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Pedro de Tena

El cambio climático y nuestra canícula

Sin otra pretensión que mostrar la omnipresencia de la canícula, al margen de todo cambio climático, valga lo escrito como alivio de su bravura.

Sin otra pretensión que mostrar la omnipresencia de la canícula, al margen de todo cambio climático, valga lo escrito como alivio de su bravura.
El bote blanco Jávea (1905) | Museo Sorolla

El catedrático José Luis Comellas, historiador de profesión y astrónomo de vocación, comienza su libro Historia de los cambios climáticos exponiendo: "Muchas veces me preguntan personas muy diversas, conocidas o desconocidas, cultas o menos cultas, si es que de verdad está cambiando el clima. Mi respuesta, que procuro hacer amable, por educación y hasta por el interés del tema, ha de ser invariablemente la misma: —Sí, está cambiando. Como siempre—. El problema surge al tener que precisar si el cambio que ahora se está produciendo es de la misma naturaleza, se opera al mismo ritmo y se debe a las mismas causas que los cambios anteriores. En este punto se impone la prudencia y he de confesar, si la confesión viene a cuento, mi ignorancia en algunas cuestiones que pueden ser dramáticas y decisivas para nosotros. Pienso, aunque no lo digo, porque la ignorancia puede ser tan atrevida como la audacia de la seguridad absoluta, que otros deberían confesar, aunque no lo hacen, que todavía no tenemos una respuesta definitiva". (I)

De hecho, y confesando también desde ahora mismo que no tengo competencia científica alguna sobre el tema pero esperando que me asista alguna coherencia lógica, en esta historia de los cambios climáticos hay uno indiscutible que afectó a la Europa en la que los vikingos hicieron su aparición desde el Sena y el Guadalquivir hasta Groenlandia (obsérvese que significa "tierra verde") o la península del Labrador. Nótese que en aquel tiempo medieval la actividad humana no podía ser la causante de tal transformación.

Hay casi unanimidad en reconocer un retroceso de los hielos del Norte desde el siglo VIII, lo que permitió la colonización de Groenlandia por las huestes de Erik el Rojo durante tres siglos. 500.000 años antes, ya fue un paraíso como se ha demostrado recientemente. Sin embargo, "en el siglo XIV, con el inicio de la llamada ‘pequeña edad del hielo’, vino el colapso definitivo. Cuando en 1345 Ivar Bardasen, sorteando dificultosamente los hielos flotantes, y dando un largo rodeo por el sur, consiguió llegar a una de las colonias del Oeste de Groenlandia, solo encontró cadáveres, pocas ovejas y restos de vacas".

Hubo, pues, un cambio climático de consecuencias trágicas pero no causado por el capitalismo, presuntamente miserable y antiplaneta que vociferan algunos, porque, sencillamente, no existía.

Ni forofo ni negacionista sino partidario del más sano escepticismo, de la mano de uno de los padres del ecologismo escéptico, ante el uso parcial o manipulado de los resultados obtenidos según diferentes métodos y de la gigantesca presión ideológica y comercial procedente de la izquierda para que se acepte ciegamente la existencia de un cambio climático de origen humano, espero, con poco fundamento, de la dignidad y la decencia de los científicos e investigadores que informen con rigor y veracidad de sus hallazgos.

Mientras eso llega, lo que sí hemos comprobado los españoles en este verano de 2022 es el rigor de la canícula. En el valle de Guadalquivir, y en otros valles patrios, el termómetro ha escalado hasta los 45 grados. Siempre que esto pasa nos decimos que este es el verano más caluroso del siglo o de la historia (algo que no puede comprobarse por falta de datos). En realidad los registros meteorológicos sistemáticos en el conjunto de España no empezaron hasta 1965.

La canícula siempre ha existido y siempre se ha hablado de ella con agobio. Se llama canícula, perrita en latín, a los días más calurosos del verano, sean en julio, sean en agosto. Su nombre deriva del momento en que la brillante estrella Sirio, de la constelación del Perro (canis, en latín), aparece en el cielo. Su relación con la flama estival fue conocida desde los egipcios. Pero los romanos llamaron a su apogeo de calor los "días del perro", copiando a los griegos. No pocos creyeron que la canícula era obra de Sirio, y no del Sol, algo erróneo.

Unos cuantos ejemplos bastarán para cerciorarnos de que, si los cambios climáticos son continuos con mayor o menor entidad, lo que no ha cambiado desde hace siglos es el ardor de una canícula que nadie niega. Todos los años, ya sean unos días u otros, el verano se comprime y vierte su lava ardiente sobre nosotros. Testimonios hay de sobra.

Sin orden histórico, fíjense en don Francisco de Quevedo que siente que tal quemazón sólo respeta las lágrimas vertidas por el amante:

Ya la insana canícula ladrando
llamas, cuece las mieses, y en hervores
de frenética luz los labradores
ven a Proción (II) los campos abrasando.

Y termina, dando muestras de su dominio del asunto:

Bébese sin piedad la sed del día
en las fuentes, y arroyos, y en los ríos,
la risa, y el cristal, y la armonía.
Sólo del llanto de los ojos míos
no tiene el Can Mayor hidropesía,
respetando el tributo a tus desvíos.

No fue el único. Siglos después, Anne Applebaum, en su Gulag, relata cómo fue la canícula en un tren parado en las afueras de Novosibirsk (III): "Era julio. Muy caluroso. Los techos de los vagones Stolypin enrojecieron por la acción del calor, y nosotros estábamos en las literas como bollos en el horno".

