC. Algo, la confluencia electoral de la casi totalidad del conservadurismo sociológico local al margen de las adhesiones nacionales e identitarias, con lo que el procés acabó de un plumazo. Y para siempre.

Lo que con la tontería inútil del 1 de Octubre han terminado consiguiendo esos chicos tan listos de las cien familias, la gente bien de la derecha catalanista, es que la izquierda vaya a gobernar a partir de ahora, y por los siglos de los siglos, en lo que había sido históricamente su pequeño cortijo privado. Esquerra, un partidito irrelevante y apenas testimonial hasta justo cinco minutos antes de que prendiera la mecha independentista entre las élites catalanas tras aquellos primeros escarceos rupturistas de los hermanos Maragall al frente del PSC, ha devenido, y gracias a ellos, la indiscutible fuerza hegemónica en la demarcación. Que Santa Lucía les conserve la vista.

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