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Pedro de Tena

Rubalcaba, "hombre de Estado"

La biografía de Rubalcaba retrata a un hombre de partido que, con otros, nos ha conducido a la inminencia de un peligro de descomposición nacional.

La biografía de Rubalcaba retrata a un hombre de partido que, con otros, nos ha conducido a la inminencia de un peligro de descomposición nacional.
El secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, en el XII Congreso Autonómico del PSOE de Castilla y León | Agencia ICAL

Acabamos de asistir al espectáculo de la transustanciación de Alfredo Pérez Rubalcaba, al que se ha resucitado por el interés político de la parte jubilada del PSOE de contraponer su figura a la de la parte jubilante que dirige Pedro Sánchez. Así, de político de partido ha mutado en “hombre de Estado”. El pretexto ha sido la publicación de un libro sobre su trayectoria política, que no es que sea el libro de un forofo: es el libro de un enamorado, y ya se sabe que el amor es ciego, a veces, de los dos ojos. En ese libro, que comienza con caños de aplausos y vivas al PSOE que no paran hasta el final, se considera a Pérez Rubalcaba un estadista.

Este es el texto que sintetiza la tesis del libro: “Rubalcaba surgió súbitamente como un ejemplo de aquellos otros tiempos y aquellos otros políticos, de sólida formación y principios, que ponían al Estado como prioridad y eran capaces de entenderse con el adversario en un propósito supremo.” Su figura se sitúa en el pasado del PSOE, no en el presente, lo que sugiere que, tras el panegírico, se oculta la intención de oponer su figura a la actual dirección del PSOE como si nada tuvieran que ver.

Sé que en el PP existió desde siempre una intensa veneración, tal vez envidia, hacia Rubalcaba. Considerado un “tío de primera”, se alababa de él su sentido del “Estado”, su preparación intelectual, su capacidad estratégica, su “mala leche” y su disposición a la acción cuando fuese necesario. Creo que lo realmente les cautivaba era su atrevimiento para conseguir sus fines por los medios que fueran sin reparar en escrúpulos morales. Sí, siempre acomplejados, admiraban lo que eran incapaces de hacer.

Esa fascinación por el personaje es muy anterior a la abdicación del rey Juan Carlos I, circunstancia que, en el libro, se convierte casi en el mérito capital del presunto estadista. Para simplificar, en su argumento, Rubalcaba metió en vereda al PSOE republicano para alargar la vida de la monarquía en la figura de Felipe VI como medio de salvaguardar la convivencia democrática en España. Podría ser en parte, no diré que no, pero al tiempo nos metió a todos en un corredor sin retorno apreciable donde el dóberman no ha sido el centro derecha, sino el propio PSOE ahormado por comunistas y separatistas.

Dice el historiador Manuel Fernández Álvarez en su narración canónica sobre Carlos I de España en la monumental historia de España dirigida por Ramón Menéndez Pidal, que su gran virtud de estadista se comprobó a la hora de preparar sabiamente su sucesión como garantía de continuidad de propósitos y fines. En una monarquía como la de entonces, tal vez fuera más sencillo ser hombre de Estado que en una democracia donde tal condición se tiene que dar en quienes son, previa y simultáneamente, “hombres de partido”. Pero no cabe duda de que la sucesión de Rubalcaba al frente del PSOE desde 2014 fue el desastre total. Si lo que quería era la continuidad de un PSOE para la reconciliación democrática consiguió todo lo contrario, que es lo que realmente se había sembrado desde 1974, atizado desde 1993 y desatado desde 2015.

Para erigirlo como “hombre de Estado” se nos exige olvidar que tuvo una gran responsabilidad en que la educación en España fuese cosa de partido - aún sangra la herida´-; que protagonizó un intento de blanquear los crímenes de los GAL en vez de haber tenido el arrojo de reconocerlos como asunto de Estado, como hizo la Thatcher; que utilizó el mayor atentado sufrido en Europa para ganarle a su partido unas elecciones (algo que el libro trata profusamente de justificar); que dio la orden del cambio de rumbo con ETA desde el caso Faisán; que cuando menos fue cómplice de la ley de memoria histórica y del lodazal que Zapatero espesó en Cataluña y que no fue capaz de detener el ascenso de un Pedro Sánchez al que ahora los “jubilados” del PSOE tratan de situar como una anomalía. No. Sánchez es la consecuencia lógica y política de un socialismo, nunca socialdemócrata, que mantiene la querencia de ir de la mano con separatistas y comunistas hacia otro abismo final.

¿Hombre de Estado? Decía Aristóteles que los Estados se conservan no sólo porque las causas de destrucción estén distantes, sino también, a veces, porque son inminentes y el miedo ciudadano conduce al surgimiento de estadistas.

La biografía de Rubalcaba retrata a un hombre de partido que, con otros y otras, nos ha conducido a la inminencia de un peligro de descomposición nacional. Está muy lejos de aquellas personas, no tantas, que intentaron, y durante más de 40 años consiguieron, la unidad reconciliada y constitucional de una España democrática. Hay nombres inolvidables que sí fueron hombres de Estado. ¿Habrá otros antes de que España se rompa y la democracia se desbarate?

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