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Mario Noya

Menos lobos, CaperuCIA

La caída de Mosadeq fue un asunto "entre iraníes". El papel norteamericano fue secundario… y no muy lucido, por decirlo suave.

La caída de Mosadeq fue un asunto "entre iraníes". El papel norteamericano fue secundario… y no muy lucido, por decirlo suave.

"La CIA dirigió el golpe de Estado que derrocó a Mosadeq en Irán", voceaban los medios el otro día, haciéndose eco del contenido de un documento de la Agencia recién desclasificado y que literalmente dice:

El golpe militar que derrocó a Mosadeq y su Frente Nacional fue llevado a cabo bajo la dirección de la CIA como un acto de política exterior de los Estados Unidos.

Menos lobos, CaperuCIA.

Como dice Ray Takeyh en este artículo extraordinario, la caída de Mosadeq fue un asunto "entre iraníes". El papel norteamericano fue secundario… y no muy lucido, por decirlo suave.

La Internacional Progresista ha conseguido asentar como verdad evidente el mito pergeñado por el agit-prop soviético del derrocamiento del tan querido por su pueblo Mohamed Mosadeq, campeón del anticolonialismo que pagó así de caro el haberse convertido en adalid de la nacionalización del petróleo iraní, entonces en manos británicas. Mito que tardó lo suyo en cobrar forma, no crean: según refiere Amir Taheri en su magistral The Persian Night, data de 1960, nada menos que siete años después de los hechos.

Los hechos. Despiecémoslos.

Mohamed Mosadeq no era ningún outsider del arroyo, como podría pensar cualquier desavisado. Miembro del clan Qajar, que abasteció a Persia de sahs desde el siglo XVIII hasta 1925, pertenecía al Majlis desde 1920 y había sido nombrado primer ministro por Mohamed Reza Pahlevi en 1951, con un abrumador respaldo parlamentario.

En cuanto a su afición a las nacionalizaciones, era un vicio bastante extendido en aquella época, no en vano lo practicaba con fruición su enemigo cordial, el Reino Unido de la Gran Bretaña laborista y estatólatra. Que sin embargo no estaba muy por la labor de que los iraníes hicieran lo propio con el petróleo de su subsuelo. "Tanto Truman como Eisenhower reconocían los errores de la estrategia británica en la era del nacionalismo poscolonial y presionaron a Londres para que accediera a las legítimas demandas de Irán", refiere Takeyh. De hecho, añade, los diplomáticos norteamericanos se pasaron tres años tratando de poner a las partes de acuerdo.

Pero no hubo manera. Entre otras razones, por culpa del "éxito" de Mosadeq el pendenciero. La paradoja corre por cuenta de Takeyh y él mismo la explica:

La retórica absolutista del primer ministro y sus promesas de poner fin a la influencia británica crearon unas condiciones que militaban contra una resolución juiciosa de la crisis. Cuanto más galvanizaba a sus compatriotas e inflamaba a la opinión pública, menos posibilidades tenía de alcanzar un acuerdo.

Tanto tensó la cuerda el Dr. No –así le llamaban sus detractores desde bastante antes por su hipercriticismo–, que los británicos decidieron jugar la carta del embargo petrolero. Ese as de bastos descalabró por completo la economía iraní e hirió políticamente de muerte a Mosadeq, que cuando le vinieron mal dadas dejó de ser el campeón del constitucionalismo para convertirse en un liberticida de rompe y rasga. "Forzó referéndums, amañó elecciones y trató de hacerse con el control de las Fuerzas Armadas", describe Takeyh su huida hacia delante, jaleada por Moscú, que pasó de tacharle de agente del imperialismo yanqui a considerarlo el sosias persa de Alexander Kerensky, involuntario padre putativo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

1953 estaba siendo un annus bastante horribilis para Irán, también o sobre todo para Mosadeq, al que se le abrían grietas incluso en el Frente Nacional (FN). Así las cosas, Fazlalá Zahedi, senador, general de división retirado, exministro del Interior del Doctor No –de quien además era pariente–, se ofreció como solución de orden a unos Estados Unidos en agitación permanente por la Guerra Fría –que quemaba en la Península de Corea– y harto preocupados por las convulsiones que estaban sacudiendo a un país tan importante para ellos en términos estratégicos, con sus descomunales reservas de gas y petróleo y fronterizo con la Unión Soviética.

