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Pablo Planas

Sin novedad en 'La Vanguardia'

La historia del periódico de la familia Godó se caracteriza por una lógica aplastante, la que vincula los beneficios al poder.

Pocas ciudades tienen mejor reflejo del pálpito del casino que Barcelona con La Vanguardia. La historia del periódico de la familia Godó se caracteriza por una lógica aplastante, la que vincula los beneficios al poder. También por hacer de sus contradicciones una virtud y por ser un periódico local, para lo bueno y lo malo. Gaziel alcanzó el grado de director único por sus crónicas desde París durante la Primera Guerra Mundial, pero a partir de ahí los méritos de casi todos los directores han sido más bien de orden interno. En consecuencia, lo más internacional que publica ahora La Vanguardia son unas cartas desde Madrid en la que se explica a los lectores los pormenores políticos y costumbristas de la capital de España como si se tratara de los de Kuala Lumpur, una realidad absolutamente exótica a sólo dos horas y media en tren.

La Vanguardia es un termómetro de la situación catalana de una precisión muy aproximada. También es un diario que mantiene estructuras de plomo, por lo que la más ligera variación del rumbo editorial requiere arduas cogitaciones y variadas consultas, tanto en la empresa como en el entorno, o sea los bancos y los políticos. Y La Vanguardia se dispone a ejecutar uno de esos sutiles movimientos de muñeca sobre el timón al hilo del colapso del proceso soberanista y animada por fuerzas de una envergadura insospechada.

Se trata de la remoción de su director, José Antich, en favor de Màrius Carol, excronista de la Casa Real antes del Urdangaringate, lo que viene a cuento del imprescindible visto bueno de La Zarzuela a la operación que ejecuta el conde de Godó, cuya grandeza de España le fue otorgada por Don Juan Carlos. La Moncloa, los grandes empresarios y los banqueros también conceden a este diario una gran importancia, tanta que permite diferenciar lo que es difusión de lo que es influencia, aunque sea nefasta. Y todos sin excepción reclamaban desde hace mucho tiempo un cambio en la línea del periódico, lo que no implicaba, necesariamente, un relevo en la dirección. Ni Antich se había opuesto a dejar tirado a Mas con su consulta ni a Carol se le reconoce una particular capacidad o identidad editorial, por muy inmejorables que sea sus relaciones con la infanta Cristina y su marido. Sin embargo, los editores no escriben editoriales. Cuando quieren decir algo de peso cortan una cabeza, lo que se entiende a simple vista y mucho mejor que un montón de frases rimbombantes del tipo contundentes en el fondo y contenidas en las formas.

Cuando Antich accedió al cargo, en 2000, el expresidente Aznar, nieto de Manuel Aznar, efímero director de La Vanguardia, contaba que el conde en persona había ido a consultarle el nombramiento a Madrid, lo de siempre desde los tiempos Galinsoga. Antich, entonces, parecía el periodista idóneo para encajar el diario en la corriente política que en ese momento (y ahora) era mayoritaria en España. También fue el hombre adecuado durante el Tripartito y aún más con CiU, sea por las circunstancias de la política como por las instrucciones recibidas de la empresa (la de La Vanguardia particularmente ceñida al poder, del tipo que sea), puesto que las posiciones estratégicas de los medios y el mando real de los directores se caracterizan por la volatilidad y la relatividad, antes, ahora y siempre.

Ignacio Agustí recordaba en sus memorias, tituladas Ganas de hablar y editadas por Planeta poco después de su fallecimiento, en 1974, que

en aquellos tiempos [los años previos a la Guerra Civil] los directores de los diarios eran simulados. Don Ramon d'Abadal, por ejemplo, no fue nunca director oficial de La Veu de Catalunya. Ése era un pobre mozo de almacén que se llamaba, me parece, Niubó, y que por un mínimo sobresueldo corría el riesgo de ir a la cárcel cuando se producía una acción judicial contra el diario. Me parece que el director oficial de L'Instant [otro periodico de la Lliga de Cambó] era el ciclista del diario, que había sido boxeador y que estaba, como se dice en el léxico boxistico, bastante sonado.

La principal diferencia entre los directores de antes y los de ahora es que en la actualidad se gana más dinero, al revés de lo que les ocurre a las empresas editoras. Además, está por ver en qué se concretará esa teórica reorientación de La Vanguardia, hasta ahora abanderada del bloque soberanista, tan capaz de asumir y difundir los eslóganes de la Generalidad sobre el expolio fiscal como de animar al Rey, jalear al príncipe, disculpar al yerno y pergeñar editoriales a favor de la independencia en un mismo consejo de redacción, al estilo de los viejos tiempos, aquellos en los que se decía que a la copa del gobernador civil habían asistido los de la canallesca y un señor de La Vanguardia.

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