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Mauricio Rojas

Eva Perón: detrás de la furia y el mito

Evita y Perón fueron la respuesta equivocada a una gran pregunta, legítima e imprescindible.

Evita y Perón fueron la respuesta equivocada a una gran pregunta, legítima e imprescindible.

Tal vez nadie podía emprender con tanto éxito una tarea tan arriesgada como la que lleva a cabo Marcos Aguinis en La furia de Evita. Sobre aquella mujer transformada en mito universal parecía todo dicho, pero no era así. Faltaba escuchar la voz más importante de todas, la de la misma Eva Perón. Sí, su voz interior, la voz de quien contempla su propia vida con una distancia que, por vez primera, le permite no mentir. Para ese propósito, Evita usa la pluma de un gran escritor argentino y el resultado es notable. Cuando uno termina de leer el libro de Aguinis surge la certeza de que o así fue Eva Perón o, lo que es aún más significativo, así debería haber sido.

Después de casi sesenta años de silencio, Evita habla y nos narra en primera persona su asombrosa vida, sólo superada por su aún más asombrosa posteridad. En su relato se mezclan, sin adornos ni remilgos, los hitos de su verdadera historia –la bastarda despreciada, la adolescente violada, la joven mujer sedienta de éxito y muerta de hambre, la actriz mediocre que encuentra su rol estelar como mujer de uno de los políticos más inescrupulosos de la historia latinoamericana, la enferma consumida por el cáncer pero plenamente entregada a su pasión por "los humildes"–, con sus reflexiones llenas de ira, asombro, ingenuidad y remordimiento.

La Eva Perón que habla a través de Aguinis no es un personaje simple. Sus sentimientos son verdaderos, aunque en su vida casi todo lo demás son mentiras, desde su nombre hasta la hora de su muerte. Odia con fuerza volcánica a los oligarcas y a quien se le ponga por delante o no complazca sus antojos, pero también ama con furor, a los suyos, a Perón, a los "descamisados". No fue ni un monstruo ni un ángel, sino una mezcla genuina y explosiva de ambos, y por ello mismo es que fue tan destructiva e inolvidable. Encarnó lo peor del personalismo, el caudillaje y el populismo, y lo hizo sin aquellos dobleces y oportunismos en que Perón era maestro.

Esa era su marca, creía sin duda alguna que estaba haciendo el bien y por ello no tenía límites. Usó los recursos de otros –de los trabajadores, del Estado o de aquellos que sufrieron sus extorciones– como si fuera su peculio personal. La fundación que llevaba su nombre se transformó en una gigantesca empresa de propaganda, caridad y exhibición personalista. Al final de sus días vivía sólo para esa misión redentora y mediante ella se hizo indestructible. Como lo dice hacia al final de su largo testimonio, "no había denuncia que pudiera romper el vínculo que yo había establecido con los humildes, porque se basaba en el amor". Sin duda, pero hay amores que matan o que arruinan a los países.

Es importante, sin embargo, entender que Evita no fue una casualidad. Su personalidad, así como la de Perón, se conjugó con un país que necesitaba grandes respuestas a sus grandes interrogantes. El aluvión de su riqueza y la inmigración habían creado un nuevo país, que ahora había que integrar y encausar. Eran millones de gringos y gallegos venidos de todas partes del mundo, así como de cabecitas negras del interior que buscaban un país al que pertenecer y una identidad que los abarcara. Las élites argentinas, tanto las tradicionales de origen oligárquico como las nuevas provenientes de las clases medias criollas, fracasaron rotundamente en esa construcción de país. Así se abrió aquel espacio fatídico para que surgiesen los más grandes caudillos populistas de la Argentina moderna. Evita y Perón fueron la respuesta equivocada a una gran pregunta, legítima e imprescindible, de aquel país que parecía condenado a ser enormemente próspero pero que ha hecho todo lo posible para evitarlo. Quien quiera acercarse a entender ese enigma no debe perderse La furia de Evita, de Marcos Aguinis.

Marcos Aguinis: La furia de Evita. Sudamericana, Buenos Aires, 2013, 352 páginas.

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