Operación Ajax

Fue entonces que la CIA y el MI6 propusieron la Operación Ajax, con la idea de conseguir que el sah hiciera uso de sus prerrogativas constitucionales y apartara del Gobierno a Mosadeq, que entre tanto se había hecho adicto a los poderes de emergencia y a las políticas de acoso y derribo contra el propio monarca. Para nada descartaron el juego sucio en la batalla de la propaganda: por eso pintaron a su objetivo como un corrupto ávido de poder, aventaron el infundio de que era judío –lo que, comenta el imprescindible Lee Smith, dice mucho del antisemitisimo ambiental en el Medio Oriente… y de "los prejuicios de la CIA en aquellos tiempos"– y pergeñaron documentos que conchababan al FN con el partido comunista Tudeh para la instauración de una democracia popular como las que padecían los países europeos enfeudados a la URSS. A todo esto, la calle ardía: el 21 de julio los comunistas celebraron en Teherán una manifestación antimonárquica, antiamericana y prosoviética que movilizó a unas 100.000 personas, cifra veinte veces superior a la que se manejó para una protagonizada poco antes por el FN.

Finalmente el sah decidió destituir al mucho más populista que demócrata Mosadeq (Taheri dixit) y sustituirlo por Zahedi. Haciendo uso de sus prerrogativas constitucionales, el 16 de agosto envió al comandante de la Guardia Imperial, coronel Nematolá Nasiri, a la residencia del primer ministro para comunicarle su decisión. "Parece que Mosadeq fue alertado por miembros del Tudeh infiltrados en las Fuerzas Armadas" (Takeyh), así que Nasiri no sólo no pudo entergarle el mensaje real, sino que fue apresado junto con sus hombres por tropas leales a aquél.

¿Quién se rebeló contra la autoridad? ¿Quién fue el golpista, pues?

A diferencia de lo ocurrido sólo un año antes, cuando destituyó a Mosadeq para, cinco días y 29 muertos más tarde, con una tensión social tremenda, devolverlo al poder, el sah se marchó al extranjero. Zahedi optó por esconderse y la CIA cantó velozmente derrota. "La operación se ha intentado, pero ha fracasado". "Ahora –le dijo al presidente Eisenhower su ayudante Walter Bedell Smith– tenemos que adoptar una mirada completamente nueva sobre la situación en Irán y probablemente arrimarnos a Mosadeq, si es que queremos salvar algo".

"Una reacción inesperadamente fuerte"

Zahedi no se rindió tan pronto. Mientras los seguidores de Mosadeq y los matones del Tudeh derribaban estatuas de Reza Pahlevi y basureaban a pequeños comerciantes, clérigos y gente corriente y moliente, él se volcó en informar a sus compatriotas de lo que había pasado (la destitución de Mosadeq, su nombramiento como jefe del Gobierno, la rebelión de Mosadeq) y en asegurar la fidelidad de los altos mandos militares al sah.

A rebufo, la CIA pagó entonces a unos cuantos bribones para que agitaran la ya agitadísima calle, y hasta organizó concentraciones menores. No hacía falta. Mosadeq y sus compañeros comunistas de viaje concitaban por sí solos la animadversión de incontables iraníes, que por supuesto no se privaron de ponerlo de manifiesto en protestas masivas a la mayor gloria del sah.

Mosadeq el usurpador quiso echar mano de los militares en esa hora crítica, pero los militares no le secundaron en su empresa sediciosa. La Agencia, que ahora pide perdón o se chulea, estaba descolocadísima, no daba crédito:

Una reacción popular y militar inesperadamente fuerte contra el Gobierno del primer ministro Mosadeq ha resultado, según los últimos despachos desde Teherán, en la práctica ocupación de la ciudad por fuerzas que profesan lealtad al sah y a su designado primer ministro Zahedi.

Mosadeq acabó por rendirse. Fue él mismo al cuartel general de Zahedi, "donde se le trató con cortesía y respeto", puntualiza Takeyh, que a continuación remacha:

El golpe que generaría tanta controversia no fue tanto una conspiración norteamericana como un acto de reafirmación de las clases tradicionales iraníes, alarmadas por la radicalización de la vida política nacional. La calle, en la que había confiado Mosadeq, se le acabó rebelando. Numerosos cronistas de estos acontecimientos se niegan a reconocer que el sah era en aquel momento muy popular, y la monarquía una institución que inspiraba confianza. Militares, terratenientes, mulás y hombres del común confiaban en la monarquía y temían que su ausencia dejara el camino expedito a los temidos comunistas.

Los hechos despiezados.

¿La CIA? Se airean sus errores y se silencian sus aciertos, se nos ponen lamentones sus panegiristas. Bueeeno bueno bueno, alza las cejas el gran Smith, que cierra retranqueando:

Lo cierto es que sus éxitos se publicitan ampliamente, y eso que no siempre son suyos.

© elmed.io

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