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Pedro de Tena

Occidente y la secta de los asesinos

Una secta de asesinos despiadados que usa el islam como señera no puede ser el bien ni puede ser consentida por Occidente

Ortega sentía tan hondo su pertenencia y su servicio a Occidente que incluso fundó en 1923 la Revista de Occidente. Como él, me siento afortunado por haber nacido en este Occidente que ha aportado individuos (mujeres incluidas demasiado tarde, cierto, pero incluidas), riqueza, ciencia, derecho, democracia, espíritu de reforma y empresas unitivas entre otras cosas, no todas ellas buenas. Este Occidente, el que considera que lo que no debe ser, no tiene que ser, no está en decadencia. No, no se trata sólo de Europa, sino de Europa y América en su conjunto. Esa "muchedumbre de modos europeos", hombres y mujeres abiertos al futuro, era contrapuesta por don José a las "cabezas pesadas nacidas para existir bajo las perpetuas tiranías de Oriente." Pero si no estamos en decadencia, al menos todavía, sí que estamos, eso sí, ante la irreverencia hacia nosotros mismos: no sabemos cuál y cuánto es el valor de lo que representamos. Por poner un ejemplo, el terrorismo, desde ETA o el IRA hasta el terror de las decapitaciones televisadas de infieles al islam, es inaceptable. Se trata de asesinatos y de asesinos, que es lo que Occidente quiso dejar de vivir y ser.

Como muchos, he sentido en mí la atrocidad de esas imágenes en las que un asesino vestido de negro y con la cara tapada cortaba el cuello a otro hombre con la frialdad de una fiera. Asesinos hubo y hay muchos, en Occidente y en Oriente, pero sólo en Oriente se constituyó lo que se llamó la Secta de los Asesinos, fundada para "convertir a sus hombres en audaces sicarios y homicidas, que comúnmente son llamados asesinos, para poder matar con su temeridad a quien quisiese y ser temido por todos". La secta de los asesinos, también islámica de raíz chiita, data del siglo VIII y tuvo su apoteosis entre ese siglo y el XIII, momento en que Gengis Khan (Alau, rey de los tártaros según Marco Polo) los exterminó por haber asesinado a uno de sus hijos. Rediviva ahora bajo la apariencia de Califato Islámico, se caracterizaba por asesinar a su víctima en presencia de una multitud que podía ver de cerca el espectáculo. Su estrategia esencial fue el asesinato selectivo, detallista y a cuchillo. Pero a diferencia de los asesinos del Califato, morían tras matar, precisamente por su cercanía. Si en sus comienzos colocaban una daga bajo la almohada de la víctima para advertirle de que su destino estaba trazado, ahora lanzan al espacio emisiones de televisión con su imagen humillada y sin esperanza de compasión. Estamos, pues, ante una nueva secta de asesinos alimentada por el desprecio incubado dentro de Occidente hacia sí mismo. Cuando oigo a compatriotas justificar la barbarie de esta secta, siento profundamente la necesidad de una reacción de los occidentales.

Recordaba Ortega que uno de los males de Occidente era su íntima hipocresía, su incapacidad de reconocer que hay cosas que son aunque no deban ser. Pues sí, la maldad, la crueldad, la insensibilidad ante la víctima y su dolor existen. Durante toda su historia la pasión de Occidente ha sido conocer, no sólo la naturaleza, sino además el bien. Hay cosas que son buenas y cosas que son malas para la especie en su conjunto y para su convivencia y supervivencia. Pero estamos a un paso de ver con detalle y de cerca la decapitación de una persona y seguir comiendo como si tal cosa. Incluso hay quienes son capaces de culpar a la víctima. "Algo habrá hecho o habremos hecho". Occidente, nosotros, hemos ido abandonando la barbarie para ir aceptando la convivencia en libertad, otra gran herencia del cristianismo. Como decía Ortega, lo que caracteriza a Occidente es el reconocimiento de la vida como libertad y eso implica defender eficaz y decididamente esa forma de entender la vida.

Una secta de asesinos despiadados que usa el islam como señera (como el terrorismo nacionalista tiene otras) no puede ser el bien ni puede ser consentida por Occidente, no sólo Estados Unidos, sino toda América y Europa, que tienen, tenemos, derecho a la defensa. Cuando aquí, encima, oímos a algún desquiciado repentizador de paridas pedir la desaparición del Ministerio de Defensa, nos deberíamos llevar las manos a la cabeza. Pero ¿en manos de quién estamos?

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