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Pedro de Tena

Tranquilos, que Griñán sabe que es inocente

Hay que preguntarse para qué ha escrito este libro a los 76 años, si como acto de desafío o si como petición de clemencia.

Hay que preguntarse para qué ha escrito este libro a los 76 años, si como acto de desafío o si como petición de clemencia.
EFE

No lo dice en su libro, pero lo ha dicho con motivo de la puesta a la venta de Cuando ya nada se espera el pasado día 23 de marzo. Concretamente dijo: "No creo en mi inocencia, sé de mi inocencia". Curiosamente añadió que si el Supremo ratificaba su condena en el caso ERE, como acaba de hacer, "mi vida habría terminado". Ante esas dos afirmaciones, hay que preguntarse para qué ha escrito este libro a los 76 años, si como acto de desafío o si como petición de clemencia.

En sintonía con la convicción de su superioridad, ya proverbial, sobre muchos —jueces, fiscales, tribunales, interventores, expertos, testigos, periodistas, otros políticos y los que falten—, esto es, todos los que han intervenido en su procesamiento y condena están en un error. Parece un reto al Tribunal Supremo que decidió sobre el caso ERE a principios del inminente mes de mayo aunque se aplazara la publicidad de su decisión. La aparición de su libro poco antes era más que oportuna, repárese.

Pero la segunda de las afirmaciones matiza, si no niega, lo anterior. Parece indicar al Tribunal que una condena tendrá graves consecuencias personales y puede interpretarse como un anhelo de indulgencia . Y en el libro subraya que ya ha sufrido "los efectos de una condena sin la firmeza de una sentencia" en la que la presunción de inocencia no se ha respetado. Ciertamente no se respeta casi nunca, tampoco en los casos —véase Rita Barberá, por poner un solo ejemplo de los muchos que podrían aducirse—, en los que los acusados han sido de otros partidos.

El título del libro, Cuando ya nada se espera, se corresponde con el primer hemistiquio del primer verso del poema de Gabriel Celaya La poesía es un arma cargada de futuro. Cantada por Paco Ibáñez, tuvo gran acogida en la exigua oposición al franquismo de los años 67 y siguientes, en la que por cierto el autor no estuvo muy presente, como confiesa en el libro. Franco murió cuando tenía ya 29 años y sólo se comprometió con el PSOE a partir de 1982, a los 36. O sea.

Sus páginas comienzan con un prólogo panegírico del historiador Fernando del Rey, que debe ser un gran amigo suyo. En sus líneas se lee que el libro es un "repaso de su dilatada vida política, con la pregunta al fondo de si ha merecido la pena este compromiso con lo público", habida cuenta de cómo ha sido su final, que puede empeorar.

De estas primeras páginas, destacaré la sorpresa de que lo incluya en el "socialismo de corte liberal" –el PSOE andaluz ha sido cualquier cosa menos eso—, y que fuera un joven tan clarividente que se percató, cuando conoció a "Isidoro" a principios de los 70, de que el personaje que iba a regir el socialismo español era un socialdemócrata al estilo escandinavo. Se olvidan tantas cosas, como que el PSOE presentó una moción de censura al Suárez de la Transición, que, en fin, mejor pasar sus páginas como el cariño debido de un amigo a otro.

El libro de Pepe Griñán –lo de José Antonio no le gusta porque su familia paterna, y parte de la materna, eran visceralmente franquistas del entorno joseantoniano—, está cargado de citas, de exhibiciones de lectura, de bachillerías. Desde Irene Vallejo a Azaña, pasando por Séneca, Anne Applebaum, Tussell, Fusi, Viñas, Ortega o Unamuno para llegar a Machado, Pessoa, Cernuda, Camus... Eso sólo en las notas. En el texto hay muchas más referencias. Es de admirar que haya tenido tiempo para leer tanto, dadas las responsabilidades que ha desempeñado.

Una de las cosas que extrañan es su insistencia en que todos los males vienen de la "pequeñez" de Franco y su dictadura. Al parecer, este general, jefe directo, por cierto, de su padre, se levantó un día de julio de 1936 y se dijo: "Ea, vamos a dar un golpe de estado". En el transcurso de la II República no pasó, al parecer, nada relevante que diera pie a que media España considerara necesario defenderse de la otra media.

El examen de conciencia es algo desconocido por la izquierda española y por eso, la reconciliación no ha sido ni es posible. Es algo, al parecer, que no aprendió de los Agustinos cuando le enseñaron a confesarse en la primera comunión, de la que, por cierto, recuerda un no muy afortunado incidente que no repetiré.

Bueno será recordar, por recordar sólo algo, que la Fundación Juan Negrín, político socialista al que cita en su Introducción, ha destacado que de los ocho golpes de Estado que considera, sea o no discutible la relación, hubo contra la II República, sólo dos fueron de índole conservadora, los de 1932 y 1936, y todos los demás fueron perpetrados para acabar con ella por la izquierda socialista, anarquista, comunista y/o separatista.

