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Zoé Valdés

El hombre inferior

El hombre inferior observa en derredor y de reojo con esa mirada autoritaria y torva.

El hombre inferior observa en derredor y de reojo con esa mirada autoritaria y torva. Calcula a su vez la mirada que le echamos. Necesita conocer si hemos creído en la frialdad calculada de la suya, si nos ha entollado sin vaselina. Sabe que no. Pero no le importa. Desde la superioridad del poder nos escruta, nos desprecia. Desprecia a sus rivales, desprecia a todo lo que no esté relacionado con él y con su monumental egolatría.

El hombre inferior por fin llegó a donde quería, a dominar un país como España, a burlarse del pueblo español. Pretende desintegrarlo bajo el puño en alto y su canto –tan bajo– de La Internacional comunista.

¿Quién le hubiera dicho a José Ingenieros que el hombre inferior llegaría a tanto? Y mucho antes y más seguro que el hombre mediocre. ¿No será que los dos son uno, que ambos se han unido en la indiferencia y el odio en estos tiempos tan favorables y oportunos a sus andanzas?

El hombre inferior lleva más de un año en el tíbiri tábara, o sea en el engaño de formar Gobierno. Él mismo sabía que no lo formaría, y de cualquier modo pretende continuar al mando sin gobernar como debiera hacerlo un auténtico presidente, aunque gozando de todos los beneficios y deleites como el gobernante que lo ha merecido –no es su caso. No. Porque todo lo que rodea al hombre inferior es fraude, fatuidad, vanidad y banalidad.

España volverá a las elecciones y a todo el barullo y el gasto enorme de unas presidenciales, que ganará de antemano quien ya podemos imaginar, quien no lo merita: el fatuo inferior. ¿Por qué? Pues porque además del cúmulo de fraude que cunde en el ambiente, del pavor en los campos contrarios, domina la tibieza. Y también ha calado hondo la mediocridad e inferioridad advenidas con el alto y tedioso performance tecnológico que desde finales del siglo pasado ha alejado a los humanos de los libros y del arte, de la sabiduría y de la belleza.

La fealdad es el hábitat ideal del hombre inferior, sin embargo, él se considera hermoso. Posa de irrepetible bonitura. Su fondo de comercio es la imagen más que la palabra. Porque cuando posa encandila a los tontos, pero cuando habla pudiera desmoronar rascacielos, tanta es la infamia ácida que supura de su verbo, tanto es el postureo acoplado con el peor de los talantes: el de la carencia absoluta de inteligencia y de elegancia.

El hombre inferior ya obtuvo el poder con la única intención de no entregarlo jamás por ninguna vía. Hará lo posible por convertir España en una Cuba, en una Nicaragua, en una Venezuela (estas dos votaron también por el peor de sus destinos), si fuese necesario. De todas las maneras, el hábitat ideal que supone esta fealdad circundante del Imperio del Bien (Philippe Muray), que no es otro que el del mal, sólo podrá favorecerlo con sus mentiras y veleidades.

En la sociedad actual ya no son más los sabios los que aconsejan a los jóvenes. Por el contrario, ahora son los niños o adolescentes los que destruyen sin contemplaciones a los sabios, con la intención de imponer teorías millonarias que sólo benefician y enriquecen a los inferiores y fraudulentos fatuos.

Lo peor, resulta que la verdadera grandeza del mundo está en sus garras, mutadas en finas manos, como de excelsos pianistas. La oscuridad reina, los tartufos jubilan.

En España

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