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Santiago Navajas

Teoría del liberalio

El gran error de Hughes ha sido tomar la parte mínima por el casi todo.

El gran error de Hughes ha sido tomar la parte mínima por el casi todo.
Pixabay/CC/Ronile

Desde que escribí una teoría del progre, les debía una teoría del liberalio y otra acerca del facha. Ahora les toca a los liberales de pacotilla, aprovechando que Hughes ha publicado un artículo antiliberal en ABC titulado "Liberal, primo del woke". Con woke remite a la última moda de la izquierda que viene del ámbito anglosajón: los despertados son esa turba que habla en inclusivonés, adicta a censurar todo lo que se mueve fuera de los dogmas progres y fan de variadas cuotas para los distintos colectivos de mediocres e incompetentes que se refugian en etiquetas políticamente correctas y adecuadamente subvencionadas, véase el género, la etnia, las orientaciones sexuales y demás clasificaciones made in Netflix. Hughes menciona explícitamente "interseccional, neofeminista, crítico de la raza".

Respecto al liberal que tiene en mente, da una definición también extensiva: del "liberal nominal o liberalio, al socioliberal, al centrista, al neoliberal e incluso al neocon". O sea, el 95%, calcula Hughes a ojo, de la política y la opinión. Este liberal hughesiano sería no sólo primo, como reza el título, sino hermano mayor y padre del izquierdista despertado. Ya puestos, antepasado neandertal, tatarabuelo y vecino del quinto. Aunque no me doy por aludido, por tanto estaría en ese 5% de pureza liberal blindada contra tentaciones posmodernas, sí creo que la diatriba antiliberal de Hughes puede servirnos como punto de apoyo para explicitar las debilidades programáticas de cierto liberalismo vulgar y superficial, sectario y dogmático, populista y banal, que puede ser que tenga éxito entre la muchachada de las nuevas generaciones, tanques de pensamiento a mayor gloria del mejor postor y titulares apresurados al estilo de "Liberal, primo del woke". Sin embargo, el gran error de Hughes ha sido tomar la parte mínima por el casi todo.

En primer lugar, sostiene Hughes, el liberalio lleva "el mensaje providencial de los derechos humanos". La clave está en lo de "providencial", ya que los derechos humanos no serían sino un trasunto laico de una tarea divina. El liberalio, por tanto, sería una especie de profeta bíblico que basa su defensa de los derechos humanos más en una cuestión de fe que de razón. Paradójicamente entonces, el padre del liberalio sería el cristiano apocalíptico e inquisidor. Aquí apuntamos una interesante posibilidad de vincular al cristianismo protestante que está en los orígenes de los EEUU con el movimiento de los despertados en la izquierda, primos hermanos de renacidos como George W. Bush en la derecha. Curiosas las vueltas que dan las analogías, ya que para Hughes, si es coherente con su propia nomenclatura, es el cristiano salvífico el auténtico inspirador del despertado izquierdista.

Para este liberalio que cree en los derechos humanos como el católico en los dogmas de la Santísima Trinidad y la Inmaculada Concepción, la OTAN de Bush y Javier Solana es el equivalente a los Ejércitos Celestiales de los arcángeles Rafael y Uriel. Y los bombardeos de Serbia, por alargar el razonamiento providencialista, serían el equivalente de la destrucción divina de Sodoma. Claro, como ha metido en el mismo saco liberal a los neoliberales y a los neocon, esta crítica tiene sentido. Pero se cae por su propio peso en cuanto que se limita con un mínimo de precisión y brocha fina para distinguir a los neoliberales herederos de Hayek de los neocon seguidores de Leo Strauss. La OTAN, en cuanto alianza defensiva con propósitos disuasorios vía armamento nuclear, es la mejor estrategia para defender unos derechos humanos entendidos a la racionalista manera. Sospecho que el propio Hughes habría votado a favor del ingreso de España en la OTAN, por mucho que fuese Javier Solana el que pidiese su voto para convertirse en secretario general. Otra cosa es que se pretenda que hay que implantar la democracia liberal a sangre y fuego, como querían los conservadores straussianos que rodeaban al despertado evangélico Bush, al que nadie se atrevería a calificar de liberal.

