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Pedro de Tena

España y los carajotes

Un carajote es un chichinabo, un pepeleches, que ya hay que serlo, si se tienen cuatro abuelos no nacidos en Cataluña y se ríe uno del acento andaluz.

Me ha encantado asistir a la oportuna resurrección de la palabra "carajote", que corría como el levante por las calles de mi ciudad natal, Jerez de la Frontera. El Etimológico de Corominas y Pascual, que siempre se olvida al sevillano, lo menciona galleguizado, caraxote y alejado de su significado tradicional en el Sur. Eva González, en su precisa respuesta al carajote de la CUP, Antonio Baños, lo ha empleado como Dios manda. Un carajote es un chichinabo, un vaina, un pepeleches, que ya hay que serlo, si se tienen cuatro abuelos no nacidos en Cataluña y se ríe uno del acento andaluz.

Pero no crean que el término aparece en muchos libros. Por ejemplo, en el Diccionario de María Moliner, no viene. Tampoco en el de la Real Academia. Parece que lo que es de Cádiz no encuentra acomodo entre los administradores de la lengua castellana, que es la española común, diga el carajote lo que diga. Pero sí viene en el Larousse práctico del español moderno, que tiene guasa.

Verán. Un breve ejercicio de consulta me ha dado como resultado que la palabra carajote, cuyo femenino es carajota, aparece en Tesoro Léxico de las Hablas andaluzas, de Manuel Alvar, como sinónimo de tonto y bobalicón. En un Diccionario de modismos se equipara a carajaula y cantamañanas. Pérez Reverte, que es gadita de inclinación, lo empleó en una de sus "patentes de corso" para identificarlo con imbécil. No recuerdo si en El Asedio lo repite también. Carlos Pérez Merinero, que fue compañero mío de clase en Jerez durante años, en su novela Días de guardar, describe a "un carajote con pinta de becerro y maneras de meapilas que se la saca con papel de fumar". Nunca le dije que descansara en paz. Hoy lo hago. Celdrán Gomáriz, en el Libro de los insultos, lo asimila a "carapijo tonto y bobo, carente de gracia. A su sosez natural se une cierta malasombra."

El caso es que la inmensa mayoría de los españoles tenemos que aguantar a un puñado de carajotes, que no son más, porque los españoles, seamos de donde seamos y vivamos donde vivamos, estamos acarajotaos como confesó una vez Antonio Burgos. ¿Pues no creíamos que España era una nación de todos y que la Constitución está para cumplirse? ¿Pues no creíamos que al igual que un vasco o un catalán pueden trabajar en Cádiz un andaluz, médico o fontanero, podría trabajar en Barcelona, Bilbao o Menorca? ¿Acaso no creíamos que el dinero público era de todos, para todos por igual y más digno de respeto incluso que el propio? A ver, ¿no creíamos que la libertad de uno termina donde empieza la del otro, como decían los antiguos? ¿Y no creíamos que la justicia no era un cachondeo? ¿Y no esperábamos decencia y democracia en los partidos que iban a ser mucho mejores que la dictadura? ¿Y no aguardábamos respeto a la lengua materna, a la verdad y al sentido crítico de los maestros y profesores? ¿Y un agua compartida Norte-Sur? ¿Y..?

Por todo ello, y por muchas cosas más, algunos carajotes, que siguen pensando que España no es una gran nación, abusan de nosotros que hemos estado acarajotaos durante muchos años. Pero eso se está acabando, por la gloria de nuestras madres.

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