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Pedro Fernández Barbadillo

El PSOE reúne el ‘voto útil’ de la izquierda

Cuanto más clamaban Iglesias y Echenique contra "el regreso del franquismo", a más votantes propios convencían de correr a las urnas para parar al 'trifachito'.

Cuanto más clamaban Iglesias y Echenique contra "el regreso del franquismo", a más votantes propios convencían de correr a las urnas para parar al 'trifachito'.
EFE

España sigue siendo diferente respecto a Europa. Las elecciones al Parlamento Europeo han mostrado el hundimiento de los partidos tradicionales de la posguerra y sobre todo el de los partidos socialdemócratas. El PS francés ha obtenido un 6%; el SPD alemán, menos de un 16%, y el Partido Laborista británico, un 14%. Les han superado partidos antipartido, como el FN de Le Pen, los Verdes y el Partido del Brexit. Y este fenómeno se produce porque los partidos socialistas han elaborado programas para las capas sociales con colesterol alto (calentamiento global, rentas mínimas, obesidad, género…) y se han olvidado de las clases trabajadoras y de la nación. Así, su electorado tradicional se marcha o a los partidos verdes, que ofrecen lo mismo pero de manera más ajustada a la época de Instagram, o a los partidos nacionalistas.

El batacazo afecta incluso a la extrema izquierda: Syriza, Podemos, La Francia Insumisa… En los últimos años, estos partidos han fracasado en atraer a las clases populares, ya que mantienen un discurso muy del gusto de las élites, que se puede resumir en la apertura absoluta de fronteras a los inmigrantes del Tercer Mundo y las mercancías de China. Si el populismo es, como acaba de decir el pensador francés Rémi Brague, "el calificativo que utilizan las élites para referirse a la gente que no piensa como ellos", no se puede llamar populista a Pablo Iglesias, comensal del multimillonario Jaume Roures y dueño de un descomunal chalé con piscina.

De este Waterloo de la izquierda solo queda en pie el PSOE, con un envidiable 33%, sólo superado en porcentaje por la Liga de Salvini y el Fidesz de Orban. Al partido socialista español le dábamos por muerto hace dos años, después de dos derrotas seguidas en las elecciones generales de 2015 y 2016, de la irrupción de Podemos y del espectáculo de la destitución de su secretario general; y ha doblado los votos que obtuvo en las anteriores elecciones al Parlamento Europeo. La reelección por la militancia de Pedro Sánchez la interpretaron muchos (entre ellos yo) como la última paletada de tierra en la tumba del PSOE. Los militantes, decíamos entonces, más radicalizados que la mayoría del electorado, entregaban el partido a un candidato al que le movían la soberbia y el resentimiento; una fórmula infalible para el batacazo. Pues ha sido lo contrario.

Sánchez ha arrebatado a Iglesias todas las banderas que éste ha ondeado: el diálogo con los nacionalistas catalanes, la justicia social, la reversión de los recortes, la ideología de género, el odio a la derecha… El socialista hasta practica el irritante desdoble de género al hablar: "Las españolas y los españoles". Otro factor muy importante es el fanatismo de los votantes de Podemos contra Vox, mayor que entre los votantes del PSOE de acuerdo con las encuestas. Cuanto más clamaban Iglesias y Echenique contra "el regreso del franquismo", a más votantes propios convencían de correr a las urnas para parar al trifachito. De la misma manera que el PP de Rajoy y Arriola impulsó a Podemos para beneficiarse del miedo a los rojos, el PSOE actual saca pecho como titán antifascista… con la inestimable ayuda de Iglesias y su panda.

Otro punto en común entre el PSOE de Sánchez y el PP de Rajoy es que ambos, con las listas más votadas, quedarán apartados del gobierno de muchos ayuntamientos y comunidades por alianzas de perdedores.

Los campos de la derecha y de la izquierda están en recomposición. En el Parlamento de Baleares hay nueve partidos; en el de Aragón, ocho, y en los de Canarias y Asturias, siete. Esta fragmentación, que trae inestabilidad, no puede durar mucho tiempo; sobre todo porque la economía no lo soporta. El PSOE parece estar recuperando su posición hegemónica en la izquierda, incluso en Cataluña. A su derecha, en cambio, el proceso acaba de empezar. El PP, que es el que más está perdiendo, sigue sin encontrar una nueva identidad. En estas elecciones, el discurso compresa (no se mueve, no mancha, no molesta) promovido por Borja Sémper y Núñez Feijóo, que se creía vencedor después del desastre de las elecciones generales, ha recibido un estruendoso golpe. Toca sentarse a pensar.

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