David Horowitz, un ex comunista estadounidense y desde hace más de dos décadas un excelente pensador liberal-conservador, ha acometido una empresa peligrosa en su último libro, Unholy Alliance: identificar el antiamericanismo de la izquierda y los continuos apoyos que este movimiento brinda al Islam.
La guerra de Irak fue uno de los frentes donde se pudo percibir que la izquierda moderada comenzaba a asumir los presupuestos de sus huestes más radicales. Que Sadam fuera un tirano no era discutible. Sin embargo, la izquierda empezó a equipararle con Bush por el mero hecho de que el presidente de los Estados Unidos intervino en Irak tras hallar pruebas inequívocas de las peligrosas relaciones entre el terrorismo islámico y aquél. Por un lado, estaban las cuantiosas ayudas que Sadam daba a las familias de los suicidas palestinos (25.000 dólares a cada una) y, por otro, el acogimiento que brindaba a terroristas como Ramzi Yousef tras el primer atentado contra las Torres Gemelas (1993), o la expulsión de los inspectores de Naciones Unidas.
Tanto Carter como Al Gore se opusieron a la intervención en Irak alegando que el presidente estaba focalizando sus fuerzas en un país que no entrañaba peligro alguno para la estabilidad mundial en vez de dedicarse a luchar contra el terrorismo. Al mismo tiempo, acusaban a Bush de apoyar a Israel en el conflicto de Oriente Medio. Parece que el presidente de los Estados Unidos resultaba mucho más peligroso que el propio Sadam Husein. Entretanto, en Irak eran detenidos muchos miembros de Al Qaeda. No obstante, según advertían los progresistas, el motivo de la guerra no era otro que apropiarse del petróleo iraquí.
La oposición pacifista a la guerra de Irak tuvo un éxito increíble a lo largo y ancho del planeta. Lo que Horowitz se plantea es si ese pacifismo era genuino o podía compararse con las acciones pacifistas emprendidas por la izquierda durante la Guerra Fría para derrotar al enemigo del imperio soviético. El autor considera que este movimiento lo dirigen neocomunistas, gente que nunca ha renunciado a sus principios totalitarios pero que siguen siendo venerados como grandes pensadores de la izquierda.
En este repaso a los más importantes voceros del movimiento pacifista antiamericano Horowitz halla antiguos compañeros de viaje, como Herbert Aptheker, quien llegó a tachar de terrorista no sólo a Bush, sino a una leyenda como George Washington. Junto con Aptheker (fallecido en marzo de 2003), otro de los grandes comunistas del siglo XX, el historiador Eric Hobsbawn, ha estado arremetiendo contra el imperialismo de los Estados Unidos.
Hobsbawn era capaz, en 2002, de compatibilizar su crítica a la política americana con elogios a la Unión Soviética: "A fecha de hoy, miro con indulgencia y ternura la memoria y tradición de la URSS". Si un historiador dijera eso mismo de la Alemania nazi sería, con razón, expurgado y reprendido. Pero si, por el contrario, sigue mostrando su debilidad por la Rusia de Stalin puede seguir siendo un célebre pensador dotado de "sensibilidad social".
No es de extrañar, comenta Horowitz, porque la izquierda vive defendiendo un sistema utópico que no se apoya en la realidad. En consecuencia, todas las leyes vigentes son injustas; todas las relaciones, corruptas, y las instituciones, claramente opresivas. Tal y como lo expresó Marx, "todo lo que existe merece morir". Una crítica total implica una solución total, apostilla el autor.
Probablemente, la caída del Muro de Berlín ha sido una liberación para los izquierdistas, porque les exonera de defender un régimen indefendible y les permite dirigir todas sus fuerzas contra el capitalismo, los Estados Unidos e Israel. Es tal el odio de la izquierda a su propio país que buena parte del progresismo norteamericano se opuso a que la gente colgara, tras el 11-S, la bandera americana en sus casas; y es que EEUU había dado, según el profesor Todd Gitlin, "continuas muestras de imperialismo en países como Cuba, Nicaragua o Filipinas".
Sin duda alguna, el libro alcanza su clímax cuando analiza el pensamiento de otro famoso "pacifista" norteamericano, el lingüista Noam Chomsky, uno de los autores más vendidos y leídos en todo el mundo.
