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Ricardo Ruiz de la Serna

A Ucrania ya no le fían

Cabe interpretar el fracaso de las negociaciones entre Moscú y Kiev también como un fracaso europeo.

Si usted es friolero, mejor no vaya a Ucrania mientras no se resuelva el contencioso del gas con Rusia. Bueno, si piensa viajar en los próximos meses de verano quizás pueda arriesgarse, siempre que evite la zona oriental del país, donde los independentistas prorrusos y las tropas de Kiev continúan combatiendo. Ahora bien, a medida que se acerca el invierno Ucrania va convirtiéndose en un destino problemático. Hoy, a las 10 de la mañana (hora de Moscú), la empresa estatal rusa Gazprom ha cortado el suministro de gas a Ucrania y lo ha sometido al régimen de prepago; es decir, Ucrania debe pagar la deuda de 3.292 millones de euros que reclama Moscú si quiere recibir de nuevo el gas ruso. Además, se está preparando una demanda contra la gasística ucraniana Naftogaz ante el Instituto de Arbitraje de la Cámara de Comercio de Estocolmo, Suecia, país al que suelen recurrir las empresas que tienen controversias de esta naturaleza por su supuesta neutralidad.

Ucrania tiene tres objeciones. La primera es que Rusia modificó unilateralmente los precios y los subió después de la caída de Yanukóvich. La segunda es que solo pagará si le dan seguridad jurídica sobre los precios que le van a aplicar. La tercera es que quiere un descuento. Mientras tanto, Kiev lleva desde febrero sin pagar, de modo que la deuda ha ido aumentando.

En realidad, nadie puede obligar a Rusia a bajar el precio del gas. El descuento que aplicaba a Yanukóvich era una decisión unilateral que Gazprom ha revocado, y toda bajada de precios se condiciona a que Ucrania pague la deuda ya contraída. La empresa rusa ha impuesto un precio de 485 dólares por cada mil metros cúbicos de gas. Naftogaz primero ofreció 268 dólares y después llegó a subir hasta 326. Los rusos solo rebajaron hasta los 385. Seguía habiendo una diferencia de 59 dólares, que supone un invierno gélido para los ucranianos y quién sabe si para los europeos también.

Por eso es importante entender el papel de la Unión Europea, mediadora entre Moscú y Kiev pero a la vez parte interesada en que haya una garantía del suministro, no en vano depende en un 30% del gas que viene de Rusia. La mitad de ese gas pasa por Ucrania. Por supuesto, la Unión lleva tiempo tratando de diversificar sus fuentes de suministro, pero hoy por hoy Ucrania sigue siendo una pieza clave en el panorama energético europeo. En las anteriores guerras del gas, Europa Central sufrió parte de las consecuencias del conflicto.

Así, cabe interpretar el fracaso de las negociaciones entre Moscú y Kiev también como un fracaso europeo. Parece que el comisariode Energía, Günther Oettinger, trató de mantener la equidistancia primero –y de salvar la cara a Ucrania después– en lugar de exigir al Gobierno de Yatseniuk el cumplimiento de la obligación del pago, al menos parcial, como requisito para garantizar el suministro de gas y resolver el problema. Es cierto que logró acercar posiciones y ganar algo de tiempo para Ucrania, pero al final eso no ha funcionado. Tal vez Rusia esperaba más de la Unión. Ahora se ha creado un nuevo escenario que –si se prolonga hasta el otoño- podría dar lugar a que se repitiera la situación de 1999, cuando Ucrania decidió desviar parte del gas que circulaba hacia Europa y extendió el conflicto más allá de sus fronteras. Lo último que necesita la Unión es ser rehén de una disputa gasística entre el deudor y el acreedor.

De esto se trata en el fondo. Ucrania podría no pagar y confiar en que el desvío de gas dirigido a Europa forzará a la UE a comprometerse más frente a Rusia, para que, resuelto el problema ucraniano, el suministro de gas se normalice. Kiev podría intentar así el juego de agravar la situación para que otros sufran las consecuencias y resuelvan el problema por su propio interés.

Sin embargo, hay otras opciones. Por ejemplo, el gas licuado natural, que Noruega lleva meses acumulando y que compañías como British Gas y Royal Dutch Shell podrían transportar en barco. Esto no liberaría a Ucrania de su obligación de no obstaculizar el suministro de gas a la UE, pero sí aliviaría los problemas que el corte y los desvíos ilegales podrían suponer. Por otra parte, desde hace algún tiempo analistas como Daniel Lacalle advierten de la bajada de precios del gas ruso –recordemos que Ucrania es un asunto político– porque otros competidores están entrando en el mercado con el gas licuado natural o porque están ganando peso otras fuentes de energía, como las renovables.

El próximo día 27 está prevista la firma del Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la Unión Europea. En septiembre se celebrará la Cumbre de la OTAN de Gales, en la que se verán las consecuencias que el conflicto ucraniano puede tener en el rediseño de los objetivos de la Alianza. Hasta ahora el tiempo ha jugado a favor de Ucrania en la cuestión del gas y en las operaciones militares contra los separatistas de Ucrania Oriental, pero eso está cambiando. El Gobierno de Yatseniuk y el presidente Poroshenko deben demostrar que pueden controlar su territorio y que la asociación de Ucrania con la UE no será una fuente de problemas para los Veintiocho. Por lo pronto, convendría que pagasen, al menos, parte de la deuda.

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