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Luis Herrero

¿De qué se reía la izquierda?

El PSOE gobernaba en cinco CCAA y seguirá gobernando en cinco. ¿Dónde está ese avance en el poder territorial socialista del que hablan algunos?

Si damos por buena la idea de que las elecciones de ayer eran el partido de vuelta de las del 28 de abril, conectar ambos resultados es inevitable. En las generales, España se retrató a sí misma como un país dividido en dos hemisferios ideológicos de tamaño idéntico. Cada bloque —el de la izquierda y el de la derecha— cosechó once millones de votos. Sin embargo, la ley electoral hizo que el reparto de escaños no reflejara la igualdad verificada en las urnas. La fragmentación de la derecha permitió que la ley d’hont beneficiara a la izquierda. Sobre todo, al PSOE. Sánchez se asomó a ese espejo cóncavo y ofreció una imagen agrandada —pero distorsionada, después de todo— de su medida electoral.

Los resultados del 28 de abril, sin embargo, arrojaban pronósticos menos halagüeños para Pedro Sánchez en las elecciones municipales y autonómicas, donde el tamaño de las circunscripciones garantizaba la proporcionalidad del voto. El PSOE, según la extrapolación de los datos, corría el peligro de perder las Comunidades Autónomas de Aragón, Castilla-La Mancha y Extremadura y ciudades tan importantes como Madrid, Valencia o Zaragoza. Sánchez desestimó ese riesgo y encaramado a lomo de unas encuestas que han vuelto a fallar más que una escopeta de feria, vendió la expectativa de que en el partido de vuelta —las elecciones de ayer— iba a dejar a la derecha fuera de combate. Se hablaba incluso de victorias sanchistas en Castilla-León, Murcia y Madrid, donde el PP gobierna desde hace decenios.

Ayer, la izquierda salvó con holgura el riesgo de perder Castilla-La Mancha y Extremadura (por cierto, dos comunidades autónomas tradicionalmente críticas con la política de Pedro Sánchez) y retuvo por la mínima la ciudad de Valencia. Pero perdió Aragón (si medimos el resultado por el tamaño de los bloques) y las alcaldías de Madrid y Zaragoza. La mitad de sus objetivos se fueron al traste. Y, por supuesto, la ensoñación tezanista —¡menuda mierda la encuesta del CIS!— del triunfo del PSOE en Castilla-León y Murcia se rompió como un cántaro de leche. Los datos son tozudos: los socialistas gobernaban en cinco de las comunidades autónomas donde ayer se celebraban elecciones y seguirá gobernando en cinco (permutan Rioja por Aragón). ¿Dónde está ese avance en el poder territorial socialista del que hablan algunos?

Si Sánchez quería —y desde luego, quería— aplastar a la derecha, ha fracasado. La derecha defendía otras cinco Comunidades Autónomas y ha salido de las urnas con resultados favorables en cinco (permutan Aragón por Rioja). Está por ver qué pasa en Navarra y Canarias. ¿Dónde está el retroceso en el poder territorial del PP que festejan los volatineros mediáticos de la izquierda? En cuanto a las alcaldías de las capitales de provincia, los resultados hablan por sí mismos: la derecha gobernará en seis de las nueve de Castilla y León, cinco de las ocho de Andalucía, tres de las cinco de Castilla-La Mancha, tres de las tres de Aragón, una de las tres de Valencia, dos de las dos de Extremadura, una de las dos de Canarias, y una de una en Madrid, Cantabria, Murcia, Rioja, Navarra, Ceuta y Melilla.

Teniendo en cuenta que el en País Vasco y Cataluña ni estaba ni se le esperaba, el único varapalo notable de la derecha se ha producido en Galicia. La izquierda gobernará en las cuatro capitales de provincia, además de Santiago y Vigo. Si alguien del PP salió de la contienda de ayer gravemente chamuscado, ése fue Núñez Feijóo. En el caso de que tuviera la guadaña afilada para segar el cuello de Pablo Casado hará bien en devolverla al aparador. El líder del PP sale fortalecido. Mejora los resultados de hace veintiocho días (en número de votos y en porcentaje) a pesar de que hubo cuatro millones de votantes menos, retiene la Comunidad de Madrid, gana la capital de España, aleja a Ciudadanos de su rueda y conserva, grosso modo, el poder territorial que tenía.

No se puede decir lo mismo de Rivera y Abascal. Ciudadanos no tiene opción de gobernar en ninguna Comunidad Autónoma y en ninguna capital (salvo que permute con Lambán la alcaldía de Zaragoza por el gobierno regional), y ha perdido un millón cuatrocientos mil votos en veintiocho días. A Abascal aún le ha ido peor: ha perdido la mitad de su electorado. Es verdad que ambas formaciones son sumandos imprescindibles para desplazar a la izquierda de muchos gobiernos —municipales y autonómicos—, pero eso no debe disfrazar su tremendo fracaso. El de los dos. Las dos pinzas de la tenaza que amenazaba con cascar al PP para heredar su caudal político, una por su izquierda y otra por su derecha, han pinchado en hueso. El riesgo del sorpasso se diluye y el crecimiento de Vox invierte vertiginosamente su trayectoria.

De todas formas, el gran perdedor de la noche fue, sin duda, Pablo Iglesias. Ha perdido un millón y medio de votos, ha sido desalojado de todas las alcaldías del cambio (salvo Cádiz), ha desaparecido de Castilla-La Mancha, ha sido vapuleado por sus dos grandes antagonistas —Iñigo Errejón en Madrid y "El Kichi" en Cádiz— y su cosecha de escaños solo le es útil al PSOE en Asturias y Rioja. Con esa magra dote tendrá que convencer a Sánchez de que le deje entrar en el Gobierno, suponiendo que antes no tenga el gesto de dignidad de dimitir de la presidencia de su partido, que es lo que exige el decoro democrático tras un fracaso de esa envergadura. Al PSOE se le ha hundido su socio preferente. ERC y PNV, en cambio, se han hecho más fuertes. ¿Alguien me puede explicar de qué se reía la izquierda hace veintiocho días?

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