Chomsky es capaz de prologar un libro en el que se discute el Holocausto judío y culpar a Estados Unidos de apoyar a Hitler en la Segunda Guerra Mundial; de negar el genocidio de Camboya y vivir en un país como USA, al que tiene por "el mayor Estado terrorista del mundo".
Este sujeto –cuyos libros publica, entre otras, la editorial del entorno batasuno Txalaparta– señaló que los Estados Unidos estaban dejando morir a millones de afganos por medio de la reducción de la ayuda humanitaria cuando, como ha quedado probado, Afganistán estaba recibiendo más víveres que nunca.
Tras el repaso al pacifismo americano Horowitz se plantea analizar el antiamericanismo de la izquierda y compararlo con el que profesan los musulmanes radicales. Según el fundador de Frontpage Magazine, mientras que el islamista radical cree que la institución de la sharia en los países conquistados redime el mundo para Alá, la fe socialista pretende utilizar el poder estatal y los medios violentos para erradicar la propiedad privada y convertir la tierra en un paraíso.
Por este motivo –puntualiza–, la izquierda radical no se toma en serio a los extremistas musulmanes. En el fondo, el socialista cree que la religión islámica es la respuesta al sufrimiento causado por la propiedad privada. Si la revolución acaba con ese sufrimiento, también eliminará la necesidad de la religión. Por tanto, la liberación de la humanidad de la propiedad privada, o lo que es lo mismo, la defenestración de América y el capitalismo occidental hará que los musulmanes fanáticos no necesiten profesar el Islam.
Este ensimismamiento de la izquierda con el Islam se puede apreciar en la defensa de la causa palestina. La apología de Palestina ha llegado a tal punto que deliberadamente se oculta la fiebre asesina de Arafat y los suyos, así como la corrupción del ya fenecido ex líder de la OLP, para fijarse únicamente en las víctimas colaterales que, en ocasiones, acarrean las incursiones del ejército de Israel en los territorios "ocupados".
En un estupendo tour de force, Horowitz resume su brillante ensayo Por qué Israel es la víctima y los árabes los indefensibles agresores para explicar cómo jamás ha existido una conciencia nacional palestina, sino que ésta ha sido fomentada por los Estados arabes con dinero, armas y propaganda al servicio del terrorismo anti-israelí.
A partir de este espléndido resumen de la situación de Oriente Medio, el autor se lanza a desempolvar una serie de casos que la izquierda ha abanderado en apoyo de terroristas islamistas. El primero de ellos es el de Sami al Arian, un palestino que fue juzgado por constituir ONG que canalizaban dinero y captaban yihadistas para el terrorismo palestino.
Al Arian fue defendido por asociaciones de abogados de izquierda como el Centro para los Derechos Constituciones o la ACLU, que llegaron a llamar, con la connivencia de los medios izquierdistas de Estados Unidos, a la desobediencia civil.
Los "amigos de los pobres" también convirtieron en su causa el procesamiento de Omar Abdel Rahman, un terrorista musulmán. Lynne Stewart, una famosa izquierdista americana, representó a Arman, y llegó a justificar las acciones de su cliente con frases como ésta: "No tengo ningún problema con Mao, Stalin o con los líderes vietnamitas, ni ciertamente con Castro, encarcelando a gente que considera peligrosa, porque normalmente la disidencia ha sido utilizada por los grandes poderes para destruir la revolución popular".
Stewart mostró tal sinceridad en sus manifestaciones que ni siquiera tuvo que aclarar que la revolución de Ben Laden coincidía con la revolución del proletariado.
Aparte de incluir multitud de referencias a organizaciones contrarias a la guerra y al pasado totalitario de sus miembros, Horowitz estudia la evolución del Partido Demócrata, que, al igual que nuestro Partido Socialista, ha ido aceptando progresivamente muchas de las ideas de la extrema izquierda. Si Gore daba conferencias ante Moveon.Org, un grupo radical, en las que condenaba la guerra en Irak por "beneficiar a amigos y promotores del Partido Republicano", Kerry recordaba que él se había opuesto en plena Guerra Fría a las "guerras ilegales de Ronald Reagan en Centroamérica".
El libro de Horowitz ofrece muchos más datos que obligan a adoptar una actitud escéptica respecto a la posibilidad de que la izquierda vuelva a ser patriótica y prooccidental. Aunque hemos tratado de condensar lo mejor de esta obra sensacional, recomendamos la lectura urgente del libro, porque retrata la patología totalitaria de buena parte de la izquierda democrática.