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Thomas Sowell

La factura del favoritismo

Recibir un trato especial, en todas las clases sociales y por el motivo que sea, constituye una espada de doble filo que siempre termina perjudicando al supuesto beneficiario.

O. J. Simpson no ha atraído tanta atención de los medios al ser declarado "culpable" en Nevada como la que atrajo al ser declarado "inocente" en California. Pero aún así, su historia es algo más que la tragedia de un hombre. O. J. no es el primer atleta famoso –o estrella del cine, líder político o líder destacado en alguna disciplina– en caerse del pedestal. Suelen ser personas que han asumido riesgos enormes, completamente innecesarios y de escasa rentabilidad.

Piense en ello. ¿Qué tenía que ganar Richard Nixon por el tipo de operaciones ilegales que finalmente le costaron la presidencia y que podrían haberle enviado a la cárcel de no ser por la amnistía del presidente Ford? ¿Por qué arriesgaría el defensa estrella Michael Vick una carrera multimillonaria sólo por celebrar peleas de perros? ¿Por qué Leona Helmsley correría el peligro de ir a prisión por evasión fiscal, cuando podría haber pagado fácilmente los impuestos?

O. J. Simpson era uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol. Firmó contratos comerciales lucrativos y se convirtió en un héroe para muchos. ¿Qué le podría haber llevado a jugárselo todo, ya fuera en California o en Nevada? Puede que nunca lo sepamos. Pero lo que parece ser el denominador común de muchas de estas personas es la sensación de que las normas simplemente no van con ellos. Leona Helmsley decía que pagar impuestos era "de mediocres". Parece que Nixon también pensaba estar por encima de la ley.

Los deportistas famosos parecen ser especialmente propensos a saltarse las normas. No es difícil entender el motivo. Aquellos que destacan en deportes que gozan de gran importancia en las instituciones educativas (como el fútbol o el baloncesto) comienzan a tener las normas a su favor ya desde el instituto. Todo el mundo quiere un equipo ganador y hacer la vista gorda con unas cuantas reglas, para favorecer a aquellos que pueden hacer ese sueño realidad, parece un pequeño precio a pagar. En las universidades, donde el fútbol o el baloncesto se convierten en grandes acontecimientos, garantizar los aprobados para los jugadores de esos equipos se vuelve una prioridad.

Esto último puede lograrse, por ejemplo, proporcionando tutores académicos especiales a los deportistas universitarios para ayudarles a mantener medias académicas lo bastante altas como para que seguir jugando. Estos tutores suelen ser distintos a los del resto de estudiantes y disponen de despachos en edificios separados, igual que los propios deportistas se alojan con frecuencia al margen del resto de estudiantes.

La idea generalizada de que los deportistas universitarios son simplemente estudiantes normales que practican de vez en cuando este tipo de actividades físicas, queda desmentida por los hechos. Los jugadores de los equipos de fútbol de primera división dedican una media de 40 horas a la semana al deporte; eso no deja mucho tiempo para las asignaturas. Por este motivo, se suele reorientar a los deportistas a cursos más fáciles o a clases que imparten profesores que les prestan una atención especial. En ocasiones, incluso se ha producido escándalos donde los profesores alteraban las notas para mantener en el equipo a algún jugador estrella.

Se mire por donde se mire, estos chicos aprenden enseguida el mensaje cínico de que las normas sólo se aplican a los demás. Quizá no debería sorprendernos que un cierto número de estrellas del fútbol o del baloncesto desarrollen estas actitudes, sino que no lo hagan todas las demás. Recibir un trato especial, en todas las clases sociales y por el motivo que sea, constituye una espada de doble filo que siempre termina perjudicando al supuesto beneficiario.

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