La siguiente crítica de Hughes al liberalio es que sostiene su propia versión del célebre complejo de superioridad moral que distingue a casi todos los socialistas (con la posible excepción de George Orwell y Fernando Savater): "Son el Bien, transmiten la buena nueva de lo antifa o lo demoliberal y al de enfrente no le reconocen interés legítimo". Aquí, la verdad, es que me cuesta imaginar a quién se refiere, ya que no pone ejemplos paradigmáticos. Lo de "antifa" suele ser el coto de Pablo Iglesias y gente así, al que nadie se le ocurriría calificar de liberal ni en plena alucinación inducida por el LSD o una fiebre covidiana, así que mejor concentrarse en lo de "demoliberal". No cabe duda de que el liberal hace propaganda, proselitismo, publicidad e incluso saca banderas sobre el sistema que defiende, ese combo de Estado de Derecho, economía de mercado, derechos humanos (vaya, ya he sacado a colación ese mito de la Modernidad ilustrada que condenaba Pío Nono), ciencia aliada de la tecnología y cosmopolitismo universalista (lo que los conservadores suelen criticar bajo la etiqueta de globalismo). Es verdad que podemos ser pesados con nuestra insistencia, pero dado que la democracia liberal va en retroceso en el mundo (v. el Democracy Index de The Economist), nos perdonará Hughes que tratemos de hacernos oír en medio de la barahúnda de progres y fachas. Ahora bien, ¿quién niega la legitimidad del "de enfrente"? Somos los liberales, al 99% diría, los que hemos denunciado como falso un cómic que circula por las redes en el que se defiende la intolerancia contra los disidentes en nombre de Popper. O los que en Estados Unidos han defendido a los propuestos para cancelación por la secta de los despertados de tendencia socialdemócrata (en el ámbito anglosajón se les denomina liberales, pero no querrá Hughes –o quizás sí, dada la amplitud de su rango liberal– que también carguemos con los Obama Boys).

Da la impresión de que la inquina de Hughes contra su hombre de paja liberal viene a cuenta del maniqueísmo desatado en ciertos sectores a propósito de Putin. Es cierto que hay quien no tolera ningún matiz anti Biden, crítica contra EEUU y la UE o consideración negativa sobre la OTAN en estas circunstancias, pero es algo que cabe achacar tanto a liberales como a conservadores y socialistas. Pero hemos sido precisamente los liberales los que hemos hecho las críticas más relevantes desde el punto de vista ilustrado, sin caer en equidistancias cobardes ni en simpatías perversas por el diablo.

En el totum revolutum de Hughes se termina por apreciar que confunde al liberal en nuestro entorno cultural con el liberal anglosajón al hablar de "un fondo común socialdemócrata y posmoderno". Sólo desde un conservadurismo se puede mezclar sin apreciar las diferencias entre la socialdemocracia, colectivista e intervencionista, y el liberalismo, individualista y regulador. Sólo desde la premodernidad cabe confundir la modernidad, que busca la verdad basándose en la libertad en lugar del dogma, y la posmodernidad, que niega tanto la verdad como la libertad en nombre del dogma de la justicia social.

Hay, sin embargo, peligros programáticos en el liberalismo: una subjetividad desatada en la creencia de alguna de sus ramas en que los valores son siempre subjetivos de manera individual y emocional, sin prestar atención al ámbito trascendental que hace posible la universalidad humana, y el análisis racional, distinto del simplista racionalismo cartesiano. Igualmente cabe rechazar el reduccionismo economicista de los que constriñen lo humano a valores materiales ponderables exclusivamente según criterios de mercado, cuando la dimensión ética y estética de la experiencia humana es irreducible a la subasta económica. Asimismo, cabe rechazar una simplista satanización del Estado y divinización en paralelo del mercado desregulado y de las empresas que operan en él, lo que que crea una asimetría a favor de estructuras privadas de poder que conduce a la adulteración del mercado, la explotación de los trabajadores, la manipulación de los consumidores y el negacionismo del mismo concepto de ciudadanía. El liberalio, a diferencia del liberal, es una parodia sustentada en clichés y animada por eslóganes a mayor gloria del populismo, la demagogia y, en última instancia, la destrucción del Estado de Derecho, las economías competitivas asaltadas por los cárteles y la soberanía final del ciudadano crítico.

Pero ni una sola de las críticas de Hughes se alinean con estas críticas al liberal ingenuo, vulgar y simplista. Más bien, todo lo contrario. De resultas de lo cual cabe más concluir que es el propio Hughes el que termina siendo el primo del woke, al unirse a la cacería contra lo único que nos defiende de la barbarie: la defensa ilustrada de la libertad, la prosperidad y la sociedad abierta.

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