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Pedro de Tena

Desolación del optimista

¿Impaciente? De eso se acusó a Ortega cuando trató de rectificar la marcha de la República.

Mi amigo José Luis Roldán, el hasta hace unos años Max Estrella valleinclanesco de los funcionarios andaluces en su rebelión contra la destrucción de la función pública y la burla del Derecho Administrativo practicada por el PSOE desde 1982, siempre me recrimina mi optimismo, además de mi supuesta condición de desinhibido, lejana de toda timidez o prudencia. Su pesimismo no es sólo antropológico, que también, sino metafísico, consustancial con la infalible entropía universal. El ser es lo que es, pero tiende a ser mucho peor.

No es que me haya informado mejor y haya dejado de ser optimista. No es que haya acontecido alguna tragedia universal que me haya hecho romper mi compromiso con la esperanza. Ni siquiera es que haya recibido un curso de la Junta de Andalucía sobre las leyes de Murphy. Es que los hechos, que son testarudos porque son lo que son, me hacen considerar un día tras otro que aquello de la buena voluntad de Kant fue un gran invento de su idealismo pero que, en realidad, no existe algo así. Yo creo que el prusiano de Königsberg extrajo su idea de una de las bienaventuranzas, la que enuncia que bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.

Veamos Venezuela, país hermano, sometido a un régimen despótico filocomunista y castrista, que ha tenido a un Gobierno del PP, Rajoy mismo, y a otro socialista, el del infumable doctor cum fraude Sánchez, propiciando los sueldazos de un Zapatero suelto por el mundo que se ha dedicado a difundir la especie del diálogo con quienes perpetraron un golpe de Estcdo contra la democracia venezolana. Y ahora va la diplomacia española y dice que lo mejor es que el dictador Maduro convoque elecciones. Pero ¿no acabáis de subrayar que su Gobierno no es legítimo? No es que el PSOE tenga dos almas, o el PP tenga tres. Es que no hay vergüenza ni buena voluntad en esta cada día más degenerada democracia española.

Veamos el lío de los taxis. Independientemente de las razones de fondo de unos y otros, hay unas formas que acatar porque afectan a la libertad de los ciudadanos. Llegan estos señores, como otras veces han sido otros, y cortan carreteras, atascan calles, pegan a los adversarios, insultan a quien se opone, gruñen amenazas de daño a la gente y encima se permiten hablar en nombre de la democracia. ¿Qué democracia ni qué cojones? Ni siquiera hemos comenzado a entender qué es eso de ser y actuar como demócratas, porque a las primeras de cambio recurrimos a la fuerza, a la imposición, al machacamiento de los derechos de los demás, tan iguales o más que los propios.

Y ahora veamos lo del cambio andaluz. Cuando en un nuevo Gobierno todos son pusilánimes y ninguno es magnánimo, por usar la contraposición de Ortega, es que la moral canija del mediocre permite aventurar el triunfo perverso de lo que vale menos sobre lo que vale más. Andalucía no ha sido un triunfo del PP en el flanco del centroderecha, sino que es la oportunidad de reorganizar el Estado desde Andalucía. Pero eso exige almas grandes, magnánimas, creadoras de futuro y convivencia, limitando las posibilidades de reedición de un régimen infecto. ¿Y qué? No lleva ni una semana este supuesto Gobierno del cambio y ya recula. Ni examen riguroso de la Administración Paralela ni de la recta sin más. ¿Impaciente? De eso se acusó a Ortega cuando trató de rectificar la marcha de la República.

En fin, que sí, que optimista desolado por la ausencia de excelencia moral e intelectual de las minorías selectas por procedimientos digitales o maniobreros, incapaz de salutaciones.

¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
y que al alma española juzgase áptera y ciega y tullida?

Pues yo mismo.

En España

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