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Pablo Planas

El retorno de la Gestapo de los balcones

Sánchez no sólo se considera un líder político, sino que se cree una autoridad moral, un referente ético, un tipo providencial.

Sánchez no sólo se considera un líder político, sino que se cree una autoridad moral, un referente ético, un tipo providencial.
Un escaparate en la Gran Vía Madrileña. | EFE

Se arguye que el principal problema del decreto del Gobierno a favor de la oscuridad y de pasar calor y frío es que las regiones carecen de medios para controlar su cumplimiento y sancionar lo contrario. Es cierto, entre otras razones porque Pedro Sánchez no consulta sus deseos con quien tienen que ejecutarlos. Simplemente ordena y manda. Pero no hay excusa. Las comunidades o ayuntamientos donde no se cumplan las estrictas instrucciones del Gobierno sobre luces y termostatos serán acusadas de traidoras, egoístas, insolidarias y "negacionistas", con la excepción de Cataluña y el País Vasco, obviamente.

Sánchez no sólo se considera un líder político, sino que se cree una autoridad moral, un referente ético, un tipo providencial. De modo que cualquier desviación respecto a sus voluntades es un acto que en este caso no sólo atentaría contra el confort de los alemanes sino contra la vida misma en el planeta, porque el decreto no sólo va de Putin. Están hablando del "cambio climático".

Si un tendero o el director de unas galerías comerciales desoye las órdenes gubernativas sea por error, ignorancia o porque se lo suplican trabajadores y clientes, estará contribuyendo a la sequía, al hambre en el mundo y a todas las plagas. Será culpable de la inflación, de la invasión de Ucrania, de la tensión en Taiwán, de la extinción de los animales y del fin de la vida humana en la Tierra. Poca broma, que es el marco mental generalizado. Y es que cada vez que aumenta un grado la temperatura de un comercio en el centro de Madrid desaparecen diez mil koalas, llueve menos y Putin gana terreno.

Sánchez afrontó la pandemia con unas decisiones tan delirantes que no tuvo más remedio que poner a un pobre hombre al frente de la comunicación institucional mientras manipulaba las cifras de muertos. El presidente del Gobierno, sus ministros y sus voceras en los medios se reían del coronavirus cuando el virus chino comenzaba a hacer estragos en todo el mundo. Reaccionaron tarde y mal, pero no les pasó factura. Llegaron a poner horarios a las salidas a la calle de la población en función de su edad y casi nadie protestó. Es más, había gente que insultaba y denunciaba a quienes por razones muy fundadas se veía obligado a andar por la calle durante los toques de queda –restricciones horarias, decían– decretados por el Gobierno.

El procedimiento relativo al ahorro energético es el mismo. Todo el mundo está en modo ahorro. La luz, la calefacción y el aire acondicionado son un lujo desde hace más de un año, mucho antes de que Putin iniciara el intento de invasión de Ucrania. Como gobierna la izquierda ya no se habla de pobreza energética, pero eso no es el principal logro de Sánchez, que ha convertido la pobreza en un fenómeno total, de las facturas de la luz a la cesta de la compra. Y ahora exige a los demás que se asen y más tarde que se pelen, que se aprieten el cinturón mientras él hace de quitarse la corbata la mayor contribución de la historia frente al "calentamiento global", nombre que recibe en verano el "cambio climático"

En este contexto, lo que no se va a producir es un aumento de las querellas contra el Gobierno por pisotear los derechos y libertades de los ciudadanos, sino de las denuncias, generalmente anónimas, contra los comerciantes y restauradores que sean pillados en falso por los militantes ecologistas, los comandos de Greenpeace, los activistas contra el "cambio climático", los militantes y simpatizantes de Unidas Podemos y también muchos del PSOE, los jetas de los sindicatos en los comités de empresa, las viejas de los gatos, los resentidos de izquierdas, los animalistas, los veganos que derraman los cartones de leche de vaca sobre el suelo de los supermercados, los creyentes de la diosa Pachamama y los imbéciles en general.

Pero que conste que la mayoría de ellos creen que todos los ucranianos son unos nazis y que Putin tiene razón.

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