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Mario Noya

Arab Lives Matter en Israel: "Estamos en guerra"

En las calles del sector árabe, "unos van con armas y otros van con miedo".

En las calles del sector árabe, "unos van con armas y otros van con miedo".
The Abraham Initiatives

El segurísimo Israel tiene un formidable problema de seguridad en el denominado sector árabe, conformado por ese 21% de la población responsable nada menos que del 71% de los asesinatos que se cometen en el país (125 en 2019).

Faltan dos meses largos para que acabe 2021 y en el sector árabe (SA) ya se han registrado 100 muertes violentas, tres más que en 2020 y… casi el doble que en 2013 (58). La situación es especialmente acuciante en el norte, donde el 90% de los tiroteos y el 80% de los robos se producen en las comunidades árabes, que apenas albergan a la mitad de la población de la zona (1,3 millones).

En Israel, es mucho más probable que un árabe muera a manos de otro árabe que en un enfrentamiento con la Policía. En Israel, la criminalidad interárabe se cobra más vidas que las operaciones antiterroristas en la Margen Occidental/Cisjordania/Judea y Samaria. En Israel, en las calles del SA, "unos van con armas y otros van con miedo", dice Naser Barabra, de la localidad de Tayibe, en el controvertido Triángulo árabe-israelí: el otro día, en la fiesta prenupcial por la boda de su hijo Amir, un pistolero irrumpió en el recinto y mató a Alaa Sarsur (albañil, 25 años) e hirió a otros cinco invitados. Pese a que se le detuvo enseguida (circunstancia extraordinaria, pues la impunidad es la norma: en 2019 hubo más de 3.300 tiroteos pero sólo imputaciones judiciales en el 5% de los casos), nadie declaró en su contra.

"Es traumático", confiesa Jalil Yaraisy, joven ingeniero civil de Nazaret que, tras escuchar un tiroteo mientras se dirigía a la panadería de su barrio, se dijo que con protestar en las redes sociales no alcanzaba y creó una app, Crime Around, que pretende mapear la criminalidad para prevenir a la ciudadanía y alentar/presionar a las autoridades para que cumplan con su deber.

Protestar en las redes no alcanzará pero sin duda es esencial, debió de pensar Sheren Falah Saab, joven bloguera que, el mes pasado, luego de otras dos muertes violentas en el SA, tuiteó "Arab Lives Matter"… en hebreo, para que se diera por aludido el país entero, empezando por la mayoría judía. Sheren se inspiró en el BLM (anti)americano; pero, a diferencia de lo que sucede en EEUU, los protestatarios en Israel no están pidiendo menos sino más policía, una policía a la que no se le recorte el presupuesto sino que cuente con todo lo necesario para atajar una criminalidad que está causando estragos en las comunidades árabes. "Quiero que la Policía haga su trabajo como es debido. Basta ya", clama Muna Jalil, que perdió a un hijo por la violencia el pasado junio.

Muna no está sola, son muchas las munas que urgen a las autoridades a tomar medidas contundentes. El año pasado hubo una marcha de madres-munas desde Haifa hasta Jerusalén. En fechas recientes ha habido concentraciones ante dependencias oficiales y aun ante domicilios de ministros como el de Seguridad Pública, el laborista Omer Bar Lev, que ha aprovechado la ocasión para arremeter con dureza contra los Gobiernos precedentes por "décadas de abandono, desinterés y temor a afrontar los problemas del sector árabe" y manejarse con la presunción de que, "mientras se maten entre sí, será su problema". "Todos los días hacen planes y promesas, él incluido", desconfía Watfa Yabali, otra muna, "y luego en las noticias informan de un nuevo asesinato, y otro, y otro".

"Estamos en guerra", ha proclamado el ministro de Justicia, Gedeón (= "destructor" en hebreo) Saar, para quien la violencia en el SA es una amenaza de primer orden, superior a la que entrañan Hamás y Hezbolá, porque está "socavando los fundamentos del Estado de Derecho" y tiene el potencial de hacer saltar por los aires la sociedad israelí en su conjunto. Por eso quiere implicar al Shin Bet, el FBI local, en la lucha contra un fenómeno alimentado por los enfrentamientos entre clanes, la violencia intrafamiliar (crímenes de honor incluidos), las disputas por la tierra y el poder que han ido acumulando las mafias dedicadas a la protección de negocios y la usura. Para colmo, se trata de un fenómeno harto susceptible de palestinizarse: los graves disturbios registrados en mayo no sólo en el SA sino en ciudades de población mixta (árabe y judía) como Lod y Ramla con ocasión del último enfrentamiento abierto entre Israel y Hamás en Gaza no los ha olvidado nadie.

El primer ministro, Naftalí Bennett, promete pasar a la acción y librar una "lucha incesante, constante y persistente, con toda la fuerza, contra el crimen y la violencia en el sector árabe". Porque "estamos perdiendo el país".

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El académico Gil Troy, autor del monumental The Zionist Ideas, se muestra igualmente preocupado pero, sionista al fin y al cabo, esperanzado, al punto de ver en la presente crisis una oportunidad excepcional. Troy, que tiene gran confianza en el Gabinete Bennett, le pide visión de conjunto y que aborde el problema de la violencia en el SA de arriba abajo (yendo con todo a por los peces gordos del crimen organizado), de abajo arriba (mostrando tolerancia cero para con el vandalismo y la microdelincuencia); que apueste fuerte por la inversión en infraestructuras urbanas y directamente se vuelque en empoderar a la propia comunidad árabe-israelí, que puede aportar mucho al país tanto en el exterior, sirviendo de auténtico "puente vivo" con los países del entorno, especialmente con los signatarios de los Acuerdos de Abraham, como en el interior, donde ve perfectamente posible que desempeñe un papel tan fundamental y positivo como el de la comunidad judía en el país del propio Troy, los Estados Unidos de América (pero actualmente reside en Jerusalén).

"En resumidas cuentas: los árabes de Israel deberían adoptar las mejores cualidades de los judíos norteamericanos, orgullosos de sus identidades distintivas, altamente capacitados, extremadamente ambiciosos y con gran compromiso cívico, leales al país en el que nacieron y al que tanto han contribuido", propone Troy, que, lejos de temer por el refuerzo de la identidad árabe-israelí, considera que esto puede dar estabilidad al proyecto sionista.

El autor de Why I Am a Zionist no dice lo que dice, que hay que generar un círculo virtuoso de civismo y aprovechar los vientos de cambio dinámico que han traído los Acuerdos de Abraham, por mero oportunismo ni para bailar el agua a los gurús de las relaciones públicas, sino por puro convencimiento. Que expresa así:

La imagen de Israel no mejorará: los odiadores nos odian porque son odiosos. Pero sí se mejorará la vida de millones de personas y se obrarán maravillas en el espíritu nacional.

© Revista El Medio

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