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Pablo Planas

'Puigdi' para los amigos

El presidente de la Generalidad, Carles Puigdemont, no es un humorista, aunque a veces parezca Buenafuente y otras el señor Barragán

El presidente de la Generalidad, Carles Puigdemont, no es un humorista, aunque a veces parezca Buenafuente y otras el señor Barragán
Carles Puigdemont | EFE

El presidente de la Generalidad, Carles Puigdemont, no es un humorista, aunque a veces parezca Buenafuente y otras el señor Barragán. Reúne las cualidades necesarias para contar chistes gintonic en ristre y no estaría muy lejos en habilidades de personajes tan o más influyentes que él en política y que además se dedican a eso, al humorismo. En Cataluña la nómina es amplia: Andreu Buenafuente, Toni Soler, el aspirante frustrado a senador convergente Miquel Calzada (alias Mikimoto), la conocida señora Rahola (musa de la Paella Party con Laporta, el jefe de los Mossos y el propio Puigdemont), el imitador del rey emérito Toni Albà o la inimitable Karmele Marchante. En el resto de España, la relación de chistosos con mando en plaza de la política tampoco es menor: el Gran Wyoming, Miguel Ángel Revilla (el de las anchoas, homólogo cántabro de Puigdemont), Willy Toledo o García Ferreras, por ejemplo, son unos monologuistas de cuidado, unos grandes cómicos, unos auténticos payasos de la tele, dicho con todos los respetos por los payasos y ninguno por la tele.

El caso es que Puigdemont ha abierto la semana del Doce de Octubre con una matinal en Madrid, un desayuno en el foro en el que ha mostrado su dominio de las tablas y su talento para la comedia, uno de cuyos secretos es proferir las mayores sandeces y barbaridades del mundo con cara de estar en misa. Y eso lo borda Puigdemont, hasta el punto de que hace reír cuando no quiere y cuando lo pretende se queda con el chiste colgando en el aire de un silencio incómodo.

El número madrileño de nuestro hombre de Amer (Gerona), de tradición pastelero, hijo y nieto de fieles carlistas, consistió en tender la mano al Estado para "negociar" los términos de su rendición y destrucción, tal es el talante abierto, el carácter dispuesto y el ánimo constructivo del nuevo gerente de Pujol and Company. Puigdemont (Puigdi para los amigos, y no es broma) se aviene a discutir los términos de la pregunta del referéndum separatista e incluso la fecha y otros detalles técnicos, como el tiempo que debe pasar hasta otro referéndum en el caso de que en este salga no. La voladura de España no se negocia. Ya está decidida. Sólo es cuestión de tiempo.

No consta que Puigdemont haya aprendido en una escuela de negocios al uso sino más bien en la academia del tres por ciento, de ahí que le parezca de lo más natural llegar a Madrid y decir aquello de: "Buenas, vengo a ofrecerles un acuerdo que no podrán rechazar, y si lo rechazan es que son unos fachas, una fábrica de independentistas; y de todos modos van a morir". Con Puigdemont se puede negociar de todo menos del referéndum, que es tabú. Y ese es el final del chiste. Lo mismo que si se le pregunta al reo, en este caso la soberanía popular, qué prefiere, si el garrote o la hoguera de Krahe; igual que cuando un extorsionador informa a su interlocutor de que el abono se puede hacer de dos maneras, por las buenas o por las malas. ¿Y no pagar o pagar menos? No. Eso no vale. Eso ya no es negociar, según el manual del buen negociador catalanista.

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