Muchos siglos antes, Apolonio de Rodas (nacido en 295 a. C) escribió que "los vientos etesios, ‘anuales’, soplan en verano durante el signo de Leo y su aparición viene a coincidir con la salida del Can (la constelación de Sirio), en la época de grandes calores o ‘canícula’". Es más, puede sonreírse al saber que en los grafitis priapenses de Pompeya uno de sus autores relata qué insatisfactorio puede llegar a ser la práctica del sexo durante la plena canícula "agrietando la tierra". Viriato la aprovechaba para atacar a los romanos.

En la Metafísica, Aristóteles blande la canícula para distinguir entre sustancia y accidentes: "Pues a lo que ni es siempre ni generalmente, a eso llamamos accidente. Por ejemplo, si en la canícula se produce mal tiempo y frío, decimos que es accidental, pero no si hace bochorno y calor, porque esto se da siempre o generalmente, y aquello no". Claro y conciso.

Saltando por los siglos, el Dante escribió en La Divina Comedia, Infierno, canto XXV:

Como el lagarto bajo el gran azote
de la canícula, al cambiar de seto,
parece un rayo si cruza el camino

Séneca ya vio la relación de la canícula con los incendios. Cuando el color rubicundo de la canícula, superior al de Marte o de Júpiter, se presenta "nosotros vemos que la paja embadurnada de azufre se enciende a distancia del fuego".

Más cerca de nosotros, don Santiago Ramón y Cajal dio fe de que si la canícula es criminal en España, en el Nueva York de 1899 lo era más. Lo dice así: "Creía que los países de hierba y las ciudades marítimas poseen el privilegio de gozar durante la canícula de moderada temperatura. Y yo, que en nuestro Madrid, la típica ciudad del sol y del cielo azul, siéntome enervado cuando el termómetro marca en las habitaciones 27° y 35° en la calle, tuve, mal de mi grado, que soportar 32° ó 33° centígrados en el hotel y 45° ó 46° en las rúas. Experiencia contraria tuvo Josep Pla, pero porque iba en barco para allá y con aire acondicionado.

Horacio, cuya presencia en España investigó Marcelino Menéndez Pelayo, alaba a la fuente de Bandusia o Blandusia (IV), "más clara que el cristal, digna del dulce vino puro" a la que no era capaz de alcanzar la hora implacable de la ardiente Canícula". El propio polígrafo cántabro mencionó un viejo romance trovadoresco dedicado "a los días caniculares", que no he encontrado.

Creo que muy pocos han descrito la canícula como Juan Rulfo. "El calor me hizo despertar al filo de la medianoche. Y el sudor. El cuerpo de aquella mujer hecho de tierra, envuelto en costras de tierra, se desbarataba como si estuviera derritiéndose en un charco de lodo. (...). Salí a la calle para buscar el aire; pero el calor que me perseguía no se despegaba de mí. Y es que no había aire; sólo la noche entorpecida y quieta, acalorada por la canícula de agosto".

Contó Juan de Mairena la argucia del picador de toros Badila que simulaba confundir clavícula con canícula, que le había roto todo el verano, en un "razonamiento heraclídeo en el cual las conclusiones no parecen congruentes con sus premisas porque no son ya sus hijas, sino, por decirlo así, sus nietas".

No a todos, pero a Blas de Otero la canícula le daba musculatura: "Venid a ver mi verso por la calle./Mi voz en cueros bajo la canícula. Poetas tentempié, gente ridícula. ¡Atrás, esa bambolla! ¡Que se calle!". En algún Diccionario infernal (V), la canícula daba miedo: "Los romanos persuadidos de la malignidad de sus influencias le sacrificaban todos los años un puerco rojo. Una antigua opinión popular excluye todos los remedios en esta estación, y deja a la naturaleza las curas de todas las enfermedades".

Cómo no, Miguel de Cervantes, en su entremés del viejo celoso, expone:

Por la canícula ardiente
Está la cólera a punto;
Pero, pasando aquel punto,
Menos activa se siente.
Y así, el que dice no miente
Que las riñas por San Juan
Todo el año paz nos dan.

Hay miles de referencias más. Sin otra pretensión que mostrar la omnipresencia de la canícula, al margen de todo cambio climático, cocinado ideológicamente o no, valga lo escrito como alivio de su bravura en este 2022. Ortega y Gasset no concebía hacer otra cosa durante su calurón que "ir por las tardes a contemplar desde el paseo de Rosales la cenefa roja que pone el sol decadente sobre la silueta del Guadarrama". Hay gente pá tó. En Andalucía, catedráticos en caniculología preferimos el agua. O la cerveza. O el vino con gaseosa. O el olvido en la siesta.


(I) Poner en tela de juicio la "religión" (FJ Losantos) del cambio climático conlleva el tratamiento de "hereje" malintencionado y criminal por parte de los grandes poderes que pretenden reorganizar el mundo, y beneficiarse, con esa excusa.

(II) Proción es otra estrella brillante que precede a la estrella del Perro, Sirio.

(III) Considerada la capital de Siberia, puede llegar a los 36 grados en verano, aunque la temperatura máxima media no llega a los 26.

(IV) De localización confusa,, bien en torno al río Bradano, en Potenza, o en territorio sabino, según otros.

(V) De Gollin de Flancy, Barcelona, 1842, Imprenta de los Hermanos Llorens.

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