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Pedro de Tena

La vergüenza de ser occidental

Occidente son varios pollos sin cabeza, desde Biden a Macron, pasando por Merkel y un patético Pedro Sánchez en alpargatas.

Durante muchos siglos, Europa, la cuna de la civilización occidental, la que más prosperidad, seguridad, justicia y libertad ha proporcionado a los seres humanos en su conjunto, pese a todos sus crímenes y pecados, fue un modelo, una aspiración, un faro. Era posible un mundo en el que el equilibrio entre ciencia, técnica y moral consumara el proceso en el que la libertad de cada persona y de todos triunfara sobre la necesidad de la naturaleza y en el que la crueldad de origen diera paso a la compasión, la tolerancia y el respeto. Era el primer paso de un camino que tendría que conducirnos al conocimiento del universo, a eludir las catástrofes previsibles y a extender la buena nueva de la humanidad libre por el cosmos.

No sé bien lo que ha pasado esta semana pero lo primero que se me ha venido a la cabeza es el poema de Chesterton sobre Lepanto y Juan de Austria. Ese inmenso canto del gran católico inglés que mejor comprendió lo que ocurrió en aquella batalla no tan lejana en la que España, esa nación que algunos se empeñan en despedazar, fijó los límites de la expansión del Islam con notables ausencias, como las de Inglaterra y Francia. Ya daba una idea de la inconsciencia general de la civilización a que pertenecemos.

Traducido por Luis Alberto de Cuenca y Julio Martínez Mesanza, Chesterton exclamaba:

La fría reina de Inglaterra se mira en el espejo;
la sombra de los Valois bosteza en Misa.

Y certificaba:

…surgen entonces en tropel los miles de cautivos que se afanaban bajo el mar,
blancos de dicha, y ciegos de sol, y aturdidos de libertad.
Vivat Hispania!
Domino Gloria!
¡Don Juan de Austria ha liberado a su pueblo!
Cervantes, en su galera, vuelve su espada a su vaina
(Don Juan de Austria regresa con una guirnalda).
Y ve sobre una tierra fatigada una senda perdida en España,
por la que en vano cabalga eternamente un insensato caballero flaco,
y ríe, pero no como los sultanes, y torna el acero a su funda…

Nada que ver tales sentimientos de honor y sentido de la Historia con los que ha suscitado en mí el descompuesto abandono de Afganistán, un país situado entre Irán, restos de la URSS hoy en manos de Rusia, China y Pakistán, en el que 40 millones de personas a las que se prometió un futuro y unos valores de convivencia han quedado a merced de los "martillos de Alá", misiles reales e ideológicos en manos de un poder teocrático, totalitario y feroz. Hemos perdido en este otro Lepanto.

Lo que me embarga es la vergüenza, no por la derrota, sino por la incapacidad de combatir por lo que uno cree, lo que uno quiere, lo que uno sabe mejor, lo que uno defiende para sí. Occidente son varios pollos sin cabeza, desde Biden a Macron, pasando por Merkel y un patético Pedro Sánchez en alpargatas. Pero, sobre todo, una derecha y una izquierda, religiones inclusas, incapaces de reconocerse como herederos de la mayor, y seguramente la mejor, aventura intelectual, económica y ética de todos los tiempos.

Todo ese capital histórico y civilizatorio se ha dilapidado en un instante diluido en el llanto de unos afganos a los que se asesinará sin piedad por haber creído que ese Occidente hipócrita y estúpido les defendería. Occidente ha perdido la fe en lo que es y puede ser y la ciencia y la técnica pueden servir mucho mejor y más eficazmente a los tiranos del Islam o el comunismo que a la libertad. La preferencia por la economía, la mezquindad moral y la técnica antes que por los valores heredados del derecho y la individualidad nos ha destrozado hasta el punto de que ya no sabemos quiénes somos.

Todos acusan a los talibanes. En cierto modo, les envidio. Tienen fe. Creen saber lo que son y lo que quieren ser y combaten por ello. Yo siento vergüenza de ser occidental, de haber terminado siendo alguien que ve la tragedia que crece en Kabul y sigue tomándose una cerveza. No podemos seguir así.

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