El libro defiende, como ya lo han hecho Alfonso Guerra y Felipe González, los éxitos históricos de la Transición con bastante detalle partidista, y deja entrever su disgusto con la actual política amnésica del PSOE de Pedro Sánchez hacia los asesinatos de ETA, uno de cuales terminó con la vida de su tío, Rafael Martínez Emperador, magistrado del Tribunal Supremo, hizo el pasado mes de febrero 25 años.

Curioso es que responsabilice a Javier Arenas de su terminal jodienda política, dando pábulo a uno de los enemigos íntimos del "campeón" de Olvera. Puesto a hablar sobre quién jodió a quién, habrá que recordar que, cuando el presidente del PP andaluz fue designado ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, se encontró con que, en la Tesorería de la Seguridad Social, no había dinero para pagar las pensiones.

Rodrigo Rato tuvo que pedir varios préstamos para que el gobierno del PP no fuera el primero de la historia de la democracia recuperada en no pagar las pensiones. El nombre del ministro que antecedió a Arenas en el mando de la Seguridad Social era José Antonio Griñán. ¿Estuvo o no enterado del agujero dejado en la caja sagrada? ¿Fue una circunstancia indeseada o una operación política deliberada? Su tesorero, Paco Francés, confesó el plan. Pero no, de esto no habla. Una pena. Si luego hubo ojo por ojo, pues qué se le va a hacer.

Pero pasemos al tema candente, el de los ERE, que es lo periodísticamente mollar aunque no lo más relevante del libro, que es el color superior del cristal ideológico con que lo mira todo y que puede interesar, sobre todo, a los lectores socialistas y a los lectores de su oposición interesados en cómo se construye un "relato" bondadoso acerca de uno mismo, biografía y partido.

Como saben, sobre Griñán pesa una condena de seis años de cárcel y muchos más de inhabilitación, condena contenida en la sentencia del Tribunal de la Audiencia de Sevilla de noviembre de 2019. Los recursos de las defensas, entre ellos el de Griñán, se resolvieron, aunque no se ha comunicado, el pasado mes de mayo y ello hace de esta parte del libro, minúscula por cierto, la de mayor actualidad.

José Antonio Griñán que, como Manuel Chaves, con el que se enemistó después, ha sido presidente de la Junta de Andalucía, ministro y presidente nacional del PSOE, ha aceptado que en el caso ERE tuvo una responsabilidad política, pero no penal. Por eso dice que dimitió de todos sus cargos y que dejó la política activa hasta el punto que dejó el PSOE como consecuencia de la mezquindad de los gerifaltes del socialismo andaluz que lo sucedieron.

Griñán defiende que en el juicio de los ERE no se siguió la pista del dinero, que no fue a parar al PSOE ni a los acusados (sobre esto, habría que matizar, pero Francisco Javier Guerrero, uno de los más enterados, se murió) o, al menos, no a él. Se olvida considerar que muchas de las ayudas sociolaborales arbitrarias concedidas por los gobiernos de Manuel Chaves, en los que él mismo detentó la Consejería de Hacienda, iban a parar a empresas, sindicatos y zonas de interés electoral para el PSOE. Lo de la hija de Chaves y su empresa, Minas de Aguas Teñlidas, cosa aparte.

El caso ERE, la pieza juzgada pendiente del Supremo, se resume para él en que "se juzgaba en realidad un procedimiento administrativo puesto en marcha cuatro años antes de mi incorporación a la Junta de Andalucía y que fue sustituido por el que se consideraba más ‘adecuado’ en el primer presupuesto que aprobó el Parlamento siendo yo presidente de la Junta de Andalucía".

Y añade: "El caso de los ERE había desbordado lo estrictamente judicial y desde 2012 se había convertido en artillería política. La contumacia de la oposición del Partido Popular, que, además, ejerció la acusación desde la fase de instrucción hasta la del juicio, había conseguido convertir el caso en el argumento para demostrar la corrupción de los socialistas".

Puede comprenderse, humanamente, todo el sufrimiento personal que ha conllevado este calvario judicial. Los que, con muchas menos garantías fuimos encarcelados preventivamente durante los compases finales del franquismo, lo sabemos bien. Pero comprendamos asimismo el de todos los excluidos por la arbitrariedad y el partidismo evidentes desde 1982.

Cuando uno examina la trayectoria general de un régimen como el socialista andaluz desde 1982, percibe que este asunto no es más que un hilo más, como los cursos de formación y tantos otros, de una tela de araña cuyo objetivo era dominar, sin consideraciones democráticas, las instituciones y los mecanismos de poder para impedir la alternancia política, regla de oro de la democracia. ¿Es eso cultivar la convivencia entre los españoles?

Los versos de Celaya que ponen título al libro de Griñán no son los únicos relevantes del poema. Propongo estos otros para meditación nacional:

Cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Sí, que se digan. Todas, sin excepción. Las necesitamos para que España sea una democracia compartida y no una nación desgarrada u ocupada. Empecemos porque cada palo aguante su vela.

La sentencia política ha sido abrumadora. Ahora puede verse la otra.

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