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José T. Raga

Cuando lo correcto puede devenir en fraudulento

Ninguno de los políticamente correctos ha echado la mano al bolsillo para respaldar las necesidades griegas como hay que respaldarlas.

Parece contradictorio. La opinión generalizada se adscribiría, seguramente y con razón, a que lo correcto siempre es correcto, y que no es imaginable que pueda mutar para convertirse en fraude. Me anticiparé a precisar que lo que hoy estoy llamando correcto es algo muy cercano al concepto que se ha instalado en nuestra sociedad cuando se habla de lo políticamente correcto. Algo en lo que no se cree, pero se dice, simplemente, porque queda bien y, con toda probabilidad, agrada al oyente.

Se trata pues de un simple lenguaje, muy lejos de lo que exige una actitud, o de la decisión y firmeza que requiere una posición en la que se empeña el honor del dicente respecto de aquello que está diciendo. Cuando en las altas magistraturas del Estado, cuando en los salones y despachos de las más altas instituciones de la Nación se hablaba con mayor finura y riqueza lingüística, se referían sus protagonistas al lenguaje versallesco, recordando el que era propio de la corte del país vecino allá por el siglo XVIII.

Ni lo que entonces se decía se interiorizaba en el sujeto dicente, mucho menos generaba compromiso alguno en él, ni lo que ahora se dice con menor elegancia, y que se condensa en ese lenguaje políticamente correcto, produce en quien lo expresa el mínimo deber de dar cumplimiento a lo expresado. Queda bien, sí, pero si el interlocutor fía en lo que se le está diciendo, a buen seguro se sentirá defraudado llegada la ocasión.

También es cierto que el ánimo de fraude, de engaño, puede estar en el interlocutor, que usa al dicente políticamente correcto como instrumento para confundir, para engañar a una colectividad más amplia, con quien tiene unos intereses que, a toda costa, trata de proteger. Con lo que uno acaba preguntándose quién engaña a quién.

¿A qué viene esta consideración, se preguntarán? A compartir con ustedes mis dudas al deshojar la margarita de las relaciones entre el primer ministro griego, Alexis Tsipras, y los órganos de la Unión Europea. Que las negociaciones entre ambas partes comienzan desde principios muy opuestos está fuera de toda discusión, lo cual tendría que desembocar en un resultado favorable a las posiciones de Grecia o a las de la Unión Europea. Y ello mediante negociaciones de tira y afloja, que es lo habitual.

Sin embargo, el reciente turismo político de Tsipras parece que pretende demostrar que un conjunto de países están al lado de sus pretensiones, esperando de sus evidencias la coacción suficiente frente a la UE. Su presunción ha hecho gala del llamado respaldo de países como Francia, Italia, Estados Unidos, quizá Austria…

¿En qué consiste el respaldo? En frases y recepciones políticamente correctas. El respaldo que Grecia necesita es de dinero, y ahí, amigo, ninguno de los políticamente correctos ha echado la mano al bolsillo para respaldar las necesidades griegas como hay que respaldarlas.

¿Quién está engañado, o a quién se pretende engañar?

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