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Pedro de Tena

Mortal de necesidad

El último y, por ahora, único debate de la trascendental cita de Madrid ya ha dejado a uno de los candidatos con una herida mortal de necesidad.

El último y, por ahora, único debate de la trascendental cita de Madrid ya ha dejado a uno de los candidatos con una herida mortal de necesidad.
EFE

Llamamos mortal de necesidad a una herida que lleva a la muerte sin remedio posible. Los toreros son catedráticos en su diagnóstico y la reconocen nada más verla.  Del mismo modo, podemos considerar que para un candidato un debate político puede ser una herida mortal de necesidad cuando conduce a la tumba electoral. Pero, al contrario que los diestros, bastantes de ellos no huelen siquiera el perfume de la muerte aunque la tengan encima. El último y, por ahora, único debate electoral de la trascendental cita de Madrid ya ha dejado a uno de los candidatos con una herida mortal de necesidad. Me parece indudable que su nombre es Ángel Gabilondo.

Venía pachucho el hombre porque ni se imaginaba que, a su edad y en su estado de salud, iba a participar de nuevo en la lidia política de Madrid. A pesar de contar con los más importantes mozos de espadas del Reino, desde la Moncloa a los más preclaros periodistas y grupos de comunicación, ya dio muestras de que no era un candidato capaz. El publico de Madrid es entendido.

Más consumido aún quedó cuando supo, por la vía de la puñalada murciana que también sufrió, que le iba a tocar otra vez bajar al ruedo donde se pica, se banderillea y se estoquea a los otros. Se le notó tanto que su toreo era de salón que, por si acaso lo cogía un morlaco, le apalabraron el puesto de Defensor del Pueblo para después de la brega.

Su palidez subió al color amarillo de la cera funeral cuando su apoderado, Pedro Sánchez, dejaba en evidencia que no confiaba en su arte ni en sus maneras y le quitaba los trastos en plena pelea asumiendo durante muchos días el protagonismo de la corrida. Estaba meridianamente claro que Gabilondo necesitaba un punto de apoyo para no caerse, redondo, redondo, delante del peligro. 

Cuando su cara comenzó a tener auténticamente aspecto cadavérico fue cuando lanzó la gran mentira de la campaña, mentira que será estudiada en el futuro como ejemplo de vileza moral o de ignorancia estadística. O una cosa o la otra. Él, que recuerda tanto que es profesor de filosofía, sabe que una afirmación  no puede contener una verdad y no contenerla al mismo tiempo. A ver: “El exceso de mortalidad en la región es “un 59% superior a la media nacional” desde el inicio de la pandemia.” Eso no ha sido un decir “verdadero”. Desde ese momento, ya estaba dimitido en potencia. Y sigue sin pedir perdón, sin explicar su trola y sin admitir su responsabilidad.

Pero cuando se vio con claridad que en él había mucha muerte política fue cuando reconoció que eso de que no iba a pactar con “ese Pablo” (Iglesias) era un vulgar plagio de la mentira de su jefe, el largo caballero Pedro Sánchez, cuando juró que no pactaría con ese Pablo (Iglesias) por razones de insomnio. Del “con ese Pablo no” a “querido Pablo, nos quedan doce días” para ganar Madrid, Gabilondo exhibía una catadura moral impropia. Había perpetrado un simulacro de moderación inicial para cosechar votos de Ciudadanos y otros feudos y culminaba con la izquierdización socialcomunista habitual de este PSOE para quitarle votos a Podemos y Más Madrid, a la vista de que, por la derecha, la faena era imposible. De ahí la irrupción del monosabio Jorge Javier Vázquez en el albero para quitarle al bicho de encima y evitar una tragedia merecida.

Morirse más de una vez queda demasiado literario, escribió el propio Gabilondo en un libro de máximas, más bien mínimas, que no recuerdan para nada a las meditaciones de Marco Aurelio. Decía el romano que el alma del hombre se afrenta cuando “cuando es hipócrita y hace o dice algo con ficción o contra la verdad.” Afrentados quedaron los madrileños y los españoles por las  contraverdades de Gabilondo. 

Que todo esto antedicho lo ejecuten un Iglesias, un Errejón o una Pérez, cuyo máxima esencial es que sólo es verdadero lo que conviene al partido, es de pata negra dialéctica y marxista. Pero que un filósofo haga lo que ha hecho Gabilondo, “nunca me lo pude imaginar, y hasta tal punto que no sé qué es.” Bueno, sí, un sofista aburrido achicharrado en la caverna de Platón cuya muerte política no ha coincidido con su fallecimiento. Ya lo hará porque lo que ha cometido era mortal de necesidad en una democracia signa de ese nombre. 

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