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Pedro Fernández Barbadillo

El Este pone a la AfD en el ‘Bundestag’

El análisis de los datos de las elecciones del domingo muestra que ha renacido la división del país en dos.

El análisis de los datos de las elecciones del domingo muestra que ha renacido la división del país en dos.
Angela Merkel | EFE

De nuevo el mayor ridículo en una consulta electoral lo hace la prensa seria. Da risa leer ahora los titulares que los periódicos dedicaron a Angela Merkel en los días anteriores a las elecciones a la Cámara de Diputados de Alemania. Recojo sólo algunos de los periódicos españoles: "Mujer de Estado y líder práctica" (La Vanguardia), "Angela Merkel, la canciller perfecta" (El Mundo), "Indispensable Angela" y "La líder sin ego que garantiza estabilidad" (El País), "Merkel o el centro infinito" (La Razón), "Angela Merkel, la invencible" (El Periódico).

Y no hay rectificación. Al día siguiente de las elecciones, las principales cabeceras españolas coincidían en amargar el desayuno a sus lectores porque "irrumpe" la "ultraderecha" en el Parlamento alemán.

Nos quejamos del tratamiento escandaloso y parcial que se da en los periódicos europeos al golpe de Estado separatista en Cataluña, pero los periodistas españoles recurren a las mismas metáforas militares y el mismo vocabulario catastrofista en cuanto tienen ocasión. Si fuera por muchos periodistas, los 90 diputados de AfD ya estarían amontonando latas de gasolina para quemar el Reichstag.

Y resulta que AfD, partido tachado de xenófobo, racista, nazi, islamófobo y qué sé yo, es el segundo, después de Die Linke (que reúne a los grupos a la izquierda del SPD), con más candidatos de origen extranjero. Demasiado complejo para las mentes que sólo responden a consignas.

Una canciller sin principios y un país sin debate

Merkel y su partido han sido los más votados, pero en un régimen parlamentario no gana quien más escaños tiene, sino quien forma Gobierno. Y la canciller perfecta no sólo ha perdido 65 diputados, sino a su socio preferente, por lo que está abocada a unas largas negociaciones con los liberales y los verdes. Una política como ella, sin principios (así se lo reprochó su antiguo padrino, Helmut Kohl), no dudará en aceptar lo que le exijan sus nuevos aliados.

Veamos una lista de sus bandazos, dados en función de las encuestas o las necesidades de Gobierno. Merkel ordenó el cierre de las centrales nucleares del país en cuanto se produjo el accidente de Fukushima; aceptó imponer cuotas por sexo en las empresas y rebajar la edad de jubilación a los 63 años (cuando había impuesto a Rajoy subirla a los españoles hasta los 67 años), dos condiciones del SPD en la última coalición; abrió las fronteras a los refugiados, reales o supuestos, aunque violase el derecho comunitario; se opuso al matrimonio homosexual hasta que los socialistas lo convirtieron en un asunto capital.

Después del debate en televisión que mantuvieron la canciller y el candidato del SPD, Martin Schulz, en el que apenas hubo diferencias (ambos partidos han gobernado juntos dos de las tres últimas legislaturas), los analistas del mainstream daban por sentado una victoria amplia de Merkel, quizás ligeramente por debajo del 40% de los votos. A fin de cuentas, decían, en Alemania la política ya es aburrida y predecible, la economía marcha de maravilla… y los mass-media expulsan del espacio público a quienes se atrevan a plantear asuntos como la inmigración desbocada o el encaje del islam en la sociedad alemana. Paradójico: los profetas de la diversidad racial y religiosa no aceptan la diversidad política ni de pensamiento. Der Spiegel eliminó de su lista de libros más vendidos un título, Finis Germania, que criticaba la Alemania buenista que predican políticos y editores.

Pedro Sánchez sacó mejor resultado que Schulz

Los resultados han sido una debacle para los dos partidos hegemónicos. La CDU pierde 55 escaños y su hermana, la CSU bávara, 10; conjuntamente, pasan de 311 diputados a 246 y bajan de un 41,5% de los votos a un 33,2%. El SPD, el que fue mayor partido de izquierdas de Europa Occidental, sigue su imparable caída: en 1998 superó el 40% y los 20 millones de votos en una Alemania reunificada; ahora ha quedado al borde del 20% y con menos de 10 millones. Los camaradas de Schulz sólo son primeros en dos ciudades-estado, Hamburgo y Bremen; en tres estados bajan al cuarto puesto y en uno al tercero. En sólo cuatro años, CDU-CSU y SPD pasan de un 66% de los votos a menos de un 55%.

