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Pedro de Tena

Presagios fúnebres

La que se ha puesto agónica es España, esa nación fúnebre que 'Azorín' clavaba en los ojos de la generación del 98.

El presagio es sentimental y por ello no puede evitarse. Sobreviene. Ocupa, invade. No me esperaba que tras los Reyes Magos, una de la ilusiones exclusivamente humanas según Julián Marías, mis presentimientos sobre España comenzaran a revelarse fúnebres. Pero así ha sido. Todo comenzó con el funeral del padre de una antigua amiga que terminó con una Salve en latín, esa extraordinaria asignatura infantil cada vez más muerta en la educación española que quisieron indultar en las misas, sin éxito alguno, Graham Greene, Agatha Christie, Jorge Luis Borges, Yehudi Menuhin, Robert Graves y otros. Luego leo en el periódico que José Enrique Rosendo, un socialista clave del caso ERE que hasta ahora había eludido declarar, ha muerto de un infarto con 50 años. Lo conocí de periodista pero de la noche a la mañana se trocó en millonario. Me vi con él algunas veces. Lo sabía todo, pero no quería contar nada. Me escribió un largo SMS, que conservo, cuando saltó su nombre a los papeles... Me explicaba... Descansen en paz, él y su SMS. Pero el caso ERE, cada vez más fúnebre, ha perdido un testimonio capital.

Pocas horas después, el olor fétido a muerto procedente de Cataluña llegaba hasta Sevilla. Lo sospechaba y así se lo dije a Luis Herrero cuando se daba por hecho que habría nuevas elecciones catalanas. El muerto viviente Mas oficiaba su propio funeral –¿ven lo del latín, fúnebre, funeral, funesto, de funes-eris?–, en impúdica ceremonia con confesión golpista de culpa: "Aquello que las urnas no nos dieron directamente se ha corregido a través de la negociación". No quedaba atrás la CUP, descuartizada por sus contradicciones, que tras matar al padre y a la patria se ha suicidado y ya hiede lo suyo. Entre los despojos de las elecciones generales, deambulan otros que aún no saben si en este festival de exequias –más latín, exsequiae, cortejo fúnebre–, estará su nombre en las lápidas. Visto cómo ha quedado España en estos ocho años de Zapatero y Rajoy, muchos deberán revisar su seguro de defunción, para no agravar más el dolor de sus familias. A Pedro Sánchez, por ejemplo, se le ha puesto la cara cenicienta por su manía de encender velas a 56 partidos para eludir la muerte súbita. Rajoy la tiene aún más cetrina, 155 veces más, incluso forzosamente constitucional. Pablo Iglesias ya sufre el perfume del descuajeringamiento mortal y Ciudadanos no sabe si dar el pésame o recibirlo.

Pero no se preocupen que la que se ha puesto agónica es España, esa nación fúnebre que Azorín clavaba en los ojos de la generación del 98 y que ahora no ve más futuro compartible que el pequeño Nicolás, Rosa Benito y otros esclavos del espectáculo. Ya, ya. Sabemos lo que decía Bismarck sobre la España indestructible a pesar de los forofos del cincel, la hoz y el martillo, y respeto la opinión de quienes suponen a España la inmortalidad. Pero tanto va el cántaro a la fuente que al fin se rompe. Se llamó una vez "década ominosa" a un trozo vergonzoso de la historia de España. Pues sugeriré a los historiadores que desde el 11-M de 2004 hasta ahora hemos vivido un carnaval de despropósitos –unos derivados de bobadas, e infamias, solemnes y otros consecuencia de omisiones letales sucesivas–, que el período merece un calificativo esclarecedor, tanto como una pintura del Greco o Goya. Pero, claro, entre todos, tal vez podamos pinchar esta pompa –¿o sólo es mi pompa?–,  aunque sea fúnebre.

P. D. Más funeral. Se cumplen años de la muerte de Gabriela Mistral, la primera mujer de lengua española, mestiza y vascona, distinguida con el premio Nobel. Silencio en la izquierda. Claro, no fue simpatizante de los excesos republicanos ni de los otros. Siempre escuchó el presagio de la muerte, "la vieja Empadronadora,/ la mañosa Muerte,/ cuando vaya de camino,/ mi niño no encuentre". Que tampoco encuentre a España.

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