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José García Domínguez

Merkel y su callejón sin salida

Que iba a ganar Merkel, estaba cantado. Que nada hubiese cambiado de no ganar Merkel, también.

Que iba a ganar Merkel, estaba cantado. Que nada hubiese cambiado de no ganar Merkel, también.

Que iba a ganar Merkel, estaba cantado. Que nada hubiese cambiado de no ganar Merkel, también. A fin de cuentas, a Alemania solo la mueve un único interés que se llama Alemania. Por eso, poco importa quién sea el compañero de baile que complemente la mayoría relativa de la CDU. Llámense socialdemócratas o verdes, lo sustancial persistirá con su presencia en el Gobierno. Como en una tragedia griega, hace un siglo que el destino de Europa depende de Alemania. Y da igual cuanto Europa intente hacer para liberarse de su tutela. Al final, el futuro siempre vuelve a estar en manos germanas. Ni siquiera dos guerras mundiales han logrado acabar con ese fatum. La creación del euro, una necedad gratuita desde la estricta lógica económica, solo puede entenderse a partir de esa clave más amplia. Francia creyó que, difunto el gran gendarme soviético, el euro sería la manera de impedir que el duende del Norte, ya reunificado, escapase por tercera vez de la botella.

Como el euro, también el Mercado Común obedeció a un afán que trascendía lo estrictamente económico. El actual suicidio industrial de los países del Mediterráneo resultaría incomprensible sin tomar en consideración esa dimensión política. Llevamos medio siglo intentado disolver Alemania en Europa. Pero el resultado siempre acaba siendo el contrario: es Europa quien termina confundiéndose con Alemania. Una Alemania cuya idea de la construcción europea se parece muy mucho a aquella EFTA que se inventó Inglaterra en su día. Apenas una mera zona de libre cambio, algo así como el tratado de comercio que liga a Estados Unidos con México y Canadá. Nada que ver con el sueño federal de Jean Monnet. Y de ahí el neomercantilismo de Berlín. Cuando el capitalismo decimonónico, el del imperio del laissez faire, vuelve a dominar el discurso intelectual en Occidente, ellos suben la apuesta. Si Estados Unidos quiere retornar al XIX, Alemania se lanza de cabeza al XVIII.

Luis XIV y su ministro Colbert aplaudirían con las orejas la política económica de Schäuble y el Bundesbank. A fin de cuentas, es lo suyo, enriquecerse a costa del empobrecimiento de los vecinos. Mercantilismo en estado puro. Al respecto, sorprende que tantas personas inteligentes no comprendan lo absurdo del mantra de moda, del "hay que aprender de Alemania". Y es que el modelo alemán no se puede imitar. No entienden que si Alemania crece es a expensas de sus socios. Quien basa su economía en las exportaciones, su caso, necesita que los otros hagan justo lo contrario, esto es, que se dediquen a importar. Así de simple. Una contradicción insalvable, ésa que separa la doctrina oficial de la lógica económica, que conduce a la gran paradoja que deberá afrontar Merkel en su nuevo mandato. Porque si Alemania no cambia de estrategia económica, y nada hace pensar que vaya a hacerlo, a Berlín solo le van a quedar dos salidas. O arriesgarse a que se rompa el euro, lo que conllevaría su ruina. O transigir con lo que más detesta: las transferencias fiscales hacia los malhadados pigs para evitar lo peor. O más Europa o romper Europa, he ahí su dilema.

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