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Pablo Molina

Sánchez, no lo eches

¿Se imaginan a cualquiera de los ministros marxistas de Sánchez dándole al azadón o limpiando un establo?

¿Se imaginan a cualquiera de los ministros marxistas de Sánchez dándole al azadón o limpiando un establo?
Concentración contra Alberto Garzón celebrada este fin de semana en Palencia. | EFE

La cruzada del ministro Garzón contra la carne barata, la única que puede permitirse el obrero, es la enésima prueba de que los pobres son los que peor lo pasan cuando gobierna la izquierda. Los ministros comunistas de Sánchez actúan como corresponde a esa doble condición, con una mezcla de incompetencia y mala fe que destroza fundamentalmente a las capas más desfavorecidas de la población, precisamente las que dicen representar.

Pero los comunistas no pueden hablar nunca en nombre de la clase obrera porque ellos no trabajan y, mucho menos, en ocupaciones que impliquen un desgaste físico. En el campo es imposible encontrarlos porque, sencillamente, no saben dónde está. Los dirigentes ultraizquierdistas son universitarios urbanitas, que lo más parecido a un melón que han visto en su vida es la cabeza de Carlos Marx. ¿Se imaginan a cualquiera de los ministros marxistas de Sánchez dándole al azadón o limpiando un establo? Es más ¿alguien los ve haciendo algo fuera de la política y la universidad? Claro que no. Son hijos de las clases acomodadas urbanas haciendo la revolución progresista en torno a cuestiones como el cambio climático, los coches eléctricos, el lenguaje no sexista o lo bien que lo está haciendo Maduro en Venezuela, asuntos todos ellos que no es que tengan a la clase obrera precisamente entusiasmada.

Garzón cruje a los ganaderos y mañana lo hará con los agricultores porque, como buen pipiolo de la capital, solo quiere el campo y los animalicos para disfrutar de las vistas con su señora al bajar las ventanillas del coche de alta cilindrada, cuando van camino al chalet a pasar el fin de semana. En realidad, el ministro de Consumo es consecuente con su condición de potentado urbanita, porque nada más desagradable para un señorito de su nivel que celebrar un cóctel con amigos en una escapada rural y que el aroma lejano de un cebadero irrite las pituitarias de sus invitados. No me extrañaría que haya algún episodio de ese tenor en el origen de la última canallada garzonita contra los obreros rurales, dos conceptos en sí mismos ni él ni sus colegas van a llegar jamás a comprender.

Por eso es importante que Sánchez mantenga a Garzón en su puesto del ministerio. La garzonada antiganadera ha crujido a la izquierda en Castilla y León y ha sentado las bases para desplomar el voto izquierdista en todas las zonas rurales. El escenario ideal es el que se vive en Murcia, donde la izquierda desapareció cuando votó a favor de eliminar el Trasvase del Ebro. Los castellano-leoneses parecen que van a hacer lo mismo el próximo 13 de febrero. Con Sánchez en la Moncloa y Garzón en el Gobierno cundirá el ejemplo. Así sea.

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