Menú
LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

El pesimismo productivo

Si Emil Cioran hubiese nacido en España, hoy no tendría lectores. Hubiese cargado para siempre con el pecado fascista de juventud, y ni siquiera poniéndose en estado de confesión perpetua, como Ridruejo, habría podido librarse de ese sambenito.

Si Emil Cioran hubiese nacido en España, hoy no tendría lectores. Hubiese cargado para siempre con el pecado fascista de juventud, y ni siquiera poniéndose en estado de confesión perpetua, como Ridruejo, habría podido librarse de ese sambenito.
Emil Cioran.
Es cierto que fue miembro de la Guardia de Hierro de Corneliu Codreanu y que fue becario en la Universidad de Berlín en los días del ascenso del nacionalsocialismo. También es cierto que abjuró públicamente de esa filiación, cosa que no hizo su prestigioso paisano Mircea Eliade. Hay que decir que, en ambos casos, ese factor se refleja en las obras correspondientes. Nada en la obra de Cioran hace pensar en un pasado fascista. En cambio, en el caso de Eliade, que no en vano formó parte del Círculo Eranos, fundado por Rudolf Otto, y destacó como historiador de las religiones, hay una constante recurrencia a temas queridos para el esoterismo nazi, en especial, claro está, los vínculos de una parte del pensamiento occidental con el oriental.
 
Vale la pena leer a Cioran. Invito al lector a pedir "Emil Cioran" en Google, porque encontrará allí una generosa porción de su obra, esencialmente aforística. Ahora bien: acaba de aparecer un libro sobre Cioran. Y yo, que soy refractario a las antologías y a los libros de autoría colectiva, me atrevo a recomendarlo. Lo firman Carlos Cañeque y Maite Grau, pero participan en él Fernando Savater, sin duda el español más autorizado para hablar de Cioran; Simone Boué, la viuda de Cioran; los profesores rumanos Matei Calinescu y Ion Agheana, la realizadora rumana Ana Simon y el pensador francés Philippe Garnier. El título: Cioran, el pesimista seductor.
 
No se trata de una improvisación de origen periodístico, sino del generoso don que nos hacen Cañeque y Grau de las conversaciones sostenidas a lo largo de mucho tiempo con las personalidades mencionadas. Está claro que podían haber reelaborado todo ese material en una obra propia, pero han preferido entregarlo como estaba, en la voz de los protagonistas, creando una fuente para la historia del pensamiento. Eso es limpieza y dignidad profesional.
 
También resulta evidente que hay colaboraciones que podrían tener un camino editorial propio y que, sin embargo, están incluidas en este volumen: los diálogos con Fernando Savater, que ocupan las primeras ochenta páginas, son una pertinente y ágil introducción a Cioran, que resultaría no ser la primera: Savater publicó en 1974, en Taurus, Ensayo sobre Cioran, que marcó una larga y fructífera relación entre el donostiarra y el rumano, de muy aconsejable lectura. En este caso, si bien se incide constantemente en el pensamiento de Cioran, Savater nos proporciona un acercamiento a su personalidad, sus manías y sus obsesiones. Las veinte páginas de la entrevista que Cañeque y Grau hacen a la compañera de Cioran, Simone Boué, y que son una auténtica joya, hubiesen podido ser, en manos de un editor menos escrupuloso que Sirpus, el texto de sostén de un volumen iconográfico sobre el pensador.
 
Conste que hasta este momento me he guardado de llamar a Cioran "filósofo". Creo que no lo es, en el sentido de no ser el constructor de una teoría general del mundo, ni un crítico sistemático de todo el pensamiento precedente. Es, sobre todo, un hombre que observa y medita, que saca algunas conclusiones y las escribe. Un pensador, en el muy digno sentido en que también, aunque de otro modo, lo es Ortega.
 
Tal vez sea una manía personal, pero me parece que no es lo mismo un filósofo que un pensador; tampoco es lo mismo un filósofo que un profesor de filosofía: aunque una proporción importante de los filósofos hayan enseñado filosofía, no todos, ni mucho menos, los que han enseñado la materia han sido maestros ni renovadores.
 
