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Miguel del Pino

"Sacrificiozero" avanza

No hablemos de "derechos animales". Son objeto de derecho quienes también lo son de obligaciones. Hablemos de obligaciones del hombre con los animales

No hablemos de "derechos animales". Son objeto de derecho quienes también lo son de obligaciones. Hablemos de obligaciones del hombre con los animales
Mascota abandonada

Los animales abandonados consiguieron el milagro de poner de acuerdo a todos los grupos políticos de la Comunidad de Madrid cuando votaron el anteproyecto de Ley que la Asociación El Refugio proponía mediante la presentación de más de sesenta mil firmas de ciudadanos que pedían el cese del sacrificio de animales recogidos. Ahora toca refrendarlo.

Cristina Cifuentes cumple su palabra

El presidente de El Refugio, Nacho Paunero, da las gracias a la Presidenta de la Comunidad de Madrid por el reciente cumplimiento de su palabra al dar luz verde al desarrollo de la nueva Ley de Protección Animal de dicha Comunidad, en la que queda reflejado el cese del sacrificio de animales domésticos recogidos en las instalaciones, por cierto magníficas, de creación aún reciente. Nobleza obliga y muy bien por ambas partes.

Hay que pedir diligencia en la tramitación y el consiguiente cese de los sacrificios lo antes posible, pero Nacho Paunero es el primero en reconocer que el tema es muy complejo y que hay que trabajar con entusiasmo y grandes dosis de sentido común. La nueva Ley no debe ser fuente de polémica entre amigos de los animales y partidarios de su ausencia en las ciudades. Fomentar la convivencia entre quienes tienen animales y quienes no, es cuestión prioritaria.

Para empezar: no hablemos de "derechos animales". Entraríamos en un terreno enormemente resbaladizo pues está claro que desde el punto de vista jurídico tal concepto es inexistente e imposible. Sólo pueden ser objeto de derecho quienes también lo son de tener obligaciones. Los lectores nos lo recuerdan con frecuencia en todos los artículos que se refieren a protección animal.

Parece mucho más claro hablar de las "obligaciones del hombre con los animales". Ahora sí nos movemos en un terreno jurídicamente correcto. El hombre tiene obligación de mostrarse sensible con las criaturas vivientes que le rodean, y de manera muy especial con aquellas a las que el "Padre naturalista" Linneo clasificó con el nombre de "educabilia", es decir, animales susceptibles de recibir adiestramiento, lo que es igual que reconocer su elevado nivel de complejidad de comportamiento. Ya ven que he conseguido evitar la humanización que supondría hablar de "inteligencia".

Las primeras leyes de protección animal desarrolladas por la sociedad humana se basaban más que en la práctica que en el sentimentalismo. Los egipcios no sólo protegieron, sino que divinizaron a los animales que les ayudaban a mantener sus cosechas frente las plagas de roedores; el halcón y el mismísimo gato fueron objeto de adoración en este pueblo, fundamentalmente agricultor . En el imperio romano, legislador por excelencia, se plasmó la protección animal en Leyes escritas. Como curiosidad digamos que la lombriz de tierra fue una de las primeras criaturas que gozó de semejante figura de lo que hoy llamaríamos "especie protegida". Los agricultores de la Roma imperial sabían que la presencia de lombrices era buena para las cosechas, aunque no llegaran al fondo del problema: la oxigenación que supone para la tierra el microarado desarrollado por los gusanos en el subsuelo.

Volvamos a los perros y gatos madrileños abandonados. Cualquier Ley de protección que pretenda ser eficaz deberá atacar las causas que originan la proliferación de los mismos, y en este sentido hay que empezar por romper una serie de tópicos que desvían la atención. El principal ejemplo es el supuesto abandono masivo de animales en el verano al llegar las vacaciones. Reza el dicho tópico que "legaron a las casas en navidades y son abandonados ahora que estorban".

Lo anterior sólo es muy parcialmente cierto y desde luego no constituye la base del problema. Las estadísticas del abandono no muestran picos de subida espectaculares al llegar las fechas veraniegas; desgraciadamente se abandona mediante un goteo continuado que afecta a todas las estaciones casi por igual. Es muy importante recordarlo.

En las grandes ciudades como Madrid, los animales abandonados son más frecuentes en zonas periféricas, y muchas veces los perros que aparecen en las calles, y suelen ser objeto de atropellos, proceden del entorno suburbano: las viviendas rústicas, las casas en construcción, los solares abandonados y demás instalaciones similares se prestan al nacimiento de camadas incontroladas. Es necesario vigilar bien estos entornos.

Evitar la compra compulsiva es también muy importante. Ya se encuentra en funcionamiento la normativa que prohíbe a las tiendas de animales mostrar mascotas en los escaparates y hay que reseñar que los comerciantes lo han acatado de manera aceptable, aunque con las lógicas excepciones. No se puede fomentar la compra por que un niño se enamora del cachorro encantador que le mira desde la vitrina. La compra de un animal en una tienda no es ningún crimen, pero debe ser consecuencia de un proceso de reflexión familiar que debería incluir hasta la consulta previa a un veterinario.

No sólo se producen abandonos, sino también pérdidas: éstas sí son más frecuentes al iniciarse el periodo veraniego ya que el vecino o el amigo que se ha comprometido a quedarse con el animal no siempre tiene conocimiento o instalaciones que eviten una fuga. El carácter explorador de los gatos les hace especialmente proclives a perderse cuando llegan a un nuevo hogar y tratan de recorrerlo explorando los límites de su recién estrenado territorio.

La política de sanciones debe ser proporcionada a la gravedad de las consecuencias que puede tener el abandono de una animal: éstas pueden llegar a poner en juego la vida de las personas, en caso de que el infortunado provoque un accidente de tráfico. Sin llegar a este extremo, la falta de sensibilidad necesaria para abandonar a un animal doméstico es suficiente como para que dichas personas sean merecedoras de un buen escarmiento pecuniario.

En el extremo contrario se encuentran los indigentes que se niegan a ingresar en un centro de acogida si ello implica tener que abandonar a su perro compañero de las fatigas de la vida sin techo. Son más numerosos de lo que parece y habría que pensar en cómo ayudarles sin que tengan que pasar el trance de tal separación. Con voluntad e imaginación pueden encontrarse soluciones.

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