En el mundo árabe rige la ley del más fuerte, dice el imprescindible Lee Smith en su impagable The Strong Horse, que se abre con esta cita de Ben Laden:
Cuando le gente ve un caballo fuerte y otro débil, naturalmente se decanta por el fuerte.
Barack Obama piensa que su caballo está de más en esos pagos, así que quiere ponerlo de vuelta a casa. Y que lo aplaudan por ello, incluso o sobre todo sus enemigos.
Pero sus enemigos tienen otros planes.
Sus enemigos, que son los nuestros, lo quieren de vuelta a casa pero humillado y ofendido, con su corcel América convertido en el jaco desfondado AmériK.O. Por eso le andan lanzando dentelladas tremendas, coces feroces.
¿Qué hará ahora Obama? ¿Volver grupas y plantar cara?
Vaya panorama. No lo va a tener fácil, haga lo que haga. Principalmente, por lo mal que lo ha venido haciendo. Ha reñido a América por, precisamente, ser el strong horse, ¡en la tierra de los strong horses!; incluso ha venido a pedir perdón. Lo ha debilitado, entrenándolo menos, alimentándolo peor, desorientándolo; y a la vez ha permitido que los enemigos reforzaran sus cuadras. Para colmo, ha afrentado, despreciado, ninguneado a sus amigos; a alguno incluso lo ha dejado a los pies de los caballos de los malos, con el cráneo partido en mil pedazos.
Sus amigos. Los que le quedan –y cómo quedan–, ¿seguirán confiando en él? ¿Querrán vigilarle la espalda? ¿Se atreverán a dársela?
Le queda la otra opción, seguir el camino de vuelta a casa y cumplir el sueño de papá: encerrar a América en su establo y proclamar la victoria de la tropa antiimperial. Pero entonces... entonces igual el sueño se convierte en pesadilla y el pasado lo arrolla con su terrible moraleja: para el que huye no suele haber puente de plata sino sumisión, horca o cuchillo. No habrá paz para los replegados.