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Pablo Molina

Rato tiene razón

Rato no es inocente –ya ha sido condenado a cuatro años de cárcel y aún le quedan varios juicios pendientes–, pero no es el único culpable.

Rato no es inocente –ya ha sido condenado a cuatro años de cárcel y aún le quedan varios juicios pendientes–, pero no es el único culpable.
Rodrigo Rato | EFE

A Rodrigo Rato lo llevaron a una comisión de investigación en el Congreso en 2001, cuando era ministro de Economía con Aznar. El PSOE acusaba al también vicepresidente del Gobierno de haber mediado para que las empresas de su familia recibieran un trato de favor por parte de bancos y empresas privatizadas por el Gobierno del Partido Popular. El resultado de la comparecencia fue catastrófico… para el PSOE, cuyos representantes en la comisión terminaron a la defensiva y pidiendo la hora como los malos equipos de tercera división.

Rato visitó nuevamente ayer el Congreso de los Diputados para comparecer ante otra comisión de investigación. En esta ocasión, los diputados quieren saber quiénes son los responsables del tremendo agujero que las cajas de ahorro provocaron en la economía española durante la pasada crisis económica, que es como si Jack el Destripador abriera una investigación para descubrir al asesino de las prostitutas londinenses.

Así que los mismos partidos políticos cuyos dirigentes mangonearon en las cajas, financiaron todo tipo de disparates autonómicos, se repartieron sueldos de escándalo, mintieron sobre la crisis económica y hundieron a las entidades a cambio de salvar los negocios de los benefactores de sus partidos, los mismos, exactamente los mismos, montan una comisión de investigación para determinar que todo ese desastre financiero sin precedentes fue culpa de unos golfos del tres al cuarto que, con Rodrigo Rato a la cabeza, utilizaban la tarjeta de empresa para comprar bragas a sus novias y llevarlas de crucero como los grandes horteras que son.

El PP convirtió a Rodrigo Rato en el muñeco de feria del escándalo de las cajas de ahorros y su detención se retransmitió a través de todas las televisiones, convenientemente avisadas del lugar y la hora de su entrada en el coche patrulla para no estropear la escaleta del telediario. Ayer estaba previsto un nuevo aquelarre populista en esta hipócrita comisión del Congreso, pero incluso en sus horas más bajas Rato es un tipo brillante que hizo callar a los miembros de la comisión y, de paso, aprovechó para ajustar viejas cuentas con su partido y algunos antiguos empleados.

Rato no es inocente –ya ha sido condenado a cuatro años de cárcel y aún le quedan varios juicios pendientes–, pero no es el único culpable. La hipocresía es inevitable en democracia porque el votante necesita que le mientan a cambio de su voto, pero hay algunos límites que hasta nuestros políticos, poco acostumbrados a ello, deberían respetar.

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