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Pedro Fernández Barbadillo

Andreotti, patrón de los cínicos

La DC italiana, con Andreotti como sempiterno invitado a la mesa del Consejo de Ministros, presidió la corrupción del país y su envilecimiento moral.

La DC italiana, con Andreotti como sempiterno invitado a la mesa del Consejo de Ministros, presidió la corrupción del país y su envilecimiento moral.

De la Italia contemporánea provienen dos máximas políticas que en esta época cínica y desesperanzada han relegado a las que escribieron Nicolás de Maquiavelo y Tomás Campanella: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie", escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo, y “El poder desgasta, pero la falta de poder desgasta mucho más”, de Giulio Andreotti.

El primero ya murió en 1957, sin ver publicada su fabulosa novela por el boicoteo de las editoriales de izquierdas y de escritores como Ítalo Calvino y Alberto Moravia, que en la Italia de la posguerra dominaban la cultura, la prensa y la educación debido a que políticos como Andreotti, fallecido hace unas horas, estaban convencidos de que lo importante era el poder que se ejerce en los despachos ministeriales.

Andreotti (1919-2013) fue el alma de la Democracia Cristiana, el partido que gobernó Italia desde 1947 hasta los años 90 con todo tipo de combinaciones políticas, incluso con los votos escondidos del neofascista MSI y las abstenciones oportunas del PCI. Y su vida pública simboliza la decadencia del partido. En la posguerra, la Democracia Cristiana eclosionó en Italia –y en Alemania, Bélgica, Austria y Francia– como una tercera vía entre la izquierda socialista y comunista y la derecha conservadora. Por un lado era trinchera contra el comunismo, y por otro promesa de paz y desarrollo, encima con el respaldo del Vaticano y de los Estados Unidos.

En poco tiempo, esas promesas se convirtieron en engaños. La DC italiana, con Andreotti como sempiterno invitado a la mesa del Consejo de Ministros, presidió la corrupción del país y su envilecimiento moral. En todos los acontecimientos siniestros y oscuros que se produjeron en esos años en que Italia fue un campo de batalla entre los dos bloques, como el magnicidio de Aldo Moro, la bomba en la estación de tren en Bolonia y la logia masónica P-2, se ha querido encontrar su sonrisa, pero nada se ha probado.

No pudo ser santo, pese a que sus admiradores se deshacen en halagos a su piedad católica, pero fue el patrón de muchos políticos profesionales que sólo aspiran al poder. Por eso Charles de Gaulle y Margaret Thatcher no le soportaban, mientras que la clase política y periodística española encumbrada en la Transición y que se inventaba pruebas de antifranquismo lo respetaba. De él escribió la primera ministra británica: “Parecía tener (...) aversión (...) a los principios. Estaba incluso convencido de que un hombre de principios estaba condenado a ser un hazmerreír”. Andreotti y François Mitterrand se admiraban y respetaban con buen motivo.

En España se le asoció a Manuel Fraga. Ambos políticos tuvieron relaciones y amistad. En una visita a nuestro país, Andreotti dijo que a la política española le faltaba "fineza” y Alfonso Guerra, el eterno diputado, apostilló: “¡Y eso que no conoció a Fraga!”. La realidad es que poco tenían en común el gallego y el romano. Andreotti estuvo en el centro del poder desde los años 50 del siglo XX hasta la primera década del siglo XXI. Fraga, por el contrario, tuvo que recluirse en Galicia para ejercer su pasión de mandar.

Otra diferencia entre Andreotti y Fraga es que éste tenía modales de aldeano enriquecido, mientras que Andreotti no necesitaba gritar ni gesticular ni abroncar para imponer su voluntad, sino recurrir a la cortesía. La periodista Oriana Fallaci explicó así la impresión que le causó al conocerle:

Me da miedo, pero ¿por qué? Este hombre me recibió con enorme cortesía, su ingenio me hizo reír, no me dio la impresión de ser peligroso. El verdadero poder no necesita arrogancia, ni una poblada barba ni una voz aterradora. El verdadero poder te estrangula con lazos de seda, con encanto e inteligencia.

El comportamiento de un príncipe renacentista, de un Médici o un Borgia.

¿Quiénes pueden ser entonces los homólogos de Andreotti y la Democracia Cristiana italiana en España? No Fraga ni el PP, sino Felipe González, que admiraba su “gracia”, y el PSOE o, si añadimos el elemento clerical, Jordi Pujol y su CiU. Dos formaciones y dos líderes que han gobernado incluso cuando han estado en la oposición.

Digamos algo bueno de él: tuvo valor. Mientras que el socialista Bettino Craxi huyó al Túnez del también socialista Ben Alí para no ser encarcelado por corrupción, Andreotti afrontó los ataques populares, los juicios y una condena por el asesinato del periodista Mino Pecorelli en 1979, que fue revocada más tarde.

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