
La idea está extendidísima, también en la historiografía de derechas, como un marxismo difuso y empobrecido con respecto al original pero que revela la extraordinaria influencia de esa doctrina en la historiografía y en otras disciplinas. Según el marxismo, la sociedad está dividida en "clases", la mayoría de ellas "explotadas" por la "clase dominante", la cual posee el aparato coercitivo del Estado y difunde una "ideología" (generalmente religiosa, "opio del pueblo") para confundir y mantener sumisos a los oprimidos. Los partidos políticos encarnarían los intereses de una u otra clase, aunque empleen falsas retóricas universalistas de "libertad", "igualdad", "prosperidad general", etc. En definitiva, "la historia es la historia de la lucha de clases", y los partidos y políticos, en las sociedades modernas, sus instrumentos.
Leyendo a Tuñón, Preston, Jackson, Beevor y tantos más, encontraríamos en la España de los años 30 un "movimiento obrero", unos partidos "obreros", otros "populares" o "progresistas", y por fin los representantes de la oligarquía reaccionaria, de los financieros y terratenientes, grandes industriales, obispos, generales, etc. Sorprendentemente, nunca se preguntan por qué la CEDA, supuesta representante de los elementos más retrógrados, llegó a conseguir más votos populares que ningún otro. Se sugiere vagamente que la gente estaría engañada, pero no acaba de entenderse cómo podía dejarse engañar cuando sufría a diario los desmanes de los explotadores y tenía a la vista la masiva y clarificadora propaganda de los partidos "obreros" o "progresistas".
Tampoco resulta inteligible que en lugar de existir un partido "obrero" compitieran por el título al menos cuatro, el PSOE, la CNT, el PCE y el POUM. Y con divisiones muy fuertes en el seno del PSOE, que estuvieron a punto de provocar la escisión en 1936 y la provocaron, de hecho, durante la guerra. Además, aquellos partidos representantes de los obreros y de la emancipación general de la humanidad llevaban sus querellas hasta el intento de aniquilación mutua, masacrándose entre sí en dos guerras civiles dentro de la guerra general. ¿Por qué sería? Los historiadores marxistas o marxistoides no entran en tan espinosa cuestión, contentándose con lamentar el desdichado fenómeno, gracias al cual ganó "el fascismo" o "el bando oligárquico".

Respondí a mi crítico del coloquio que, por supuesto, yo tenía en cuenta los factores mencionados por él, pero los miraba con otros ojos. La pobreza, por ejemplo, no podía haber causado la guerra, pues había bastante más en la España de 1900, o en Portugal, Grecia y casi todos los países europeos de la franja centro-oriental del continente en los años 30, y no sufrieron guerras civiles. En realidad no fue la pobreza, sino la especulación demagógica con la pobreza por parte de unos partidos mesiánicos, lo que impidió abordar el problema de modo razonable y contribuyó al choque fatal.
Todas las sociedades, en todas las épocas, afrontan problemas diversos y por lo común difíciles. Pero no son esos problemas los causantes de las catástrofes, sino las formas erróneas de abordarlos. Y pocas formas más erróneas que las "soluciones de clase". Los partidos y políticos no representan a los pobres, o a los ricos, o al pueblo, sino sólo a sí mismos, y ante los problemas de la sociedad plantean sus soluciones, haciéndose responsables de ellas. Creo que así se entienden mejor los sucesos históricos.
Un problema muy difícil en la República fue el de la miseria campesina, sobre todo en Andalucía y Extremadura. De haber continuado la prosperidad de los años 20, esa pobreza habría ido superándose del único modo posible: la emigración a las ciudades, pues el exceso de población agraria sólo podía vivir en el campo a costa de una penuria extrema. Pero la República coincidió con la depresión mundial, agravada en España por las medidas demagógicas de la izquierda, y las ciudades no daban trabajo suficiente para absorber a los campesinos. La reforma agraria sólo podía servir de paliativo momentáneo, y fue planeada, además, con una incompetencia increíble, bien descrita por el propio Azaña.