El SPD, ejemplo junto con el Partido Laborista británico para todas las formaciones socialistas del continente y hasta de América, por su militancia fiel y sus cuadros capacitados, sus recursos financieros y sus fábricas ideológicas (la Fundación Ebert suministró técnicos, programas y dinero a numerosos partidos hermanos), queda por debajo incluso de su antiguo protegido, el PSOE. Pedro Sánchez obtuvo en junio de 2016 un 22%; dos puntos más que Schulz. El único dirigente socialdemócrata europeo que no sufre la agonía de franceses, italianos, españoles, alemanes, holandeses o griegos es Jeremy Corbin, que este mismo año aumentó en 10 puntos y más de 3,5 millones de votantes el electorado heredado de Ed Miliband… aunque Corbyn tiene muy poco del socialdemócrata de posguerra.

El análisis de los datos de las elecciones del domingo muestra que ha renacido la división del país en dos, marcada por el muro antifascista, la República Federal y la República Democrática. AfD (12,6% a nivel federal) y Die Linke (8,6%) tienen en los estados del Este (excluyendo Berlín) unos porcentajes de voto muy superiores a sus medias nacionales y en algunos casos por encima del doble de los registrados en los estados del Oeste.

En Sajonia y Turingia, AfD ha recibido un 25,4% y un 22,5%, respectivamente; y Die Linke un 19,2% en Sajonia-Anhalt y un 18,5% en Mecklemburgo-Pomerania Occidental. Los casos del FDP y los Verdes son los contrarios: mejores resultados en la antigua RFA que en la desaparecida RDA. Y los resultados totales habrían sido más abultados para AfD y Die Linke si en los cinco estados orientales la abstención no hubiera superado la media nacional, ya que la participación ha aumentado en 4,7 puntos y más de 2,5 millones de votantes. Casi la mitad de la población alemana reside en tres estados, que se encuentran en el oeste, y en los que AfD y Die Linke han quedado por debajo de sus porcentajes nacionales.

La interpretación oficial para explicar los casi seis millones de votos de AfD es la misma que se aplica para el triunfo de Donald Trump: hombres, blancos, gordos, borrachos, fracasados, amargados y, la única diferencia con EEUU, educados en el antifascismo por el Estado comunista. La terca realidad es que provienen de la CDU y el SPD, de gente normal harta de que se le desprecie o se le mienta.

La rica Baviera, también descontenta

Vayamos a Baviera, el estado más rico del país y con una tasa de desempleo inferior a la nacional; además, lo gobierna desde hace 60 años la CSU, un partido cuyos dirigentes han criticado a Merkel por su política de puertas abiertas con los inmigrantes y refugiados. Aun así, la AfD, que no tiene representación en el Parlamento regional (las elecciones serán dentro de un año), ha registrado más de un 10% del voto y la CSU ha perdido un 10%.

Aunque le sorprenda a Luis de Guindos, muchas veces la gente vota o protesta por razones diferentes a las económicas, como la identidad, la cultura, la religión, la seguridad, el miedo, el hartazgo...

Una última conclusión. A Merkel le han atacado desde la izquierda por austericida, antieuropeísta y empobrecedora. Quienes han bajado los humos a la indispensable son AfD y el FDP, dos partidos que no estaban en el Bundestag en la legislatura anterior y, encima, de derechas.

El rechazo por los ciudadanos a las partitocracias establecidas y a las viejas lealtades, el cataclismo ideológico de la izquierda tradicional (que ha sido sustituida por el antiguo centro-derecha en todas sus políticas, redistributivas, sociales y hasta antiamericanas) y la crisis económica están sacudiendo todos los edificios políticos, que parecían inconmovibles. Y algunos siguen con el manido discurso democracia versus antifascismo, como si estuviéramos en 1968, como el puñado de ultraizquierdistas que se manifestó la noche de las elecciones frente a la discoteca berlinesa donde la AfD celebró su éxito.

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