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Zoé Valdés

Andreas Lubitz

Por mucho que quisiera entender a este señor no lo consigo. O sea, no logro entender su móvil suicida.

Había tenido problemas psiquiátricos y de visión, quiso inmolarse y llevarse con él ciento cincuenta vidas; así lo hizo. Desde hace varias semanas no se habla más que de Andreas Lubitz, el copiloto del vuelvo estrellado contra una montaña de los Alpes.

Estaba para casarse, ¿era feliz? No, al parecer. Su novia y algunos amigos han hecho algunas declaraciones, en una de ellas se dice que Lubitz quería pasar a la historia. En una palabra, ser famoso. Lo ha conseguido, pero ¡a qué precio!

Por mucho que quisiera entender a este señor no lo consigo. O sea, no logro entender su móvil suicida. Y lo otro que no puedo comprender cómo es posible que se haya pasado por alto, en los múltiples exámenes que tiene que afrontar un piloto para poder volar, que este hombre padecía de un descontrol nervioso y un desajuste serio de la personalidad, y para colmo no veía bien. ¿Andarán mejor que Andreas los que se ocupan de estos exámenes? Esperemos que sí, pero habría que dudarlo, dado el resultado.

¿Qué se cruzó en su cabeza? Es la pregunta que nos hacemos todos. Pero hay otra pregunta más terrible. ¿Qué pasó por la cabeza del comandante mientras trataba de abrir la puerta sabiendo que ocurriría lo inevitable? Porque que Lubitz ya lo tenía claro; los pasajeros, por otra parte, confiaron en una probable solución hasta el último minuto; pero el comandante de la nave sabía con exactitud que no podría cambiar nada en la conducta del copiloto, y que el trágico final sería inevitable.

Supongo que algunas soluciones se estén estudiando para eliminar otra nefasta posibilidad parecida a la que hemos vivido. Sospecho que algo inventarán: un baño directo y accesible a la cabina para uso especial de los pilotos, la presencia constante de una tercera persona de alta confiabilidad entre ambos, un acceso menos dramático a la cabina en caso de que lo anterior no sea modificado.

El caso es que Andreas Lubitz es ya un personaje romanesque. Una especie de personaje de Dostoievski, aunque el hacha la manejara el comandante y no él, al tratar de echar abajo la puerta que daba acceso a la cabina de pilotaje.

¿Podríamos entonces pensar que Lubitz es un asesino? Lo es, sin duda alguna. De ahí la obsesión. De ahí el excesivo sensacionalismo alrededor de su persona.

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