Las razones por las que Cioran alcanzó lo que, en ese terreno ambiguo entre el pensamiento y la literatura, podría llamarse "popularidad" están relacionadas sin duda con alguna conexión con el zeitgeist, el espíritu de su tiempo, que es todavía en parte el nuestro. Con la zona más oscura de ese espíritu, la radicalmente pesimista, de la que al parecer no nos hacemos cargo pero que cultivamos gozosos.
 
Escribo esta reseña al volver de la presentación de un libro. Allí dijo Amando de Miguel una cosa que convenía exactamente a lo que yo iba rumiando a propósito de Cioran: "No sé por qué, pero el pesimismo tiene un gran prestigio social". Probablemente, se me ocurrió en ese momento, porque los optimistas han demostrado ser considerablemente estúpidos. Desde Chamberlain hasta Zapatero. Y, como se sabe, la estupidez es terriblemente dañina.
 
Jean-Paul Sartre.Cioran era un hombre excepcionalmente inteligente, y eso hay que reconocerlo aunque no sé esté de acuerdo con él. Lo mismo que sucede con Sartre o con Malraux o con Papini. Pero compartir o discutir las opiniones de Sartre requiere gordos y sesudos volúmenes, mientras que hacerlo con Cioran parece más fácil. Sólo lo parece, pero con eso basta para que el lector acceda a él con mayor tranquilidad. A Cioran no se lo abandona en la página veinte. Es más: crea adicción. Es inteligencia en estado puro, pero con la ventaja de serlo en dosis resistibles. Un hombre que escribe: "Desconfíen del rencor de los solitarios que dan la espalda al amor, a la ambición, a la sociedad. Se vengarán un día de haber renunciado a todo eso", es un hermano desde el principio.
 
Cuando Cioran murió, a los 84, no faltó el imbécil que le reprochara no haberse suicidado. Creían algunos que eso hubiera sido lo coherente con un pesimismo tan esencial. No entendieron que el pesimismo de Cioran era una garantía de vida, lo que sí habían entendido sus muchísimos lectores. Era un pesimismo preventivo, una suerte de vacuna intelectual contra los reveses de la vida, e invitaba a la producción, a la creación, no a la muerte. Cioran no tenía conflictos con la vida, sino con la vanidad, con la retórica, con la soberbia.
 
"Es increíble que la idea de tener un biógrafo no haya hecho desistir a nadie de tener una vida", escribió, y yo lo cito de memoria. Es una frase a la que le he dado muchas vueltas. Por un lado, está la desesperación que ocasiona la certidumbre de que cada instante vivido, en el mejor de los casos, pasa a la historia, se convierte en historia (en el peor, pasa a la nada), queda para ser narrado: sabes que sólo tú puedes contarlo y que lo más probable es que no puedas, que te veas obligado a transmitir tan sólo una representación de ese instante, y sabes igualmente que si lo intentara otro sería aún más imposible. Por otro lado está el propio Cioran aterrorizado ante el otro Cioran, el que con el tiempo habría de inventar la memoria de los demás.
 
El libro de Cañeque y Grau se ha compuesto desde la aceptación de ese riesgo. Hay un Cioran por cada autor, y no considero improbable que esa variedad en los relatos nos acerque más al hombre que fue que un riguroso estudio biográfico con pretensiones de objetividad. De modo que, junto a los ejemplares que uno tenga en su biblioteca de Adiós a la filosofía, Breviario de podredumbre, La tentación de existir o Del inconveniente de haber nacido, conviene tener uno de Cioran, el pesimista seductor.
 
 
CARLOS CAÑEQUE Y MAITE GRAU: CIORAN, EL PESIMISTA SEDUCTOR. Sirpus (Barcelona), 2007, 260 páginas.
 
Pinche aquí para acceder a la página web de HORACIO VÁZQUEZ-RIAL.
 
0
comentarios