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Luis Herrero

La ventana

Si no hay un mínimo entendimiento entre el Gobierno y las comunidades autónomas, la cacerolada desde las ventanas será contra toda la clase política.

Si no hay un mínimo entendimiento entre el Gobierno y las comunidades autónomas, la cacerolada desde las ventanas será contra toda la clase política.
Una mujer asomada en la ventana de su vivienda en Orense. | EFE

El ejercicio trivial de abrir una ventana suele tener efectos beneficiosos. Solemos hacerlo, en circunstancias normales, para ventilar una habitación que lleva cerrada demasiado tiempo, para boquear un poco de oxígeno o buscar la caricia de un rayo de sol; para asomarnos al bullicio de la calle, donde late el pulso de la vida, o a un paisaje campestre o marino —si somos más afortunados—, donde se percibe el rastro de un mundo más habitable. La ventana suele ser la metáfora de la libertad y la luz, y el antónimo de la desesperanza y la oscuridad. El gesto de abrir las ventanas se asocia a la idea de vivir, de darle amplitud a nuestras ambiciones humanas, de remover el polvo, de contemplar el futuro.

Durante estos días, sin embargo, las ventanas nos traen noticias inquietantes. Noticias de calles desiertas donde no late la vida, sino el miedo, o de paisajes tan lejanos que ni siquiera estamos seguros de volver a pisar. En algunos edificios se distinguen a veces las siluetas, recortadas al contraluz, de personas condenadas a una suerte que no depende de ellos. Ni su esfuerzo, ni su talento ni sus recursos les sirven de mucho en esta situación de confinamiento forzoso. Para acortar la prueba no pueden hacer nada más que obedecer a rajatabla y confiar en las decisiones de otros. Tal vez sea eso lo peor de todo: las ventanas nos muestran como seres inermes a merced de gobernantes que no saben muy bien lo que hacen.

Es verdad que de algunos balcones cuelgan pancartas que invitan a la resistencia y que a las ocho de la tarde son muchos los españoles que salen a aplaudir a los sanitarios y a los policías que se juegan su vida para defender la nuestra. Ellos son nuestros héroes. Pero pensémoslo bien: si lo son es precisamente porque las carencias del sistema les convierten en luchadores indefensos que deben combatir la peor pandemia que se recuerda sin las armas adecuadas para sobrevivir. No participan en una contienda justa. Nuestra ovación hacia ellos es, al mismo tiempo, un clamor de airada indignación contra la incapacidad de quienes les mandan a una pelea temeraria.

Desde hace algún tiempo miro a las ventanas con recelo. A través de ellas solo percibo resignación, soledad, parálisis, temor y silencio. Y, de todo, es el sonido de ese extraño silencio lo que llevo peor. No es un silencio natural. Es el que se escucha en la jungla cuando se presiente un peligro. Un silencio pavoroso, tremendo, tan estremecedor como el que despertó en mitad de la noche a todos los turistas que dormían en sus bungalows el día que se congelaron las cataratas del Niágara. El único ruido que llega a través de mis ventanas es el de los vítores a los gladiadores que acuden a trabajar diariamente como si fueran al circo, o el de las cacerolas bramando contra la acción del Gobierno.

Particularmente, esas caceroladas no me dicen nada. Aunque es verdad que son protestas contra este Gobierno, no creo que hubieran dejado de escucharse si el Gobierno hubiera sido otro distinto. Estos días he leído un informe que previene sobre un atajo mental que los ciudadanos solemos utilizar en momentos como estos. Los expertos lo llaman "sesgo de confirmación". Según parece, durante las crisis, los seres humanos tendemos a reafirmarnos en nuestras propias creencias y a combatir las contrarias con más vehemencia de lo habitual. Las posturas se extreman. Los detractores de Sánchez agitan los peroles con la misma rabia con que lo harían los de Casado si fuera él quien estuviera en Moncloa.

No sería ningún drama si no fuera porque la decisión de promover una polarización partidista en una situación como la actual puede causar muertos. Si no hay un mínimo entendimiento entre el Gobierno central y las Comunidades Autónomas a la hora de promover la desescalada asimétrica que anunció ayer el presidente Sánchez, el ruido dominante que llegará a través de las ventanas no será el de una pequeña cacerolada contra un Gobierno inútil, sino el de una una mucho mayor contra toda la clase política. Por eso es tan importante que la reunión telemática entre Casado y Sánchez no se salde con un fracaso absoluto. Si no se ponen de acuerdo en la reconstrucción, que lo hagan al menos en la minimización de los daños. Nos va en ello la vida.

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