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Pablo Molina

Kañamero

Diego Cañamero se ha convertido en una referencia para los medios progresistas, en cuyas televisiones diserta sobre Derecho Constitucional comparado.

Diego Cañamero se ha convertido en una referencia para los medios progresistas, en cuyas televisiones diserta sobre Derecho Constitucional comparado.

Diego Cañamero se ha convertido ya en toda una referencia para los medios progresistas, en cuyas televisiones diserta diariamente sobre Derecho Constitucional comparado ante las miradas de arrobo de los presentadores, los gestos de asentimiento de los demás contertulios y la sincera admiración de los espectadores, por su valor cívico y su hondura intelectual. El Sindicato Andaluz de Trabajadores, transformado súbitamente en un centro de estudios jurídico-políticos, ha convertido a su portavoz en el tribuno que el pueblo estaba esperando para enfrentarse a los poderosos, no ya de España sino de toda Europa, porque el objetivo primordial de la ofensiva popular liderada por el SAT es acabar con los Gobiernos de la Troika. Con todos. Quieran ellos o no quieran.

En Marcha de la Dignidad celebrada el pasado sábado en Madrid Cañamero fungió de portavoz de las aspiraciones ciudadanas rodeado de jóvenes antisistema, el grueso de este movimiento revolucionario, para qué nos vamos a engañar. Resulta sorprendente la evolución dialéctica de este defensor de los obreros andaluces, según hemos podido comprobar en sus numerosas intervenciones públicas para conmemorar el éxito de esta primera manifestación ciudadana. El portavoz del SAT ha pasado de especular con conceptos vinculados a la lucha agraria a utilizar la jerga clásica del mundo radical con la mayor naturalidad. En lugar de reclamar la tierra para el que la trabaja sin entrar en polémicas de mayor calado, Cañamero ya se refiere con soltura a "los diecisiete territorios del Estado español", la "opresión del Sistema" o la dimensión eminentemente represiva de las Fuerzas de Seguridad, cuyos miembros son tachados de provocadores por no dejarse abrir facilmente la cabeza a base de dignísimos adoquinazos.

Bajo la atenta mirada de Diego Cañamero, situado en un segundo plano porque lo suyo no es mero afán de notoriedad, los portavoces de la marcha repitieron las consignas que, según los convocantes, comparte nada menos que el ochenta por ciento del pueblo español, aunque los resultados electorales no respondan precisamente a tal aseveración. El aborto libre, las denuncias de las imposiciones del Estado en Cataluña para intentar que en las escuelas se hable español o el testimonio desgarrador de una joven gallega que afirmó que su lengua estaba siendo destruida por la derecha son sólo algunos de los reclamos básicos que el gran Cañamero asume como fundamentales para salvar a los ciudadanos y ciudadanas de los diecisiete territorios del Estado de este país. Eso y el establecimiento de una paga estatal a todo quisque, el fin de los recortes (¡?) y la renuncia a pagar la deuda externa, otros tres ítems que por ampliamente compartidos no precisaron salir de la pancarta.

Kañamero ama al pueblo y los medios de mucho progreso lo quieren a él todavía más. Con su capacidad expresiva y el compromiso social del que hace gala, es una gran injusticia que todavía no tenga un programa propio en La Sexta. Aunque sea compartiendo espacio con Jordi Évole o Ana Pastor.

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