Así, el fracaso venía garantizado. Los demagogos izquierdistas, con sus enfoques marxistoides, optaron por envenenar las conciencias creando en la gente unas expectativas desmesuradas y culpando de su imposible cumplimiento a las derechas, a la oligarquía. Fue una siembra permanente del odio y la crispación, y aquellos políticos y partidos tuvieron la responsabilidad correspondiente. Una aparente ventaja de los enfoques marxistas es que difumina esa responsabilidad: todo se reduce a "movimientos sociales" y opciones "de clase". Pero conviene leer al tan loado Azaña y sus precisas descripciones de aquellos políticos "imbéciles", gente "impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta", proclive a "una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta", etc. O sus dicterios contra los marxistas Largo Caballero y Negrín.
En realidad, no existen clases sociales en el sentido imaginado por los marxistas, con "intereses históricos" propios de cada una y antagónicos con respecto a alguna otra. Aunque los roces entre obreros y empresarios abunden en cada negocio, en el plano general unos y otros tienen el mayor interés en la prosperidad de la empresa. Y las libertades políticas y la dignidad individual, lejos de ser "ideología burguesa", constituyen ideales de valor general, tanto para los proletarios como para los patronos.

No hay, por tanto, "partidos de clase". Todos ellos son interclasistas, por seguir con esa falsa terminología. Los autodenominados dirigentes del proletariado o del pueblo fueron casi siempre burgueses, incluso aristócratas, o dejaron el trabajo manual para convertirse en burócratas políticos (Marx, Engels, Lenin, Bakunin, Mao, Ho Chi-min, Pol Pot, Fidel Castro, Gramsci… O, en España, Togliatti, Prieto, Largo Caballero, la Pasionaria, Margarita Nelken, Federica Montseny, etcétera). Y la militancia de esos partidos obreros sólo fue parcialmente obrera, pese a sus ingentes esfuerzos propagandísticos en ese medio. Un poco de sentido crítico haría ver a los marxistas y asimilables que sus enfoques producen auténticos galimatías.
El embrollo se convierte en farsa cuando pretenden que los marxistas y los anarquistas, de común acuerdo con los golpistas republicanos, "defendían las libertades"; y que la guerra civil la engendraron las derechas por oponerse a ellas. Los marxistas y demás en ningún caso podían defender las libertades, "supersticiones burguesas" según ellos: sólo podrían explotarlas para destruirlas cuanto antes. La propia doctrina de la lucha de clases empuja a la guerra civil, y, lo expuso Lenin, un partido comunista es un partido para eso, para la guerra.
Unas fuerzas e ideas que reputan de burguesas las libertades, y por tanto las creen un engaño destinado al "basurero de la historia", llevan a la sociedad, inevitablemente, al enfrentamiento violento; salvo, claro está, si los llamados burgueses no oponen resistencia y aceptan mansamente el fin que les reservan los "emancipadores del proletariado y la humanidad". Por ello esas fuerzas, doctrinas y enfoques atacan radicalmente la democracia. Si los marxistoides razonaran con coherencia admitirían que el PSOE y el PCE de la República querían la guerra civil –así fue, realmente–, pues veían en ella el medio de conseguir sus sublimes objetivos, acabando con la pobreza y la injusticia generadas por el "capitalismo". Lo recordaba César Alonso de los Ríos hace poco. Los enfoques marxistas impiden entender la guerra, traída precisamente por las políticas inspiradas en tal ideología.
Y esos enfoques permanecen hoy, de manera confusa pero fácilmente detectable, en la historiografía y la política de las izquierdas. Y con las mismas consecuencias que antaño. De ellos parten en mala medida las constantes agresiones a la actual convivencia en libertad y la crisis de nuestra democracia. En una conferencia en Rímini señalé la devastación producida por la influencia marxista en el mundo universitario e intelectual de Europa y América. Ha ocurrido un curioso fenómeno: "En los años 60, cuando el fracaso de las promesas y doctrinas comunistas estaba a la vista de todo el mundo, se produjo en las universidades europeas y americanas un resurgimiento del marxismo en diversas versiones, y me parece que hoy sólo estamos empezando a reponernos de él".
UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL: La importancia actual del pasado – Errores de detalle – Los enfoques sentimentales – El enfoque moralista.