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José García Domínguez

La novia del candidato

Ese tipo de juego sucio por debajo de la mesa se viene practicando en la trastienda más inconfesable de la vida política española desde la Transición.

Coincidiendo con el inicio oficioso de una de las campañas electorales españolas llamada a concluir con un desenlace más apretado e incierto, Mediaset, compañía de televisión comercial cotizada en el Ibex 35 y cuyo máximo accionista individual resulta ser un antiguo primer ministro de Italia que sigue participando en la vida política activa tanto en su país como en la vinculada a los círculos de influencia del resto de la Unión Europea, acaba de movilizar su parrilla de programación toda para que algunas de sus presentadoras-estrella más populares se vuelquen a hurgar, y en horario de máxima audiencia, en la vida sentimental de uno de los candidatos a la presidencia del Gobierno. Muy espectacular pesquisa mediática únicamente sustentada en oscuras insinuaciones, hasta el momento gratuitas, sobre sus secretos de alcoba. Por más señas, y también por más casualidad, el candidato sobre cuya vida amorosa esa compañía italiana del Ibex ha decidido fabricar un culebrón triangular a partir de la nada ( pues de nada que no remita a un simple rumor o a un bulo inventado están "informando"), encarna a estas horas al competidor más directo en las urnas del actual presidente del Gobierno, en la medida en que ambos políticos se dirigirán el próximo 28 de abril a un amplio segmento compartido de votantes potenciales.

Al tiempo, y mientras que uno de los dos principales canales de televisión privada del país ha puesto a funcionar su particular cañón Berta con la mirilla puesta en la reputación e imagen de formalidad de ese candidato, la prensa estrictamente política, con una potencia de fuego incomparablemente menor, guarda un silencio unánime a propósito del presunto noviazgo fantasma con coartada musical y el engaño no menos presunto que el político y una cantante amiga habrían maquinado. Ese tipo de juego sucio por debajo de la mesa, pues no a otra cosa estamos asistiendo, se viene practicando en la trastienda más inconfesable de la vida política española desde los inicios mismos de la Transición. Y sin apenas interrupción temporal, además. La única diferencia entre los albañales difamatorios de antes y los de ahora radica en el grosor y calibre de los medios de difusión del estiércol utilizados en cada momento. Así, contra Adolfo Suárez ya se fabricaron en su día historias de bragueta con el único fin de erosionar su imagen personal cuando las interminables batallas fratricidas previas a la disolución de UCD. Infundios y hablillas que los zascandiles habituales se encargaban luego de airear en círculos concéntricos. Poco más tarde, ya con los socialistas en el poder, llegaría la campaña de chistes y maldades contra un ministro contrario al ingreso en la OTAN al que se logró dejar como poco menos que un débil mental y un tonto de baba ante la sociedad española.

Puestos a destruir reputaciones, todavía en la década de los noventa la atribución de ficticias homosexualidades a representantes públicos constituía un arma poderosa. Y como la pasmosa credulidad de eso que llaman opinión pública no parece conocer límites, de repente todo el mundo empezó a tener revelaciones confidenciales, siempre merced a algún amigo enterado, sobre otro célebre ministro socialista, también este enfrentado a la línea oficial del partido representada por Felipe González, quien mantendría una apasionada relación amorosa con un torero no menos célebre. Esperpéntico disparate, el del ministro y el torero, que mantuvo a España entera entretenida durante un largo y tórrido verano. Luego vino lo del alcoholismo de Maragall, una bajeza cuidadosamente diseñada hasta sus últimos detalles en un despacho oficial del Palacio de la Generalitat. La réplica de la competencia, que no se haría esperar, fue el ulterior chisme ubicuo sobre la amante supuesta que se habría echado Jordi Pujol en el mismo palacio. Ya en tiempos más recientes, en fin, la pretendida afición desmedida a las prostitutas de cualquier edad, tarifa, pelaje y condición de un miembro del Ejecutivo del Partido Popular se convirtió en interesada voz populi en todas las redacciones de los periódicos. Aunque lo más rastrero en esos menesteres de demoler reputaciones a golpe de bulo lo había llevado a cabo Miguel Sebastián algo antes, cuando mostró ante las cámaras de la televisión la fotografía de una supuesta amiga de un adversario político y padre de familia. El mismo Miguel Sebastián, por cierto, que tanto lloriquea ahora cuando otros iguales que él airean por ahí sus surtidos amoríos caribeños y no se sabe si mercenarios. Permanezcan, pues, atentos a la pantalla: el plato fuerte está al llegar.

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