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Luis Herrero

El riesgo del desánimo

La bala de plata de Sánchez en los momentos más duros de la partida frente a Iglesias y Junqueras será esgrimir el espantajo de las urnas.

La bala de plata de Sánchez en los momentos más duros de la partida frente a Iglesias y Junqueras será esgrimir el espantajo de las urnas.
Pedro Sánchez durante su reunión en Moncloa con Pablo Iglesias. | EFE

Cuando llegue el momento de la verdad y los negociadores se sienten cara cara, con todas las cartas boca arriba, la amenaza implícita de la repetición electoral penderá como una espada de Damocles sobre las cabezas de Iglesias y Junqueras. Sin su concurso no hay investidura, ni Presupuestos, ni estabilidad. ¿Pero podrán hacer valer esa baza para llevar al PSOE donde él no quiera estar? ¿Será suficiente para que Podemos obtenga asientos en el Consejo de ministros o ERC consiga el referéndum? La bala de plata de Sánchez, en los momentos más duros de la partida, será esgrimir el espantajo de las urnas.

Dijo Rufián el otro día que no entraba en sus planes darle una segunda oportunidad a la extrema derecha para que mejorara sus resultados. A los podemitas tampoco les conviene otro paseo por la cuerda floja. Podrían salir peor parados que el 28 de abril. A Sánchez, en cambio, la idea de repetir las elecciones, si sus socios se suben a la parra, no le inquieta demasiado. Al revés. Puede ser que incluso le venga bien si el 26 de mayo acredita que sigue en línea ascendente. De ahí que los socialistas miren al futuro con cierta tranquilidad. No parece que la investidura corra peligro.

Pero eso no significa que la legislatura vaya a ser pan comido. Ninguna iniciativa legislativa, absolutamente ninguna, puede salir adelante con los votos exclusivos del PSOE. Sin refuerzos a su izquierda, el bloque de la derecha le puede. El culebrón Iceta ha puesto de manifiesto, además, que los independentistas están dispuestos a hacer caja en cada transacción. Si por hacer senador autonómico al primer secretario del PSC el precio de salida que han puesto ha sido el de dejar en libertad provisional a los presos del procés, imaginemos qué pedirán a cambio de no tumbar por segunda vez los Presupuestos Generales del Estado. Que la legislatura dure más o menos, está en sus manos. Que mientras dure haya mucho o poco lío, está en sus manos. Qué el lío que haya encabrone o no la atmósfera política, está en sus manos.

Hay quien dice que el proyecto de nombrar a Iceta presidente del Senado responde el propósito de garantizar que nunca más, mientras Sánchez presida el Gobierno, se aplicará el artículo 155 de la Constitución. ¿Pero es sensato garantizar algo así? ¿Qué pasa si los independentistas catalanes vuelven a las andadas de aprobar leyes de desconexión, convocar consultas ilegales y proclamar declaraciones unilaterales de independencia? ¿Se quedarán el Gobierno y el Senado cruzados de brazos? Insisto: que la atmósfera política vuelva a ser tan tórrida como en septiembre y octubre de 2017 sigue en manos de Junqueras y Puigdemont. La conclusión es palmaria: ¿qué clase de Gobierno es ese que no puede garantizar ni la duración de la legislatura, ni su estabilidad, ni su temperatura?

Si yo fuera el Iván Redondo de la derecha trataría de trasladar esta idea a todos los electores que se agruparon en torno al PP, Ciudadanos y Vox el 28 de abril para que adquieran conciencia de lo que está en juego el 26 de mayo: con lo que tiene ahora mismo, Sánchez está condenado a ser un presidente del gobierno castrati, sin gravedad. Pero si en las elecciones autonómicas y municipales consigue lo que ahora no tiene, si gana alcaldías que pueda intercambiar con Podemos para que Iglesias deje de dar la matraca con lo del Gobierno de coalición y obtiene el control de todas las Comunidades Autónomas que pueden contrapesar sus políticas de asfixia fiscal, el castrati se convertirá en tenor y tendremos divo para muchos años.

Diga lo que diga el CIS, los españoles hablaron bastante claro el 28 de abril y apostaron, en siete de las 12 autonomías que están en juego —y en capitales tan importantes como Madrid, Zaragoza o Valencia— por soluciones políticas de centro derecha. Si no hay desánimos abstencionistas, ni batallas tribales disuasorias, ni grandes pifias de última hora, el partido de vuelta puede equilibrar la eliminatoria. Todo depende del hambre de victoria. Si con la izquierda más movilizada que nunca hay opciones para poder derrotarla, que el propósito se cumpla solo depende de que la derecha salga el campo como si fuera el Liverpool. Para emular al Barça ya está la plantilla original.

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