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UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL

Los enfoques sentimentales

Los errores de enfoque ocasionan una visión distorsionada de la realidad y, por tanto, multiplican los errores de detalle. Examinaré aquí tres de los más comunes: el enfoque sentimental, el moralista y el marxista, aunque a menudo los tres se mezclan.

Los errores de enfoque ocasionan una visión distorsionada de la realidad y, por tanto, multiplican los errores de detalle. Examinaré aquí tres de los más comunes: el enfoque sentimental, el moralista y el marxista, aunque a menudo los tres se mezclan.
Imagen tomada de www.tendencias21.com.
Muchos hablan, por ejemplo, de la "guerra incivil", simple y vacuo juego de palabras. O insisten en la idea de una "guerra fratricida". Lo fue, en tanto asimilemos los conceptos de compatriota y hermano, y su impresión emocional facilita la reconciliación (si bien la inmensa mayoría se reconcilió ya en los años 50 o antes, ahora parece necesaria una segunda fase, a tenor de los esfuerzos del Gobierno actual y los separatismos por desenterrar las viejas banderías).
 
La idea de una "guerra entre hermanos" la expresan sobre todo las derechas y tiene evidente fondo cristiano; pero, quizá por ello, nunca la ha aceptado gran parte de la izquierda, afecta a interpretaciones tipo lucha de clases. Margarita Nelken (muy admirada por Preston) fustigaba, en escritos incitadores al terror, a gente como "aquel señor que sólo desea el bien de España y que acabe cuanto antes esta lucha fratricida porque –según él afirma–, al fin y a la postre todos somos españoles". Como ella aclara, "cuando la guerra enfrenta no ya a pueblos distintos sino a dos clases antagónicas del mismo pueblo, nada puede haber que exija soluciones tan radicales", y, por tanto, "no hay amistades, ni confianzas, ni parentescos que valgan". Federica Montseny negaba cualquier hermandad, pues las diferencias entre los dos bandos superaban, según ella, a las que pudiera haber entre terrícolas y marcianos. Y para los separatistas vascos y catalanes, autotitulados representantes de pueblos distintos del español, la guerra venía de una nación extraña, aunque resultara en sus regiones tan fratricida como en el resto.
 
El enfoque sentimental es poco útil, y tiende a provocar cuestiones artificiosas como la de si la Guerra Civil fue inevitable o no, considerándola incluso la clave explicativa del conflicto. El historiador García de Cortázar, que, a mi juicio, no acaba de ver la República y la guerra con una perspectiva clara, cae de lleno en ese enfoque. Los sucesos históricos rara vez pueden considerarse inevitables, pero, sea como fuere, ocurrieron, y quizá convenga tratar de entender cómo se produjeron, y no tanto debatir, un poco a la bizantina, sobre lo que pudo haber sido y no fue.
 
En su presentación ('Historia de dos odios') de la serie sobre la Guerra Civil que va publicando El Mundo, el señor García de Cortázar achaca al franquismo el "mito" de la inevitabilidad de la guerra, lo cual ya empuja a los biempensantes de izquierda a rechazarlo. No recuerdo que los franquistas consideraran la contienda inevitable en ese estilo algo metafísico, y a Gil-Robles, autor del libro No fue posible la paz, pocos lo llamarían franquista.
 
Fernando García de Cortázar.El planteamiento empuja a verdades como ésta: para evitar la guerra, "hubiera bastado con que un buen número de españoles no hubiese decidido resolver sus decepciones a cañonazos o revoluciones; hubiese bastado con que un buen número de españoles no hubiera considerado indigno convivir en la misma República y compartir el mismo país". Nadie podrá objetar al aserto, empezando por Pero Grullo. Pero en el mundo real no hubo entonces ese "buen número de españoles", y quizá el historiador debiera preguntarse precisamente por qué.
 
Y cuando, siguiendo esa vía, el historiador concreta esas "verdades", cae fácilmente en la desvirtuación: "Hubiera bastado que los conspiradores militares se hubiesen mantenido fieles al juramento de lealtad a la República". Pero si entendemos por república un sistema legal y democrático y no una invocación palabrera, el juramento carecía de valor en julio del 36, pues para entonces aquella república ya no existía. El régimen, muy gravemente dañado por el asalto izquierdista de octubre del 34, se derrumbó con rapidez desde las elecciones de febrero del 36. Y fueron sus políticos quienes traicionaron su juramento o promesa de guardar y hacer guardar la ley, rebelándose primero contra un Gobierno legítimo y creando o auspiciando después un violento proceso revolucionario. ¿Es posible escribir la historia olvidando o dejando en la penumbra hechos tan decisivos?
 
No choca menos leer: "El socialista Largo Caballero y también Indalecio Prieto pensaron en 1934 que la destrucción de la democracia era irreparable si el fascista Gil Robles llegaba al poder". En absoluto. No tenían el menor interés en la democracia, y sí en una dictadura al estilo soviético. Además, los jefes socialistas sabían perfectamente lo que Besteiro dijo en voz alta: que no existía ningún peligro fascista. Los documentos, hoy bien conocidos, lo prueban irrefutablemente. ¿Puede un historiador prescindir de ellos de esa forma?
 
