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José Luis Roldán

La corrupción como metáfora

la Junta de Andalucía —que constituye el fenómeno más desviado y aberrante que pueda concebirse— es, sin duda, el mayor filón metafórico.

Del mismo modo en que a la exministra Carmen Calvo le fascinaba la contemplación de las nubes y a Zapatero supervisarlas —cuestión de jerarquía, pericia y tiempo libre—, yo siento parecida debilidad por las metáforas. En el ejercicio de este oficio de voyeur metafórico —que practico privadamente, pero que perfectamente podría desempeñar por cuenta de la Junta de Andalucía en la Secretaría General de Elucubraciones, trasunto del dickensiano Negociado de Circunloquios— tengo observado que la cuestión metafórica es más real que la vida misma.

No me refiero sólo a que nuestra realidad está en el lenguaje; a que el lenguaje es la expresión mermada de una realidad inefable —idea que Borges supo inmortalizar bellamente en dos versos: "Siempre se pierde lo esencial. Es una / ley de toda palabra sobre el numen"—. Lo que quiero decir es que las metáforas —como la vida— dan a uno lo que quitan a otro; llevan en su esencia el germen de la injusticia. Eso se hace muy evidente cuando los usos metafóricos emparentan a hombres y animales. El animal siempre pierde, injustamente; claro que no faltan las excepciones. Por ejemplo, en sus Fábulas para animales, Ángel González refuta a Esopo: "A toda bestia que pretenda perfeccionarse como tal (…), que observe al homo sapiens, y que aprenda"; o Calderón, en La vida es sueño: "Nace el bruto (…) cuando atrevida y cruel, la humana necesidad le enseña a tener crueldad…"; y algunas pocas más.

Lo cierto es que —dejando aparte a Lacan— en nuestro lenguaje nada puede sustraerse a la metáfora. No habría de ser excepción algo que —para bien o para mal; queramos o no— forma parte de nuestra vida: la Administración Pública. Nuestra Administración, que nunca ha gozado de prestigio, posee, por el mismo motivo, un rico y variado acervo metafórico. Su hipertrofia le ha valido la de "gigantesca maquinaria"; su prodigalidad e ineficacia, la de "monstruo insaciable" y "empresa sin dueño"; su burocracia irracional y retorcida el apelativo de kafkiana; su incuria y desidia han merecido que Vargas Llosa la aludiera así: "las legañosas puertas de la Administración"; por el pillaje y la rapiña que practica con impunidad, Alejandro Nieto la bautizó de "lobo con oficio de pastor" y "puerto de arrebatacapas".

A pesar de ello, como hemos dicho antes, la Administración gana; pues no hay palabra que refleje en toda su extensión semántica tan calamitoso estado y proceder. Ya lo dijo Ortega, "el lenguaje no da para tanto. Dice, poco más o menos, una parte de lo que pensamos y pone una valla infranqueable a la transfusión del resto…".

Curiosamente, las metáforas recaen sobre la Administración en justa proporción a su desviación del canon y a su desapego de la ciudadanía. Es decir, en la medida en que la Administración se distancia de la racionalidad, la eficiencia, el servicio y la legalidad, aumenta su alusión mediante metáforas. Y, además, en la medida en que el grado de aberración se incrementa, la fuerza metafórica crece, la metáfora se enseñorea del lenguaje y se hace más áspera y alejada de sutilezas. Es decir, la corrupción en nuestro país es esencialmente metáfora.

Siendo eso así, la Junta de Andalucía —que constituye el fenómeno más desviado y aberrante que pueda concebirse— es, sin duda, el mayor filón metafórico. La Junta es una mina. Ciertamente, acredita una larga trayectoria. Y cuenta entre sus méritos haber renovado lo metafórico-administrativo.

Superó el trasnochado sistema de turnos de la Restauración y transustanció el drama de las cesantías convirtiéndolas en canonjías envidiables. Y, en un paradigmático esfuerzo innovador —que nos colocó en esto a la cabeza de Europa, "la California de Europa"— trocó las tenebrosas covachuelas galdosianas en novísimos tugurios, dotados con vanguardistas sistemas de apertura automática mediante la voz: "Ábrete sésamo".

Pero, en fin, hablar de la corrupción en Andalucía, aun metafóricamente, es prolija tarea, que merece un espacio exclusivo. Seguiremos, pues, otro día.

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