La sentimentalidad continúa: "En octubre, la huelga general lanzada por los socialistas recorre Madrid y el País Vasco, asalta Barcelona (…) y en Asturias (…) estalla en insurrección popular. Los rebeldes se alzaban desde la miseria y desde el ingenuo convencimiento de una sociedad sin clases, soñando con sepultar aquella otra sociedad que ignoraba sus padecimientos". Esto es un rosario de falsedades, por bien que suene a determinados oídos. Los socialistas no lanzaron sólo una huelga, sino una insurrección armada, que fracasó en toda España (con muertos en 26 provincias) y triunfó por unos días en Asturias. Nada, tampoco, de "insurrección popular", sino planificada por el PSOE como guerra civil. Y los mineros tenían un trabajo duro, pero eran probablemente los obreros mejor pagados de España. Lejos de "ignorar sus padecimientos", la sociedad mantenía con subvenciones unas minas muy poco rentables que les daban empleo. En cambio, había verdadera miseria en Extremadura o Andalucía, y allí casi nadie siguió los llamamientos a la guerra civil.
 
Sigue Cortázar: "Las represalias se extienden a toda España (…) Las derechas gritan que la República estaba traicionando a España, mientras la izquierda más radical identifica la insurrección de Asturias con la sublevación de Espartaco, la Comuna de París…". La realidad, hoy bien documentada, es que hubo muy pocas represalias y una amplia represión judicial, que resultó la menos dura de las represiones a movimientos parecidos en el resto de Europa. Y las derechas –el grueso de ellas–, lejos de gritar lo que dice Cortázar, defendieron el orden constitucional y lo mantuvieron frente al asalto revolucionario y después. Cierto que la izquierda, en cambio, se glorió de su ataque a la democracia burguesa y lanzó una campaña mendaz sobre las atrocidades represivas.
 
Más retórica de ese tipo: "El sueño de Azaña –construir y regir una nación en la que la idea de comunidad civil superase la de la lucha de clases en el corazón de todos los españoles– no consiguió salir del gueto de una minoría ilustrada". Cabe dudar de que la mayoría de los españoles albergara la "lucha de clases" en su corazón: eran ciertos partidos quienes pugnaban por insuflar en ellos el odio "de clase", en nombre de tal o cual mesianismo. La admiración de García de Cortázar por Azaña le impide ver lo que Azaña mismo explicó: que él estaba empeñado en un "programa de demoliciones", especialmente contra la Iglesia, a costa de libertades como las de conciencia, asociación y expresión, y que pensaba hacer de "los gruesos batallones populares", es decir, de los sindicatos extremistas, el instrumento de su plan. Así lo expuso en vísperas de la República, y sus actuaciones respondieron a ese designio hasta el final, si bien resultó él quien sirvió de instrumento a la revolución.
 
Miguel de Unamuno.El mismo estilo encontramos en frases como la pretensión de que Unamuno "causó tristeza y horror en el mundo" al apoyar a los militares alzados. En realidad causó enorme furia en los partidarios del Frente Popular (que no monopolizaban "el mundo"), y alegría en los contrarios. ¿O no existen los últimos para Cortázar?
 
Por resumir y terminar: "Los moderados fueron rebasados por la bullanga revolucionaria de la izquierda más exaltada y la nostalgia clerical, militarista y anacrónica de la derecha más conservadora". El proceso revolucionario resultó muchísimo más que bullanga, y la gran mayoría de la derecha, representada en la CEDA, permaneció afecta a la legalidad hasta casi los últimos momentos del régimen, hasta constatar la inutilidad de sus presiones para que el Gobierno aplicase la ley. En cuanto a los "moderados" (Azaña y los suyos, según Cortázar), colaboraron con el proceso revolucionario ya desde 1933, cuando incurrieron en golpismo al perder las elecciones, y sobre todo cuando volvieron al poder en el 36. La abundante documentación aportada en mi libro 1936: el asalto final a la República deja el asunto bastante claro, y en todo caso a los documentos no puede oponerse una literatura sensiblera. El peligro y la conculcación de la ley vinieron fundamentalmente de la izquierda y los nacionalistas, muy secundariamente de la derecha. Equipararlos supone distorsionar de modo fundamental la visión de la época.
 
Obviamente, el señor Cortázar conoce perfectamente los hechos, pero prefiere soslayarlos y refugiarse en generalidades. Y como él, bastantes otros historiadores de derechas. Sospecho que lo hacen por congraciarse con la izquierda, acaso en aras de una reconciliación que nunca llegará por esa senda. Al final todo queda en expresión de sentimientos fáciles o en jeremiadas triviales, quejumbrosas y pretendidamente lúcidas sobre el sino de los españoles, cuando no sobre la historia y el género humano en general. En España componen todo un género literario, bastante necio y pesado. Valga un ejemplo de Meditaciones en el desierto, un curioso libro de Gaziel saludado con alborozo por la intelectualidad progre:
 
"La historia es una auténtica y espantosa tragedia. El azaroso resultado, siempre imprevisible, no de una lucha noble y claramente desproporcionada entre el bien y el mal, sino de una vil e inmunda mezcla por encima de la cual se despliegan, como espejitos para cazar alondras, las banderas más deslumbrantes y los lemas más puros, mientras por debajo corren desatados, como víboras y escorpiones, el crimen y la traición (…) Historia es pura zoología".
 
Perfecto. Sólo cabe una observación: quien así escribe, ¿se considera la excepción o una parte de ese truculento panorama? ¿Se cree por encima de la historia, como juez de ella, o entra en el catálogo de víboras y escorpiones? Creerse por encima parece una vanidad ridícula, y formar parte de tal "zoo" vuelve muy dudoso el juicio expresado.
 
 
UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL: La importancia actual del pasado Errores de detalle.
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